No sé cuántos de vosotros recordáis qué pasó el 29 de enero de 1999… yo desde luego no. Sin embargo, es una fecha muy significativa, ya que podríamos considerarla como el nacimiento del movimiento de sostenibilidad corporativa moderno.
Este día Kofi Annan (secretario general de la ONU) pronunció las siguientes palabras en el Foro Económico de Davos ante cientos de ejecutivos: ¨Os propongo que vosotros, líderes de los mayores negocios del mundo, y nosotros, las Naciones Unidas, pongamos en común un conjunto de valores y principios que den un toque humano a los mercados globales”. De ahí surgieron el UN Global Compact, y los Principios de Inversión Responsable (PRI) a los cuales están adheridas a día de hoy 2.000 entidades, de las cuales unas 230 son gestoras de activos, con un volumen estimado de 70 billones de dólares.
Resulta curioso observar cómo el número de entidades adheridas a estos principios se ha disparado desde que tuvo lugar el comienzo de la crisis financiera. Y con ello, el volumen de activos bajo gestión en las distintas formas de inversión sostenible (inversión socialmente responsable (ISR), factores medioambientales, sociales y gobierno (ESG), temáticas, impacto…..)
Esto no es casual y responde a un cambio en la forma de hacer las cosas que desde nuestro punto de vista hará que la sostenibilidad no sea una tendencia sino un requisito a la hora de seleccionar dónde invertir.
En primer lugar, la historia nos ha demostrado que no es posible un crecimiento prolongado más justo y equitativo a largo plazo si no existe una colaboración entre la economía, la sociedad y la política; sin esta colaboración, la economía se hace muy vulnerable ante los “ismos” que están ahí, esperando una oportunidad: radicalismos, populismos, nacionalismo etc.
Cambio en el paradigma social: a nivel social nos encontramos ante una nueva generación para la que no todo vale. Que no está dispuesta a trabajar en cualquier sitio, que necesita más que nunca ese sentimiento de pertenencia y de orgullo de trabajar para una empresa y que se preocupa por el entorno en el que vive. Que, además, se siente más atraída por las empresas pequeñas y de nueva creación que por los grandes gigantes. A esto se une que, según Deloitte, en los próximos 15 años, el mundo vivirá la mayor transferencia de riqueza en la historia: 24.000 millones de dólares que pasan de la generación de la posguerra, los baby boomers, a los millennials. Y para esta nueva generación no tiene sentido trabajar para acumular riqueza por un lado y donar para arreglar lo que su empresa no ha cuidado por otro. Porque un mundo que combine hacer el bien con hacerlo bien es posible.
Por supuesto, no podíamos olvidarnos de la digitalización: el 60% de la población mundial está conectada a internet, principalmente vía smartphone, con un volumen y profundidad de información sin precedentes, por lo que podemos conocer prácticamente a tiempo real lo que están haciendo las compañías para obtener beneficios. Y además, podemos chequear la veracidad de lo que ponen en sus informes a golpe de click. Y qué queréis que os diga, me parece bastante simplista asegurar que ahora es cuando los inversores se preocupan por su dinero…. Yo diría más bien que ahora tienen más mecanismos para comprobar que lo que se dice y lo que se hace, encaja.
Por último, y por supuesto no menos importante…. la analítica de datos: ya no sólo podemos cotejar la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace, sino que, además, podemos medir el alcance y la profundidad de las acciones, tanto positivas como negativas, de las empresas, y el grado de evolución.
En conclusión, esto no puede ser un juego de suma cero: los inversores hemos alzado la voz demandando una mejor manera de hacer las cosas sin cortoplacismos, tan presente hoy. A cambio de esta demanda, nosotros hemos de ofrecer una inversión más paciente, para que no se entre en el círculo vicioso de tomar medidas dudosamente positivas para la sociedad y el medio ambiente a corto plazo a cambio de otorgarnos unas rentabilidades que sean pan para hoy, y hambre para mañana.
Sólo así esta demanda de inversión sostenible vendrá acompañada de resultados económicos, pero también sociales, ambientales y políticos positivos para la sociedad en su conjunto.
Tribuna de Ana Guzmán, directora de Inversiones de Impacto de Portocolom Asesores EAF y miembro del consejo de administración