El pasado 17 de febrero, la Secretaría de Hacienda y el Banco de México anunciaron un conjunto de medidas encaminadas a darle soporte al peso mexicano, después de haber tenido un desempeño negativo en las primeras semanas del año: 1) un recorte al gasto público de 132.000 millones de pesos (0,7% del PIB), de los cuales, 100.000 millones serían aplicados a Pemex; 2) la eliminación de las subastas de venta de dólares sustituidas por una intervención discrecional, y; 3) un sorpresivo incremento en la tasa de interés de referencia de 50 puntos base por parte de Banxico, para situarla en el 3,75%.
La primera medida es sin duda acertada. En las últimas semanas, los mercados habían estado preocupados por la solvencia de Pemex, toda vez que los precios del petróleo probablemente se mantengan bajos por mucho tiempo. Dado que Pemex aporta 20% de los ingresos al Gobierno Federal, esto se tradujo en una preocupación sobre la solidez de las finanzas públicas en el mediano plazo; y por tanto, en el tipo de cambio y el riesgo soberano. Bajo esta perspectiva, el anuncio de recorte al gasto es oportuno y ayuda –en parte- a reducir algunas preocupaciones. Sin embargo, falta conocer los detalles de esa medida, sumando a un plan creíble de solvencia por parte de Pemex y finalmente observar un menor déficit público.
La segunda política también ayudará a que se observe menos volatilidad en la cotización del peso. En periodos de alta aversión al riesgo, el Banco de México podría intervenir para eliminar picos y mantener una tendencia más estable. El día del anuncio así lo hizo, a pesar de que no era un día en particular complicado en los mercados financieros. Banxico reportó que utilizó 2.000 millones de dólares, lo que indica que quizás estas intervenciones no sean muy recurrentes.
La tercera, el aumento en la tasa, fue un poco más difícil de entender. Según Banxico, la razón por la cual se implementó fue para contrarrestar un posible deterioro en las expectativas de inflación. A esa fecha, dichas expectativas se habían mantenido estables y sin signos de deterioro. La depreciación del peso se ha estado viendo reflejada principalmente en bienes comerciables, sin contaminar otros componentes, implicando un ajuste ordenado de precios. En este contexto, quizás la medida fue complementaria, simbólica o para incrementar -un poco- el costo de “irse corto” en el peso mexicano. En todo caso, no se puede negar que es una política preventiva, al fin y al cabo, pero no será determinante para el valor del peso.
El peso se ha recuperado del 17 al 26 de febrero, porque los mercados se han estado comportando de mejor manera, con el precio del petróleo recuperándose. La apreciación de 4,4% del peso frente al dólar ha ido en línea con la observada en el real brasileño (3,3%), el peso colombiano (3,8%) y el rublo ruso (3,8%). Siendo bondadosos, quizás las medidas anunciadas sólo impulsaron un 1% de apreciación adicional.
En los siguientes meses, el peso aún enfrenta un panorama complicado. Por el lado externo, el precio del petróleo probablemente siga teniendo presiones a la baja, toda vez que no hay un acuerdo entre miembros de la OPEP que permita reducir la producción, incluso cuando la demanda está siendo más débil y la acumulación de inventarios se incrementa. Adicionalmente, el gobierno de China no ha decidido las herramientas de política económica que ayudaría a aliviar la desaceleración de su economía y las fuertes salidas de capital que experimenta: con un impulso fiscal, con un impulso monetario, o con una importante depreciación del yuan. Ésta última opción obligaría al peso a depreciarse aún más, toda vez que México es competidor de China en el mercado manufacturero.
Finalmente, el problema de solvencia de PEMEX seguramente se resolverá de manera paulatina. Si bien se puede dar un buen anuncio, el mercado quizás querrá ver resultados palpables de dichas medidas, algo que tomará tiempo.
Tras el anuncio del 17 de febrero, el secretario de Hacienda dijo a los medios: “Los inversores deberán esperar lo inesperado”. Si el plan de Pemex no convence y además, la volatilidad se incrementa por un entorno externo aún más complicado, las medidas para apuntalar al peso resultarían insuficientes. Ante estos riesgos, me parece que más bien las autoridades son las que, en beneficio de la estabilidad macroeconómica, deberían prepararse para lo inesperado.
Columna de Marco Oviedo.