Los comentarios y análisis sobre la economía europea siguen teniendo un tono negativo. Ciertamente, las cifras no reflejan una trayectoria tranquilizadora para la economía del viejo continente. De hecho, expresiones como “deflación”, “japonización” o “década perdida” se han convertido en términos habituales. Sin embargo, para una valoración correcta de la situación actual se necesita más que simplemente tomar los datos de un día y extrapolarlos de forma vaga. En nuestra opinión esta terminología definitiva es prematura.
En primer lugar, aunque los inicios de la crisis financiera se remontan a 2008, las tensiones financieras en Europa se agudizaron a mediados de 2012 y el continente empezó a salir de la recesión en 2013. En realidad, el BCE empezó a poner en práctica políticas no convencionales a finales de 2011. Dicho de otro modo, todavía es demasiado pronto como para poder tener una valoración adecuada de su política. Después de todo, la Reserva Federal puso en práctica sus soluciones hace ya seis años y los economistas aún continúan hoy debatiendo sobre sus resultados.
Nadie duda que los últimos cinco años han puesto de relieve algunos de los peores aspectos del enfoque institucional de Europa, pero al mismo tiempo han demostrado su capacidad para superar las dificultades. Las respuestas políticas a menudo han llegado tarde o han sido insuficientes, pero la Unión Europea ha actuado con munición auténtica con el objetivo de ayudar a la zona a superar la recesión. El final de una gran crisis financiera nunca sigue un patrón ordenado y no podemos olvidar que Europa sigue siendo frágil. No obstante, combinados con una mejora en las cuentas externas, unos esfuerzos más modestos en la disciplina presupuestaria podrían proporcionar algún estímulo económico. Por ejemplo, los proyectos de inversión en infraestructuras anunciados por la Comisión tan sólo ascienden a unos modestos 315.000 millones de euros y todavía tienen que definirse.
A nivel de países, España continúa avanzando de forma gradual en un círculo virtuoso y el desempleo está empezando a reducirse incluso aunque el crecimiento sigue sin ser espectacular. La verdadera solución se encuentra todavía en el campo de los pesos pesados de la zona euro, Alemania, Francia e Italia. En este sentido, los esfuerzos para mejorar la competitividad de las empresas en Francia e Italia en un entorno en el que los márgenes presupuestarios continúan siendo limitados seguirán alimentando las tensiones deflacionistas.
En Alemania, incluso el siempre riguroso Bundesbank está dando argumentos a favor de los aumentos salariales. Con una demanda privada tan anémica, el mayor ritmo registrado en las inversiones en infraestructura, sobre todo en los Länder occidentales, sólo dará lugar a un déficit público ligeramente superior e incluso podría hacer que el ratio deuda/PIB se redujese. Este debate está cobrando fuerza en Alemania, pero el sentimiento sigue dominado por la hostilidad hacia cualquier aumento nominal de los gastos.
La acción del BCE ha ayudado al sector bancario a sanearse y a Europa a seguir con vida ante cualquier mejora en la economía de Estados Unidos. Sin embargo, el desapalancamiento del sector privado ha sido menos pronunciado que en Estados Unidos y se espera que aún continúe. Probablemente la zona euro seguirá registrando un crecimiento débil y unos bajos niveles de inflación durante algún tiempo. El auge del populismo antieuropeo se puede ver tanto a la derecha como la izquierda del espectro político y, en nuestra opinión, constituye el principal riesgo para los próximos años.
Columna de Philippe Uzan, director de Inversiones Long-only en Edmond de Rothschild Asset Management.