Unos mercados bursátiles que se tambalean y unos precios de las materias primas a los niveles más bajos desde 1999 suscitan dudas sobre la fortaleza de la economía mundial. Al mismo tiempo, los indicadores de confianza muestran signos de incertidumbre. Todo el mundo parece centrarse en China como el principal culpable. Lo que está claro es que China está teniendo ciertas dificultades a la hora de gestionar esta delicada transición hacia una economía más orientada al consumo doméstico. En cualquier caso, sería demasiado fácil creer que este es el único motivo. Al fin y al cabo, los últimos datos económicos procedentes de China no han resultado nada sorprendentes. Además, hay numerosos indicios que demuestran que las medidas de estímulo emprendidas por las autoridades chinas desde finales de 2014 han comenzado a tener un efecto estabilizador en la actividad económica, aun cuando se mantiene la tendencia bajista a largo plazo.
Está claro que, después de más de siete años desde el inicio de la Gran Recesión, el mundo aún sigue haciendo frente a sus consecuencias y esto a pesar de que los tipos de interés han llegado a mínimos históricos y los bancos centrales han emitido importantes cantidades de billetes. ¿Qué es lo que va a pasar ahora? Tal y como ya señaló el físico danés Niels Bohr: «Hacer predicciones siempre es muy difícil, en especial sobre el futuro». O podríamos tomar las palabras del economista estadounidense Solomon: «La única función de las previsiones económicas es hacer que la astrología parezca respetable». También nos gusta la cita de JK Galbraith al respecto: «Los economistas no hacen previsiones porque las sepan, sino porque se las piden».
No estamos más preocupados por el tema de la economía china que lo que solíamos estar. Asimismo, la nueva bajada de los precios del petróleo se puede explicar en gran medida desde el punto de vista de la oferta. Se trata de una consecuencia del actual excedente de petróleo más que de un síntoma de una catástrofe económica inminente. Tampoco nos inquieta en exceso un cambio significativo en la política monetaria. A pesar de que a finales de diciembre de 2015 la Reserva Federal subió por primera vez los tipos de interés, es probable que la política monetaria siga siendo muy condescendiente, aun cuando las medidas no convencionales, como por ejemplo la expansión cuantitativa, no son la panacea cuando los tipos de interés están cerca o ligeramente por debajo de cero (la conocida como trampa de liquidez o liquidity trap).
Con el modesto crecimiento económico actual y el endeudamiento global, contemplar explícitamente un endurecimiento de las condiciones de liquidez constituiría un error político real. Dicho esto, el debate que ahora parece estar surgiendo en el seno del BCE entre los “halcones” y las “palomas” de la inflación sugiere que las expectativas de nuevas medidas de estímulo deben suavizarse. Por tanto, reiteramos nuestra opinión de que el BCE no tendrá una tarea fácil para lograr su objetivo de inflación cercano al 2%, sin contar, además, que existen varios riesgos políticos importantes. Una perspectiva más alentadora, por el momento al menos, es la que ofrecen los últimos indicadores de confianza para la economía de la zona euro que auguran una recuperación continuada, aunque a un ritmo moderado a pesar de los actuales vientos a favor.
Por el contrario, los principales indicadores en Estados Unidos apuntan a una desaceleración significativa a la que hay que prestar cierta atención. Las previsiones de un crecimiento cercano al 2,5%, tal y como actualmente estiman el FMI, la OCDE y la Comisión Europea, por ejemplo, parecen ser demasiado optimistas. Con un 1,8%, nuestras previsiones son inferiores al 2%, un nivel que corresponde a la mayor parte de las estimaciones de crecimiento a largo plazo para la economía estadounidense. Además, siguen existiendo riesgos a la baja. Un grupo minoritario de observadores cree que Estados Unidos volverá a caer rápidamente en recesión. Nosotros no iremos tan lejos (aún), puesto que el gasto de los consumidores se apoya en unos precios de la energía muy bajos y una recuperación de los mercados inmobiliarios y laborales.
Por otro lado, con unos tipos de interés reales a corto plazo aún por debajo de cero, este ritmo muy modesto de recuperación económica también indica que el riesgo de estancamiento no debería descartarse tan fácilmente. Al fin y al cabo, ya se observó una larga tendencia a la baja en los tipos de interés reales incluso antes de 2008, después de décadas de constante incremento del coeficiente de endeudamiento y los datos demográficos positivos. Estos vientos favorables ya no permanecerán con nosotros en los próximos años, una señal de que las condiciones de una trampa de liquidez global podría acompañarnos incluso más tiempo. A largo plazo, los últimos avances tecnológicos en numerosas áreas son un motivo para ser relativamente optimistas. Por otra parte, nadie sabe con exactitud a qué velocidad se desarrollarán los avances tecnológicos y el proceso de automatización, y mucho menos qué impacto tendrán en los precios, el empleo y la desigualdad. Por eso, como se ha explicado anteriormente, el futuro es incierto.
Columna de Hans Bevers, Chief Economist de Degroof Petercam.