En el Mobile World Congress (MWC) de este año en Barcelona, el fundador de la compañía de tecnología y telecomunicaciones SoftBank hizo una audaz declaración: Masayoshi Son comentó que “el día en el que la inteligencia artificial sobrepase el cerebro humano… llegará en los próximos treinta años”. Una gran afirmación que hacer en un evento en el que también se celebró el relanzamiento del Nokia 3310.
La inteligencia artificial (AI) tiene una larga historia. Primero prometió prosperar en la década de 1950, cuando los programadores comenzaron a entrenar a los ordenadores para aprender patrones a partir de un conjunto de datos. Desde entonces, la definición de AI ha ido progresando hasta abarcar cualquier tecnología que perciba el mundo exterior, procese esa información y actúe dando una respuesta.
Hasta hace poco, o bien las máquinas no tenían la “potencia computacional” necesaria para ejecutar los algoritmos necesarios, o los conjuntos de datos eran insuficientemente grandes como para contener la información suficiente para un entrenamiento útil. Además, la capacidad que se le ha dado a los ordenadores para resolver complejas ecuaciones diferenciales o jugar al ajedrez ha sido relativamente fácil, pero sin embargo ha sido casi imposible darles habilidades básicas como caminar o agarrar cosas. Esto se conoce como Paradoja de Moravec.
Ahora bien, la aparición de la verdadera inteligencia artificial es una posibilidad real. Esto se debe a la convergencia sin precedentes de la poderosa información basada en la nube, la tecnología móvil y al auge del Big Data. Mejores procesadores significan que los ordenadores pueden procesar más datos sobre el mundo exterior más rápido que nunca.
Sin embargo, es importante entender que gran parte de lo que la AI actual ya está logrando está “entre bastidores” o es simplemente un punto de partida. Y el desarrollo del smartphone ha sido clave para esto. La ley Moore (que indica que el rendimiento de los chips se duplica cada dos años), significa que un smartphone promedio ahora tiene poder de información mucho más allá que el superordenador más grande de hace cincuenta años.
Combinado con la conectividad permanente y varios tipos de sensores, el teléfono inteligente se ha convertido en una de las herramientas de recolección de datos más potentes del mundo. Cada día personas de todo el mundo utilizan su teléfono para controlar la ingesta de calorías, hacer compras y cada vez más, a través del “internet de las cosas”, controlar las máquinas en su entorno. La información resultante puede ahora ser almacenada, analizada e interpretada de forma relativamente barata, de modo que casi todos nuestros teléfonos incluyen hoy por hoy alguna forma de inteligencia artificial.
Por ejemplo, en el mundo del transporte, los algoritmos de planificación de ruta que se adaptan a las condiciones cambiantes del tráfico ya forman parte de nuestras vidas cotidianas. Y mejoras menores como el estacionamiento automático y el control del crucero adaptativo están en un proceso similar. Ahora, rutinariamente nos comunicamos con nuestros ordenadores a través de asistentes virtuales como Alexa de Amazon, Siri de Apple y el asistente de Google. Incluso en el mundo de los servicios financieros, la inteligencia artificial se utiliza para calibrar las decisiones de inversión en forma de robo advisors como Wealthfront, proporcionando servicios automatizados e incluso detectando el fraude.
También en la medicina
Sin embargo, estos adelantos se están preparando para impulsar una nueva ola de innovación, inteligencia y automatización en las próximas décadas. Tesla presume de que sus vehículos ya “cuentan con el hardware necesario para una capacidad de conducción autónoma completa a un nivel de seguridad sustancialmente mayor que el de un conductor humano”.
Mientras tanto, en el campo de la medicina, las posibilidades de salvar vidas son aún mayores. Un equipo del Imperial College de Londres ha desarrollado inteligencia artificial que puede diagnosticar la hipertensión pulmonar con una precisión del 80%, en comparación con el 60% de precisión habitual de los cardiólogos. Google, por su parte, ha logrado resultados de última generación utilizando la AI para identificar el cáncer de mama. Y mientras que los asistentes virtuales actualmente entienden y reaccionan a nuestros comandos, no debemos sorprendernos si empezamos a verlos predecir y apoyar nuestras acciones en el futuro.
Estos cambios en nuestro mundo tendrán, directa e indirectamente, un impacto dramático en las empresas en las que invertimos. Por ejemplo, el trabajo de compañías como Google, Tesla y Uber en coches sin conductor amenaza no solo a los gigantes automovilísticos establecidos, sino también a las empresas que los apoyan. Coches guiados por AI se moverán de manera diferente, pero también pueden ser adquiridos, reparados y, con la eliminación del error “humano”, asegurados de manera diferente también.
Es probable que esta disrupción cree tantas industrias y asociaciones como destruye. Para entender cómo esto podría afectar a los inversores, basta con mirar el S&P 500. En 1960, una acción típica habría estado presente en el índice alrededor de 60 años. Treinta años más tarde, es cifra se redujo a 20 años. La tendencia actual es ahora hacia los 12 años. El rápido ritmo al que progresa la tecnología hace que las empresas sean cada vez más vulnerables a la disrupción. Desde 1989, todos los rendimientos a largo plazo del S&P 500 provienen de sólo el 20% de las acciones. Como resultado, esta vulnerabilidad a la disrupción es algo que hemos elegido activamente en nuestra compañía para incluir en nuestro análisis.
Los beneficios potenciales de la AI han llevado a algunos a comparar su avance con la próxima revolución industrial. De la misma manera que las máquinas de vapor cambiaron las economías rurales y la mano de obra, la AI tiene el potencial de transformar modelos de negocio enteros. Como inversores, es nuestro trabajo reconocer a las compañías que liderarán y se beneficiarán de esos cambios, así como aquellas capaces de resistirlos. Sin embargo, aceptar y adaptarse a esos retos será parte de lo que hace que los próximos treinta años sean tan emocionantes.
Columna de Allianz Global Investors escrita por Sebastian Thomas, technology portfolio manager