Aparte 80 euros y, con ellos, compre una acción. Por ejemplo, de una gran petrolera. De acuerdo con algunas interpretaciones jurídicas, usted participa ahora en la propiedad de la empresa y los ejecutivos deben hacer todo lo que esté en su mano para elevar al máximo los beneficios y aumentar el valor de esa participación.
Sin embargo, esos mismos directivos se enfrentan ahora a la presión cada vez mayor que ejercen los consumidores, los empleados y los políticos para que tengan en cuenta no solo la rentabilidad, sino también las repercusiones globales de sus acciones en la sociedad. Durante años, cuando sus intereses han chocado y entrado en competencia con los de otras partes, los accionistas han sido los vencedores indiscutibles, pero ahora el péndulo comienza a oscilar en la dirección contraria.
Un siglo imponiéndose
La supremacía de los accionistas, es decir, la idea de que los directivos únicamente tienen la responsabilidad de elevar al máximo las rentabilidades para los propietarios del capital, ha dominado la filosofía empresarial durante un siglo y se sustanció en una famosa sentencia judicial.
En 1919, Henry Ford fue demandado por un grupo de accionistas cuando intentó reducir el precio de sus coches, algo que, en opinión de estos, les perjudicaba. En el pleito que se entabló, el Tribunal Supremo de Michigan falló que “una sociedad se organiza y gestiona principalmente para beneficio de sus socios”. El tribunal también dictaminó que los intereses de los accionistas priman sobre los de otras partes. “No está entre la facultades legítimas de un consejo de administración dar forma y dirigir los asuntos de una sociedad para el beneficio meramente accesorio de los accionistas y con la finalidad principal de beneficiar a otros”, afirmó el tribunal.
Esta idea tomó cuerpo más adelante, ya en la década de 1970, en influyentes artículos escritos por el economista Milton Friedman (1) y los investigadores Michael Jensen y William Meckling (2). Estos describían a los directivos como meros agentes de los accionistas, quienes también, al ser los propietarios últimos, son los que toman las decisiones en última instancia. Bajo este prisma, los accionistas solo tienen por objeto conseguir el máximo beneficio y la dirección de la empresa debe emplear todos los medios a su alcance para conseguirlo.
El péndulo oscila
Sin embargo, la preeminencia de los accionistas está recibiendo críticas contundentes, centradas en los posibles efectos sociales negativos derivados de una cultura corporativa que prioriza los beneficios sobre todo lo demás, por ejemplo el aumento de la desigualdad de ingresos o unas prácticas laborales deficientes. A consecuencia de ello, la presión política y social está dejándose sentir en el comportamiento de los ejecutivos.
La senadora estadounidense Elizabeth Warren propuso el año pasado que las empresas con ingresos de más de 1.000 millones de dólares permitieran a los empleados elegir al 40% de los consejeros. En la misma línea, los senadores Chuck Schumer y Bernie Sanders calificaron las recompras de acciones como “excesos empresariales” en un artículo del New York Times (2). En este artículo se acusaba a los consejos de administración de estar “obsesionados con la única idea de elevar al máximo los beneficios para los accionistas, en detrimento de los trabajadores y la fortaleza a largo plazo de sus empresas”.
Algunos podrían afirmar que una potente combinación de jurisprudencia y teoría de gestión empresarial tiene la capacidad de crear conflictos en las salas de juntas actuales. A un consejero delegado le plantean una dificultad cuando los objetivos de una empresa en materia ambiental, de sociedad y buen gobierno (ASG) compiten por recursos que generalmente se reservan para la inversión en activos productivos.
Pocos consejeros delegados quieren acabar como Henry Ford en 1919, pero los que persiguen objetivos ASG pueden verse expuestos a críticas de accionistas, activistas u otros grupos y atrapados entre sus obligaciones para con los propietarios de la empresa y la sociedad en su conjunto.
Como dijo el gurú de la gestión Peter Drucker en 2004: “El consejero delegado es el nexo de unión entre esa dimensión interna que es la organización y la dimensión externa formada por la sociedad, la economía, la tecnología, los mercados y los clientes”.
Sin embargo, a medida que el mundo cambia también evoluciona la naturaleza de este conflicto potencial. El péndulo de la influencia empresarial está desplazándose de nuevo hacia un conjunto más amplio de partes involucradas bajo el influjo de una multiplicidad de factores.
Tribuna de opinión de Bart Grenier, responsable global de gestión de activos en Fidelity International – Continúa en el siguiente enlace.
Referencias:
(1). Friedman, Milton (1970), “The Social Responsibility of Business is to Increase Profits”, New York Times
http://umich.edu/~thecore/doc/Friedman.pdf
(2). Jenson, Michael. C. y Meckling, William. H (1976), “Theory of the Firm: Managerial Behavior, Agency Costs and Ownership Structure”, Journal of Financial Economics