Hace unas semanas Brasil anunció una serie de medidas cambiarias, con el fin de evitar el incremento de la tasa de cambio, la cual pasó, en unos pocos meses, de cerca de 2.10 a 2.45. Aunque los más optimistas argumentaron que la preocupación de Brasil era el tema de inflación, la explicación puede ser otra, mucho más poderosa.
En columnas anteriores hemos argumentado que el patrón característico de una crisis emergente es el siguiente: empiezan a salir los flujos de la economía local, lo cual sube el precio del dólar; las empresas, que durante los años boyantes habían ido al exterior a endeudarse en dólares (baratos), empiezan a sentir los estragos sobre sus estados financieros (pues recaudan en moneda local, y para pagar la deuda en dólares necesitan destinar más recursos), piden ayuda al Gobierno, el cual utiliza las reservas internacionales para tratar de controlar la moneda, sube la tasa de interés para ayudar a evitar la salida de capitales; con un efecto perverso sobre los activos locales, pues los bonos suben de tasa (cayendo su precio), y las acciones se desploman. El precio de la finca raíz cae, y comienza un severo ajuste económico.
Al tiempo que esto sucede, los países que tienen un déficit de cuenta corriente, sufren consecuencias más severas, pues generalmente este déficit se da por una balanza comercial desequilibrada, en que las importaciones (que deben ser pagadas en dólares) superan a las exportaciones; y que sumado a las transferencias al exterior de las utilidades empresariales (pues los flujos de inversión extranjera directa que habían llegado fueron para establecer a empresas que deben girar utilidades), llevan a un aumento en la tasa de cambio. Cuando el Banco Central se cansa, o pierde la batalla para controlar la tasa de cambio, viene una devaluación que, en promedio, ha sido del 20%.
Ya muchas veces en la historia de los emergentes ha sucedido esto. Y los gobiernos deberían haber aprendido que un exceso de apalancamiento en dólares (como el que se vive actualmente), no es bueno. Pero infortunadamente se tiende a olvidar. Al que no crea, le repito que vuelva y mire la fotografía de Tailandia en 1996, justo antes de la crisis.
Con Brasil, más allá del efecto de inflación, nos pusimos a revisar las cifras del endeudamiento privado y su fecha de vencimiento. Los pagos que tiene que hacer el sector corporativo de Brasil entre 2013 y 2014 es muy grande, cerca de 90.000 millones de dólares, que representa cerca del 60% del endeudamiento total del sector corporativo. Esto es un reto gigantesco para el gobierno de Brasil, que durante los últimos años trató de generar competitividad a la industria mediante la devaluación del Real Brasilero frente al dólar. El resultado hoy es triste: la industria no ganó grandemente en competitividad, pero sí tiene una carga financiera gigante.
Por eso, el Banco Central sacó swaps de moneda y otra serie de instrumentos, tratando de no tocar sus reservas internacionales, pero sí proveyendo la liquidez en dólares que necesitan los privados para que cumplan sus obligaciones en el exterior, entre este y el próximo año. Ojalá, por el bien de la región y para evitar desatar un nerviosismo generalizado, Brasil no tenga ningún problema mayúsculo. Pero tomo las cosas con un escepticismo “macondiano”.
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