Uno de los mayores miedos que siempre he tenido a la hora de ofrecer asesoramiento financiero es la consecuencia fatal que pueden tener las decisiones de un asesor sobre la vida y ahorros del asesorado. La consecuencia directa de nuestro asesoramiento sobre su vida puede ser de tal magnitud, y puede afectar de tal manera a su futuro, sobre todo en edades cercanas a la jubilación, que puede llegar a atenazar nuestro buen juicio, no atender el nivel de riesgo que presenta el cliente o presentar un asesoramiento más conservador del que desea el propio cliente.
Esta situación, unida al gran desconocimiento general del ciudadano sobre las finanzas en general, y al exceso de confianza que suele tener el ciudadano hacia las personas encargadas de gestionar su capital, sólo puede empujar al asesor financiero a leer, aprender y formarse. La variedad de productos financieros es tal, que pese a ser imposible de abarcar en su totalidad, nos obliga a estar permanentemente vigilantes por la importancia de la tarea a acometer.
Recientemente, conocimos el caso de un amigo cercano, en el que su propia hija recomendó a su padre invertir todos los ahorros familiares en preferentes de un conocido banco nacionalizado donde ella misma trabajaba. Las consecuencias a día de hoy son por todos conocidas. También recibí hace poco el caso de un matrimonio sexagenario que al tratar de refinanciar su vivienda, firmaron una compraventa que les ha hecho perder su casa.
Ante estos casos, de lo que todos en el sector, y sin ser de él, conocemos por decenas, medito sobre la desmedida confianza que presenta la ciudadanía al presentarse ante comerciales de entidades que tienen un interés empresarial que prima sobre el interés del asesorado.
En las decisiones financieras más importantes de la vida de una persona -compra de vivienda, hipoteca, gestión del ahorro, inversiones, impuestos- hay una carencia generalizada de búsqueda de información y asesoramiento. Como consecuencia, por falta de ética empresarial en ocasiones, dejadez o falta de cuidado ha acabado en desahucios, cláusulas suelo, inversiones fallidas (preferentes, inversiones en sellos…), pérdida de poder adquisitivo, pago de impuestos evitables, etc.
Del mismo modo, observamos dentro del asesoramiento financiero, tanto por mi experiencia como cliente como por asesor que conoce el sector, una actitud reactiva, cuando el asesoramiento financiero debería ser principalmente proactivo. Yo mismo he hecho memoria y no he conseguido recordar ni una sola llamada de ninguno de nuestros antiguos asesores financieros o comerciales bancarios, donde nos recomendase invertir antes de diciembre en tal o cual activo ya que dado nuestro nivel de ingresos y retención, nos podía evitar el pago del IRPF, o donde nos recomendase recoger plusvalías o traspasar un fondo ante el incremento de la inestabilidad en una región.
Por tanto, creo imprescindible, como labor importante del asesor financiero, tomar conciencia de las consecuencias que pueden tener nuestras recomendaciones, siempre teniendo en cuanta que la decisión final es del cliente. La formación continua que requiere este sector, la valentía y ética de derivar a otros profesionales las cuestiones que no controlamos con el suficiente nivel de conocimiento, ser conscientes del beneficio que puede suponer para nuestros asesorados un asesoramiento proactivo tanto financiero como fiscal y, por último, intentar preservar la liquidez y el capital de nuestros clientes.
Recomiendo también al ciudadano que se informe y se asesore, más allá de que este artículo esté escrito por alguien del sector; especialmente, cuando tenemos que tomar una decisión financiera que puede marcar el signo de prácticamente toda nuestra vida y no tenemos los conocimientos suficientes para tomarla por nosotros mismos. Todos somos conscientes de lo corta que es la vida, que no podemos saber de todo y lo que cuesta ganar el dinero y ahorrarlo para una jubilación que cada día parece más lejana e insegura. Mi consejo es que preserven el capital y la liquidez, y sean libres de elegir su destino, y que no lo decida su oficina bancaria o un juez.