Cuando uno piensa en esta disciplina de inversión, que es una de las principales a escala planetaria, se nos vienen a la cabeza grandes maestros de la inversión tales como Warren Buffett, su socio en Berkshire Charlie Munger o su maestro Benhamin Graham, si bien a ellos se les podría añadir una veintena inversores exitosos (algo menos conocidos), que aplican la misma disciplina y han sido excepcionales batiendo a los mercados de forma sistemática y consistente, con retornos anuales de doble dígito a lo largo de sus trayectorias.
En los 13 años que preceden a la crisis originada por el coronavirus, el estilo «growth” se ha impuesto al “value” en un mundo en el que la disrupción tecnológica lo ha envuelto y revolucionado todo. Por tanto, quizás convenga plantearse ante esta eterna dicotomía, si conviene redifinir el concepto del value investing, especialmente cuando inversores como Buffett invierten hasta un 40% de su cartera en una única compañía de corte tecnológico como Apple. Visto en retrospectiva, desde que entró en su capital, la compañía se ha revalorizado más de un 150% en apenas tres años: ¿quién pone en duda que entró a buen precio?
El value investing consiste en cuantificar el valor intrínseco de algo, basándonos en sus fundamentales, capacidad de generación de flujos de caja y comprando una compañía a un precio que presenta un descuento significativo vs dicho valor. Los flujos de caja son estimados al más largo plazo posible y descontados a valor presente utilizando una tasa de descuento “libre de riesgo” (generalmente la rentabilidad del Tesoro a 10 años) más una prima por riesgo para compensar la incertidumbre a futuro. Se utilizan a efectos prácticos varias métricas, tales como la ratio precio s/ventas, precio s/beneficio (PER), pero en realidad todas emergen del Modelo de Descuento de Flujos de Caja, conocido como el DCF.
Ahora bien, determinar el valor intrínseco en la práctica es un reto, pues la clave no están las habilidades matemáticas aplicadas en el DCF, sino más bien, en barajar elementos de juicio superiores en relación con los inputs del modelo, para luego tomar decisiones de inversión a largo plazo. El concepto de inversión no es el de poseer un título, sino más bien el de ser co-propietario accionista de una compañía. Pero una cosa es lo que debe valer una compañía bajo sus fundamentales e hipótesis de negocio creíbles, y otra cosa bien distinta es su precio en mercado, que fluctuará hacia arriba o hacia debajo de forma caprichosa y dependiendo de múltiples factores… y es que estamos hablando de Mr. Market (término acuñado por el Sr. Graham), que puede mostrar precios y valoraciones de compañías que nada tienen que ver con el valor intrínseco y el negocio en cuestión. Es ahí donde surge la oportunidad para el inversor value. Claro está que esta disciplina requiere un pensamiento independiente, a menudo contrario al mercado y mucho control emocional para no dejarse llevar por los distintos ciclos de los mercados y poder así tomar decisiones basadas sólo en la búsqueda de valor.
Por sintetizar los elementos esenciales que definen el value investing, diría que son lo siguientes: (i) poner el foco en el valor intrínseco de una compañía a través del análisis de sus fundamentales vs su precio, (ii) concebir la tenencia de una acción como ser propietario proporcional de un negocio, (iii) detectar oportunidades de inversión cuando hay una divergencia notable entre el valor intrínseco y el precio cotizado de una compañía, y (iv) tener la disciplina emocional de actual solamente cuando esto ocurre.
En la última década, el estilo growth ha batido sustancialmente al value, pero ¿significa esto que el value está muerto o que requiere una redefinición en estos nuevos tiempos? Fue en los últimos años de los 80 y 90 cuando surgió esta dicotomía entre dos estilos de inversión, basándose el growth investing en poner el foco en compañías que esperaban crecer rápido y cuyos múltiplos de valoración eran elevados pues anticipaban un enorme potencial de revalorización a medio-largo plazo. Estas dos corrientes de pensamiento de la inversión han dividido el ámbito de la gestión de carteras en los últimos cincuenta años, bajándolo no solo al terreno académico, sino también categorizando fondos de inversión, gestores y firmas de inversión. En realidad, pensamos que ambos estilos no son necesariamente excluyentes y han de coexistir.
De hecho, no se trata de múltiplos de valoración bajos vs altos, dado que tener múltiplos bajos dista mucho de que una compañía esté necesariamente infravalorada. Una compañía con un PER bajo estaría barata cuando sus ingresos actuales y recientes son indicativos de su futuro. De lo contrario se trataría de los famosos “value-traps” (trampas), cuando las cosas parecen baratas, pero los números no lo reflejan, bien porque tiene debilidad operativa o bien porque las ventas e ingresos que sustentan la valoración, difícilmente se repetirán en el futuro. En realidad, el value investing, como apuntó Munger en su día, se trata de “comprar magníficos negocios a precios razonables”. En este sentido, se puede encontrar valor en empresas que pueden crecer exponencialmente, basándonos en intangibles como la tecnología para su éxito, teniendo un PER elevado incluso.
En mi opinión, el contexto actual, en el que la información es mucho más accesible que antes, disponiendo de más herramientas, y en el que los métodos de computación son infinitamente más rápidos que antaño permitiendo que la tecnología logre procesar información cuantitativa para la inversión de forma acelerada, hace que el entorno de la gestión de activos sea mucho más competitivo que nunca. Por este motivo, las decisiones de inversión acertadas deben estar basadas en aspectos de juicio cualitativo diferenciales que permitan concluir que el valor de la compañía será muy superior en mercado en un futuro próximo.
En línea con lo apuntado, el mundo ha cambiado, y el concepto value viene asociándose históricamente a empresas familiares, con ventajas competitivas y barreras de entrada fuertes, líderes de nicho, generadoras de flujos de caja y resultados recurrentes, sin deuda, etc. Creo que no cabe hablar de redefinición del concepto, sino de ampliación de la tipología de empresas, modificando el esquema mental y dando entrada a nuevas ideas, con curiosidad, sin desechar nada, incorporando la innovación que nos rodea y aprendiendo, analizando antes de conformar una opinión al respecto.
En conclusión, se puede encontrar valor en todo tipo de empresas y no cabe hablar de dicotomía entre value y growth, dado que en realidad todo el mundo quiere comprar por debajo del valor intrínseco y con un margen de seguridad, si bien conviene discernir entre el nivel de incertidumbre que uno quiere asumir en cuanto a si se trata de modelos de negocio probados o no. Por ello, para confeccionar una cartera de inversión que se adapte a todos los ciclos, conviene combinar compañías de todo corte, en las que hayamos encontrado valor: ambos estilos de inversión deben convivir.
Tribuna de Munesh Melwani, socio fundador y director general de la EAF Cross Capital.