Una de las creencias más extendidas es que a los mercados no les gusta la incertidumbre. Esta afirmación no solo es dudosa, en vista de que la incertidumbre es la esencia misma de los mercados, sino que sencillamente hoy día resulta falsa, al menos en lo que respecta a la inflación y el crecimiento.
Los bancos centrales llevan aplicando políticas monetarias acomodaticias de una envergadura sin precedentes desde hace aproximadamente una década. El principal motivo era evitar que el mundo se adentrara en una tendencia deflacionista al caer en una espiral de caída de los precios, del consumo y de la inversión, seguida por una profunda recesión. Cuando se implantaron por primera vez estas políticas en Estados Unidos en 2009, muchos economistas se temían que sería muy complicado encontrar el equilibrio adecuado y que, al intentar combatir la amenaza de la deflación mediante la inyección de miles de millones de dólares de liquidez en la economía, los bancos centrales corrían el riesgo de causar un drástico e incontrolado repunte de la inflación en algún momento.
Esto aún no ha ocurrido.
Sin embargo, la batalla contra la deflación en realidad nunca se ganó, y el resultado sigue siendo incierto.
Sin duda alguna, en los últimos tiempos los bancos centrales han estado cerca de lograrlo, dado que la economía estadounidense se aproxima al pleno empleo y las condiciones son ahora idóneas para que se produzca una recuperación generalizada en Europa.
Esto ha permitido a la Reserva Federal poner punto y final a su famoso programa de relajación cuantitativa desde 2014 y empezar a subir sus tipos de interés de referencia en diciembre de 2015. El Banco Central Europeo aún no ha llegado a ese punto, pero ya ha anunciado que empezará a retirar su programa de relajación cuantitativa en los próximos seis meses aproximadamente, tras lo que podría empezar a subir sus tipos de interés.
Existen muchos motivos por los que a los bancos centrales les gustaría liberarse de estas políticas monetarias poco convencionales lo antes posible: restablecer un cierto margen para cuando la economía se vuelva a debilitar, reducir las distorsiones en los precios de los activos financieros causadas por estas políticas durante muchos años y evitar tener que normalizar los tipos de interés de forma demasiado brusca cuando la inflación realmente repunte.
Pero este año siguen teniendo miedo de actuar demasiado pronto y de manera demasiado drástica, dado que subir los tipos de interés cuando la inflación aún no está fuera de la zona de peligro —esto es, por debajo del 2 %— y las economías siguen siendo frágiles podría lastrar la recuperación y reavivar la amenaza de que la inflación vuelva a caer. A pesar de la marcada creación de empleo que ha registrado Estados Unidos, el crecimiento salarial es mínimo porque la mayoría de puestos generados no requieren cualificación y, sobre todo, porque las empresas siguen mostrándose muy cautas de cara al control de costes.
Los precios del petróleo siguen situándose en niveles muy modestos, incluso después del repunte que experimentaron en 2016. Además, la predisposición a gastar de los consumidores estadounidenses sobreendeudados está empezando a disiparse y los últimos datos sobre el aumento del precio de las viviendas y los automóviles han sido inferiores a las previsiones. Algunos de los principales indicadores estadounidenses están empezando a revertirse, por lo que nada está garantizado.
Pero esta incertidumbre continuada es, en realidad, una bendición para los mercados, dado que fomenta que los bancos centrales mantengan la cautela, lo que se traduce en una situación ideal para los inversores. Si la inflación empezara a repuntar claramente, los bancos centrales se verían obligados a intervenir y los mercados, inevitablemente, tendrían que descontar una subida de tipos, lo que cuestionaría seriamente los precios de los activos financieros.
Si, por el contrario, las tasas de crecimiento e inflación volvieran a caer después de todo, esto supondría el fracaso absoluto de varios años de intervención monetaria, lo que constituiría una gran decepción para los inversores en renta variable. Cuando los mercados puedan estar seguros sobre la dirección que tomará la inflación, ya sea al alza o a la baja, tendrán un buen motivo para preocuparse.
Mientras tanto, pueden disfrutar del actual contexto de incertidumbre.
Didier Saint-Georges es miembro del Comité de Inversión de Carmignac.