Los 12.000 millones de dólaresya desembolsados por el FMI en 2025, más otros 000 durante 2025, más otros 6.100 millones prometidos por organismos multilaterales y nuevas rondas de “repos con bancos internacionales”, no son señales de confianza genuina en la economía real argentina, sino el combustible que busca garantizar una salida ordenada de capitales en el momento en que los inversores decidan cerrar posiciones.
El plazo mínimo de 180 días para mantener las nuevas inversiones no es más que una pillería para despistados. La arquitectura financiera está diseñada para que las utilidades en dólares ganadas en 2024 y el primer trimestre de 2025 puedan ser giradas al exterior sin fricciones. Como en otras oportunidades, los dólares que ingresan no lo hacen para financiar desarrollo productivo, sino para asegurar liquidez ante una eventual estampida antes de las elecciones.
Mientras el mercado festeja el “nuevo régimen cambiario” anunciado por el gobierno argentino y los grandes bancos de inversión lo celebran como un paso hacia la “normalización”, detrás del humo técnico y las frases elegantes se esconde una jugada conocida. Una jugada que ya vimos demasiadas veces. En lugar de un cambio estructural, lo que se ha puesto en marcha es una estrategia de carry trade con esteroides; dólares prestados para sostener un tipo de cambio intervenido, tasas altas en pesos para retener capitales especulativos, y la ilusión de una apertura que no es tal.
El corazón de la operación está a la vista; el FMI ya desembolsó 12.000 millones de dólares, con otros 3.000 millones comprometidos para junio y noviembre, y se espera que los organismos multilaterales aporten 6.100 millones de dólares más durante 2025. Como si eso no alcanzara, el BCRA negocia ampliar la línea de repos con bancos internacionales por 2.000 millones de dólaras. Todo esto en un contexto en que las reservas netas internacionales negativas estaban en (-10.400 millones de dólares), y donde las reservas brutas apenas alcanzaban el 15% del estándar ARA del FMI. Es decir, sin esta lluvia de dólares prestados, el sistema simplemente no se sostenía más.
La pregunta no es si esta jugada estabiliza el sistema cambiario, sino para quién estabiliza. Porque mientras se promete liberalización, se mantiene el control de capitales; mientras se habla de flotación, se fija una banda rígida entre 1.000 y 1.400 pesos, con deslizamiento del 1% mensual. Se relajan las restricciones… pero sólo para distraer que los flujos financieros que entren hoy tengan garantizada su salida en 180 días. Nadie va a jugar apostando a salir luego de las elecciones, sino antes. Y ahí está la trampa, no se está preparando una economía para crecer, se está preparando el escenario para que se puedan fugar -de forma ordenada y rentable- las ganancias financieras de todo el año 2024 y el primer trimestre de 2025.
Banda cambiaria: un cepo elegante
La instauración de una banda cambiaria entre los 1.000 y 1.400 pesos por dólar, con deslizamiento mensual del 1%, se presenta como un paso hacia la flotación. Sin embargo, no debe confundirse la flexibilidad con liberalización. El cepo sigue vigente, y el BCRA mantiene el control férreo sobre la canalización de divisas y las reglas de juego. Lo que se busca no es eliminar restricciones, sino garantizar un entorno de previsibilidad para quienes especularon y especulan unos meses más en pesos, pero planifican fugar capital y ganancias en dólares.
Impacto macroeconómico: desaceleración, déficit y riesgo social
El “éxito” del esquema depende de la llegada continua de dólares prestados, de una apreciación cambiaria controlada y de una tasa de interés lo suficientemente alta como para sostener el “carry trade”. Pero esta combinación es recesiva, desacelera el crecimiento, reduce la recaudación y amplía el déficit financiero. Para compensarlo, la única vía será un mayor ajuste sobre el gasto público primario.
Esto plantea un dilema peligroso: cuanto más profundo sea el recorte del gasto público, mayor será el riesgo de conflictividad social. El gobierno, en lugar de construir una estrategia de estabilización sostenible, está simplemente “pateando la pelota hacia adelante” para llegar en pie a las elecciones. La experiencia argentina nos recuerda que esta dinámica es frágil; en 2001, el experimento de la convertibilidad terminó colapsando poco después de la derrota electoral del oficialismo en octubre, con las legislativas de medio termino.
No estamos frente a un cambio de sistema, sino frente a una sofisticación del viejo modelo de valorización financiera, sostenido por deuda externa y represión cambiaria. El entusiasmo del mercado no puede confundirse con sustentabilidad macroeconómica. Mientras tanto, la sociedad argentina sigue siendo llamada a pagar el costo de un modelo que privilegia la ganancia financiera de corto plazo por sobre la estabilidad estructural de largo plazo.
Este no es un “régimen de flotación administrada”, es una puesta en escena para contener el tipo de cambio hasta que los grandes jugadores decidan salir. Y cuando eso ocurra, los dólares ya estarán listos. No son reservas genuinas: son préstamos que transforman al Estado en garante de una fiesta financiera. El verdadero objetivo es claro: asegurar la repatriación de dividendos, cancelar deuda intraempresa y liberar la salida de capitales que, más temprano que tarde, buscarán la puerta.
Argentina no está haciendo un cambio de régimen. Está haciendo tiempo. Está comprando oxígeno para llegar a las elecciones. Pero como en 2001, cuando De la Rúa y Machinea intentaron sostener la convertibilidad con el “Blindaje”, la lógica política es más fuerte que la económica. Ya conocemos este final; primero se va la confianza, después los dólares, y finalmente el ministro.
El costo social es el elefante en la sala. Para que esta ingeniería funcione, hay que seguir ajustando el gasto primario en un año de elecciones. – ¿Cuánto más se puede recortar sin que estalle el conflicto? ¿Qué ocurre cuando el ajuste toca los huesos de la sociedad real? ¿Y qué pasará cuando los que hoy celebran estas medidas empiecen a liquidar posiciones? – El régimen no cambió. Cambiaron las palabras, los cuadros de Excel, y el traje con el que se viste la próxima fuga de capitales.
Columna de opinión de Pablo Tigani, director de Fundación Esperanza. Profesor de Posgrado en UBA y universidades privadas. Máster en Política Económica Internacional, Doctor en Ciencia Política.