En septiembre de 2015, fue aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas la Agenda 2030 de Desarrollo Sostenible con el objetivo de eliminar la pobreza, luchar contra la desigualdad y la injusticia y poner freno al cambio climático, entre otros, para conseguir un desarrollo mundial sostenible.
La Agenda incluye 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) con el objetivo de promover la cooperación entre naciones y corporaciones y de movilizar y concienciar a la totalidad de la sociedad de la importancia de lograr las metas comunes y así garantizar un mundo más sostenible para las próximas generaciones. Estos ODS pretenden abordar los grandes retos globales, desde la lucha contra la pobreza o el cambio climático hasta la educación, la salud, la igualdad de género, la paz o las ciudades sostenibles. Y cada ODS incluye diferentes metas (en total 169) que contribuyen al cumplimiento del objetivo.
Pero para alcanzar un impacto real, no solo se debe implicar las instituciones, sino también a empresas e individuos – por ejemplo, mediante un consumo responsable -. El sector financiero y en particular los fondos de inversión no son ajenos a esa realidad, de hecho, deben financiar y respaldar el cambio necesario.
¿Cómo podemos influir en los ODS desde la gestión de fondos de inversión?
En sus inicios, las estrategias ISR se focalizaron exclusivamente en la exclusión de ciertas compañías o sectores de sus universos de inversión por el hecho, principalmente, de que su negocio estaba relacionado con actividades como, por ejemplo, el tabaco, el armamento o el juego. Durante los últimos años, la tendencia por parte de la comunidad inversora a la hora de acometer inversiones ha sido dar un paso más e incluir factores extra financieros en la definición de sus universos y procesos de inversión, como por ejemplo la consideración de factores ASG (ambientales, sociales y de gobierno corporativo). Siguiendo esta misma línea, los ODS ofrecen la oportunidad de añadir indicadores no financieros para evaluar las externalidades positivas o negativas de nuestras inversiones, además de potenciar el diálogo con las empresas cotizadas en aras de influir estratégicamente en sus planes de negocio.
No hay que olvidar que la inversión responsable no está reñida en ningún caso con la rentabilidad, sino más bien todo lo contrario, como ya demuestran numerosos estudios. Y es que reducir riesgos (regulatorios, reputacionales, etc.) necesariamente nos debe conducir a compañías mejor gestionadas, con unos costes de capital menores, lo cual facilita entre otros el acceso a recursos de forma más eficiente.
Por este motivo en los próximos años será una constante la proliferación de fondos que incluyan los ODS en su política de inversión a través del lanzamiento de nuevos fondos, el cambio de política de los existentes o la inclusión de métricas no financieras que reporten el impacto en los ODS. La transición desde el tradicional binomio rentabilidad-riesgo hacia un enfoque rentabilidad-riesgo-impacto es ya una realidad.
En este sentido, las gestoras deben ayudar a empoderar al inversor particular y, en su misión fiduciaria, no cabe sino aumentar el diálogo con las empresas en las que se invierte, estableciendo un compromiso accionarial que vaya más allá de la mera retribución. Los ODS permiten a gestores y analistas aumentar la convicción en las empresas en que se invierte, mediante el análisis exhaustivo de indicadores clave de cada una de las submetas recogidas en los propios ODS. Porque si hoy en día la valoración de una compañía se establece principalmente en base a activos intangibles, ¿por qué no analizar aspectos claves de los grupos de interés y como éstos impactan en la empresa? Sólo así podremos anticipar riesgos potenciales y detectar también oportunidades de inversión.
Por todo ello la integración de factores ASG debe permitir establecer algún tipo de rating cualitativo que complemente al scoring habitual basado en métricas financieras.
El respaldo europeo a la inversión sostenible
Recientemente la Comisión Europea ha presentado el ambicioso “green deal” o pacto verde para Europa: un paquete legislativo, que incluye muchas medidas distintas, con el que pretende transformar radicalmente su economía para lograr que Europa sea el primer continente climáticamente neutral para el año 2050. La Comisión ha estimado que alcanzar los objetivos de la Agenda 2030 requerirá una inversión anual adicional de 260.000 millones de euros, alrededor del 1,5% del PIB de 2018. Este flujo de inversión deberá mantenerse (y previsiblemente incrementarse) en los próximos años.
La magnitud del desafío requiere, por lo tanto, movilizar tantos recursos públicos como privados. Una de las claves principales radica en la implicación del sector privado, al cual se le invita a tomar las riendas y fomentar la consecución de los ODS en sus respectivas áreas de actuación y entre sus principales grupos de interés para contribuir de forma activa en este proceso de transformación. Además de exigirle responsabilidad, también se le ofrecen oportunidades para desarrollar sus respectivos negocios.
Y en todo este ecosistema, las gestoras podemos y debemos contribuir activamente y tomando las riendas para conseguir estas metas.
Tribuna Xavier Fàbregas, director Caja Ingenieros Gestión