El COVID-19 está causando estragos en los mercados mundiales. Los inversores han estado vendiendo en masa activos de riesgo por temor a las consecuencias económicas derivadas de la pandemia. Ahora, la pregunta para la que los inversores necesitan una respuesta urgente es cuándo llegará el momento adecuado para volver al mercado. La contestación es simple: una vez que el virus haya sido contenido y los espíritus animales keynesianos revivan y empiecen a impulsar la reacción de los precios. Es probable que esto ocurra antes de que termine el año y depende casi exclusivamente de las políticas gubernamentales.
El primer trimestre de 2020 ha registrado el peor comportamiento del mercado de renta variable desde 1987, y el mundo parece haber alcanzado el lúgubre consenso de que en el primer semestre de este año nos enfrentaremos a una recesión. Obviamente, todo el mundo quiere saber cuándo va a terminar esta situación y cuál va a ser el grado de las caídas. Para que una crisis termine, deben cumplirse dos condiciones: la causa de la crisis debe estar bajo control (y esto debe ser creíble) y los espíritus animales de los inversores deben despertar.
La transparencia diferencia esta crisis de la de 2008
Si bien la comparación con la crisis financiera de 2008 podría venir a la mente con facilidad, sus características son diametralmente opuestas a las de la crisis actual. En 2008, las hipotecas subprime en Estados Unidos y los complejos instrumentos financieros derivados de ellas precipitaron la desaparición de Lehman Brothers, lo que sacudió el sistema financiero mundial hasta sus cimientos. La causa del desastre podría haber salido a la luz con bastante rapidez, pero el camino hacia la mejora mediante la estabilización de los bancos en dificultades era opaco y desordenado, lo que provocó sentimientos de desconfianza y temor entre los inversores y la población en general durante un largo período. Sólo una acción decisiva de los bancos centrales y la aplicación de estrés test exhaustivos para evaluar la salud financiera de las instituciones financieras sistémicas pudieron convencer gradualmente a los participantes en el mercado de que la causa de la crisis estaba finalmente firmemente controlada. Esas pruebas se aplicaron en el primer semestre de 2009, casi dos años después de que se produjera la crisis.
La palabra clave que diferencia la crisis actual de la de 2008 es transparencia. Esta vez nos ha golpeado una amenaza a la salud mundial, lo que hace que la causa y la trayectoria de la crisis sean muy claras. Aunque sus consecuencias son horribles, la ventaja del COVID-19 es que las métricas alrededor del virus nos ofrecen una perspectiva directa de la evolución futura, lo que nos permite hacer suposiciones seguras sobre cuándo estará bajo control el origen de la crisis. Si China es un buen indicador, la crisis habrá terminado para junio de 2020 en Europa. Es probable que EE.UU. tenga unas pocas semanas de retraso. Por lo tanto, la primera condición para la recuperación de la crisis, controlar la causa, debería ser fácil de evaluar y puede considerar que se ha cumplido cuando se reduzca el número de nuevas infecciones.
Si en 2008 la atención se centró en la regulación, ahora debe enfocarse en la reactivación de los «espíritus animales»
Eliminar la causa de la crisis podría ser más sencillo que en 2008, pero la segunda condición para que la crisis termine, la reactivación de los espíritus animales de los inversores, podría resultar más difícil y merece una atención especial. Los espíritus animales keynesianos se describen como un optimismo espontáneo que insta a los inversores a actuar. Surgen de la premisa de que los inversores tienden a tomar decisiones basadas en el instinto más que en el razonamiento racional. Cuanto más fuerte sea la confianza de los inversores en la evolución económica, más dispuestos estarán a correr riesgos. Al mismo tiempo, los niveles de confianza están inversamente relacionados con la racionalidad. Cuanto más confianza tienen los inversores, más emocional es su proceso de toma de decisiones. La confianza, o la falta de ella, se propaga por medio de relatos que son «contagiosos», de manera que penetran fácil y rápidamente en un gran número de participantes en el mercado que luego empiezan a actuar en conjunto dando forma a los eventos del mercado.
La pandemia del COVID-19 ha puesto un freno a los espíritus animales de los inversores. Eso hace que requieran una cuidadosa mezcla de medidas fiscales y monetarias, así como incentivos psicológicos que promuevan su vuelta. Esto se debe a que nos enfrentamos a una crisis que se encuentra ante una encrucijada; por un lado, ante los temores irracionales en torno a la vida humana y por otro lado, ante las necesidades económicas racionales, lo que pone al descubierto las tensiones y contradicciones que surgen de la búsqueda de un equilibrio entre la salud pública y las políticas económicas. El distanciamiento social se impone como un virus, pero perjudica a la economía. Se trata de un acontecimiento que no tiene precedentes y, como es lógico, los inversores están luchando por conseguir estructuras analíticas capaces de evaluar el impacto de la crisis actual. Sin embargo, los modelos tradicionales de análisis económico tienden a basarse en el supuesto de un comportamiento racional de los inversores, mientras que la crisis de COVID-19 está impulsada en gran medida por el sentimiento con fuertes corrientes emocionales que rozan la irracionalidad.
El peligro de que la economía mundial se quede atascada en un atolladero de incertidumbre y pesimismo incluso después de que el virus haya sido contenido, depende de la capacidad de los inversores de volver a encontrar la confianza. Como los bancos centrales ya han hecho en gran parte su trabajo, esto está esencialmente en manos de nuestros gobiernos.
Los mercados de renta variable se recuperarán a finales de año con una orientación adecuada
Hasta ahora, los bancos centrales y los responsables gubernamentales han inundado los mercados con liquidez y crédito, aunque esto ha tenido un efecto moderado en los mercados de renta variable. Para que se produzca un rebote total, los reguladores tecnócratas deben dar paso a economistas pragmáticos capaces de proporcionar una orientación adecuada en el futuro.
En primer lugar, es necesario evitar un confinamiento prolongado y paralizante mediante un cambio a medidas de cuarentena en función de los casos. Esto debería permitir, esencialmente, que las personas sanas y curadas vuelvan a trabajar. Esto sólo será posible si los gobiernos orquestan pruebas rigurosas sobre una base amplia de la población.
En segundo lugar, la política fiscal debe abordar de manera creíble las principales cuestiones económicas que están en el centro de la crisis. Esto es: alto desempleo, menores beneficios y mayor apalancamiento. Con respecto a esto, algunos países, incluidos EE.UU. y China, parecen estar en el buen camino mientras que Europa todavía parece estar en medio del debate. Es imperativo que los responsables políticos de todo el mundo cumplan sus promesas de crédito y que el «dinero puente» se arraigue en el sistema de manera amplia, hasta el punto de que se alivien las preocupaciones generalizadas en torno a la solvencia y la rentabilidad a corto y medio plazo.
La buena noticia es que los espíritus animales de los inversores tienen un sueño ligero y, si se les estimula con el cóctel adecuado, podrían despertar con un fervor sorprendente impulsando una fuerte recuperación del mercado de valores en la segunda mitad de este año. Una vez que la mayoría de la gente se convenza de que puede reanudar la libre circulación sin ninguna amenaza mortal para la salud y una vez que se recupere el empleo, especialmente en los mercados laborales menos rígidos como el de los Estados Unidos, veremos que los mercados de valores se recuperan en todo el mundo y no debería sorprendernos ver ganancias sustanciales a finales de 2020.
Tribuna de Daniel Seiler, director de Multiactivos en Vontobel Asset Management