Ya hace más de seis años que estamos inmersos en uno de los ciclos económicos más largos de la historia, aunque el menos querido. Los mercados han mostrado una capacidad mucho mayor que el público de sacudirse los efectos de la crisis financiera global. ¿A qué se debe esto? Escuchando a los expertos, se podría pensar que la razón no es más que una combinación de aire caliente y liquidez del banco central. Pero esto no podría estar más lejos de la verdad. Han sido los beneficios, no las opiniones de los expertos, las que han llevado a los mercados a nuevos máximos. Desde los mínimos marcados a principios de 2009, el valor del S&P 500 se ha triplicado, e igualmente los beneficios de las empresas que cotizan en el índice se han triplicado también.
Los beneficios empresariales en las grandes multinacionales –como las que cotizan en el S&P 500– se han visto favorecidos por el uso productivo de la mano de obra y el capital, la rotación rápida de activos, los bajos costes de energía y, sí, el históricamente bajo coste de capital, gracias a las políticas acomodaticias de los bancos centrales.
En los últimos meses, sin embargo, los beneficios han comenzado a decaer, y con ellos mi confianza en la trayectoria ascendente del mercado. La caída de los beneficios y las ganancias puede deberse a dos factores. El primero es el exceso de capacidad de producción mundial, especialmente en China. En los mercados desarrollados, la producción responde rápidamente a los cambios en la demanda, pero en China esto no es así. La demanda no responde de forma rápida. Esto supone un exceso de capacidad en la economía mundial, que tiende a deprimir la capacidad de fijar precios, no sólo de las empresas chinas, sino a nivel global.
El segundo factor que ha debilitado los beneficios empresariales es la tibia demanda de los consumidores. Habría esperado que el ‘dividendo de la energía’ por el menor gasto en gas y calefacción se tradujese en una mayor demanda de los consumidores en los mercados desarrollados. Pero lo que hemos visto en realidad es que un porcentaje significativo del ‘dividendo de la energía’ ha sido ahorrado en vez de volver a la economía. Al mismo equipo, los costes de la energía han comenzado a aumentar, lo que sugiere que de cara al futuro habrá una mayor presión a la baja sobre la demanda del consumidor. Eso podría dañar aún más el crecimiento general de muchas empresas.
Esta falta de crecimiento se ha traducido en debilidad de los gastos de capital en las grandes compañías y es una señal preocupante, ya que en mi opinión, el gasto de capital es el principal impulsor de la creación de puestos de trabajo y de los beneficios.
Estas son las condiciones que necesitaría ver mejorar antes de aventurarnos en activos de mayor riesgo:
Mientras esperamos a ver si esto ocurre, mi consejo a los inversores es el de ser cauteloso. Mi preocupación no es que la recesión sea inminente en este año, sino que estemos frente a una prolongada sequía en los beneficios que podría dañar los márgenes y la rentabilidad. Esto podría convertirse en el nuevo tema para los años finales de este ciclo de mercado, y hacer que sea aún menos querido.
James Swanson, estratega jefe de MFS Investment Management.