Una fuente de rentabilidad que ha estado agotada durante mucho tiempo está brotando de nuevo. Esta no proviene en absoluto de una nueva oleada de crecimiento. De hecho, hay motivos para dudar que la dinámica mundial pueda fortalecerse a medida que el ritmo de expansión de China se normalice y que unos países ricos anegados de deuda converjan hacia un crecimiento exiguo. La fuente de riqueza es otra: los bonos. Lo cierto es que, en un momento en el que la deuda francesa acaba de sufrir otra rebaja de calificación por parte de Standard & Poors y otros países de referencia –como Japón y EE. UU.– podrían correr la misma suerte, invertir en bonos, incluso de alta calidad, podría parecer poco razonable. Sin embargo, estas inversiones están en disposición de aplacar la sed de rentabilidades, probablemente durante varios años.
Quince años después de la crisis de 2008, los rendimientos nominales han recuperado su vigor a muy largo plazo. A lo largo de 100 años, el bono estadounidense a 10 años ha ofrecido un carry medio del 4,8 % 1 , próximo al nivel actual, pero esa cifra incorpora el periodo de inflación de los años 1970 y 1980, cuando el tipo de interés llegó a superar momentáneamente el 15%. Durante los últimos 25 años, la media desciende hasta el 3,3 %. Desde este punto de vista, el carry actual representa una prima de más del 1 % por encima de la media que, además, se acumulará durante 10 años, lo que constituye una oportunidad de mercado infrecuente. En la zona del euro, el bono francés a 10 años, que supera el 3% actualmente, se sitúa por encima de su media de los últimos 25 años (2,7 %).
Además, los rendimientos «reales» en los tipos largos actuales, deflactados por la inflación, han entrado en territorio positivo. Aunque la inflación puede mantenerse de forma estructural en cotas más elevadas que en los últimos veinte años, cuesta creer que pueda situarse de forma duradera por encima del nivel actual de los tipos largos. Los bancos centrales actuarían. Parece, pues, que va a mantenerse un rendimiento «real» de forma duradera.
Es cierto que la calidad de los bonos emitidos por Estados se cuestionará duramente durante los próximos años. Los presupuestos públicos sufren desequilibrios estructurales que no parece que se vayan a corregir pronto en un contexto de gasto abocado a aumentar, aunque solo sea para financiar las transiciones, principalmente la energética y la demográfica. Sin embargo, en esta fase las probables rebajas de las calificaciones de la deuda pública no parece que vayan a ocasionar pérdidas financieras significativas, dado que las calificaciones de los Estados ricos siguen siendo elevadas y se degradan muy lentamente. Además, los países ricos demuestran mucha inventiva a la hora de hacer frente a sus necesidades de financiación. El caso de Japón es elocuente: a pesar de que la deuda pública se cifra en el 250 % del PIB, el país no tiene ningún problema para acceder a los mercados, ayudado sobre todo por su banco central. Por último, existen pocas alternativas de inversión de bajo riesgo para los inversores. Aunque sólo sea porque no existe una opción mejor, los gobiernos o las empresas sólidas tienen garantizado atraer una parte de los capitales que no pueden fluir íntegramente hacia la renta variable, el oro, bienes de lujo o las criptomonedas. Algunos bonos de empresas siguen teniendo una calificación mejor que la de sus Estados, como Microsoft o Johnson & Johnson, que poseen una nota de AAA, la máxima, mientras que S&P y Fitch han degradado a EE. UU.
Además, los bancos centrales parecen estar a punto de anunciar recortes de los tipos de referencia, lo que debería relajar la curva de rendimientos. Al carry intrínseco de los bonos ya emitidos se añadiría entonces una rentabilidad vinculada a su revalorización: ganancia doble en perspectiva.
De este modo, se abre una nueva era en el mercado en la que invertir en bonos de alta calidad podría ser una opción preferente y una fuente de rentabilidad de la que el inversor podrá beber durante mucho tiempo.