En un entorno empresarial sometido a constantes cambios, la gestión de riesgos es clave para garantizar la supervivencia de cualquier negocio. Con motivo del Día de la Educación Financiera, promovido por el Banco de España y la Comisión Nacional del Mercado de Valores en colaboración con una veintena de instituciones públicas y privadas cada primer lunes del mes de octubre desde hace diez años, Avalmadrid se suma al doble objetivo de concienciar sobre la importancia de la educación financiera, así como de mejorar la misma en la población, y más en concreto en cuanto a las pymes y autónomos.
El Día de la Educación Financiera es un hito importante a través del cual las entidades participantes pretenden dotar de herramientas, habilidades y conocimientos que permitan a empresarios y autónomos adoptar decisiones financieras informadas y apropiadas.
Un día como hoy es una ocasión oportuna para recalar en los aspectos claves que debe contener una estrategia efectiva en gestión de riesgos. Nos centraremos aquí en los riesgos financieros, si bien parece esencial destacar la creciente importancia de los riesgos no financieros (los riesgos operacionales -relacionados con los procesos internos, eventos externos, recursos humanos y tecnología, incluyendo los ciberriesgos-, y los riesgos reputacionales), cuya adecuada gestión y control ha de garantizar la estabilidad de la empresa.
El riesgo y la rentabilidad sostienen una correlación directa, de modo que en general para tener una mayor rentabilidad en el negocio se ha de asumir un mayor riesgo. Desde los departamentos de gestión, control y supervisión de los riesgos se aplica un enfoque proactivo para mitigar los efectos de los mismos y reducir su impacto a través de la necesaria planificación. El perfil de riesgos que fije la empresa ha de ser congruente con el presupuesto de negocio aprobado, retroalimentándose ambas variables.
En primer lugar, es fundamental identificar adecuadamente los tipos de riesgos financieros que puedan impactar en la marcha de la empresa. Una vez identificados, se procede a la evaluación de los mismos, fase en la que se ponen de manifiesto aquellos riesgos más relevantes que supongan una amenaza real para la viabilidad del negocio. Los más comunes están relacionados con la liquidez, el crédito, la solvencia, el mercado y con el propio riesgo del negocio, el cual se deriva de no alcanzar las ventas que la empresa se fije como objetivo dentro de su perfil de riesgo. En el ámbito del riesgo de crédito también hay que tener en cuenta la exposición al riesgo de concentración, el cual se deriva de la dependencia elevada del negocio en pocos clientes.
La fase de valoración del impacto potencial de cada uno de estos riesgos en las magnitudes y resultados del negocio implica evaluar la probabilidad de que sucedan, y estimar cómo repercutirían en las principales variables de la empresa, como por ejemplo en términos de pérdidas, solvencia, reducción de ingresos o aumento de costes.
Posteriormente, es fundamental definir un plan de actuación con las medidas y estrategias para el control y mitigación del riesgo que reduzcan su impacto, de modo que se aceptará finalmente el riesgo remanente acorde al perfil de riesgo adoptado. Así, la diversificación del negocio es clave para gestionar el riesgo de concentración citado anteriormente.
En cuanto al riesgo de mercado, la empresa puede utilizar instrumentos financieros para protegerse contra fluctuaciones adversas de los tipos de interés, así como de las divisas en el caso de que la empresa tenga actividad en el exterior. También es posible transferir parte del riesgo a terceras partes, como las compañías aseguradoras de crédito y caución.
Adicionalmente, la propia evolución de la empresa y los cambios a los que está sometido el entorno en el que se desenvuelve, obligan a mantener un monitoreo continuo. En esta fase son fundamentales los sistemas de alerta temprana y los indicadores financieros y no financieros recurrentes, los cuales advierten a la empresa antes de que un riesgo exceda los límites fijados.
Cabe señalar que siempre existirá un nivel de riesgo que la empresa deberá aceptar como parte natural de sus operaciones – denominado ‘riesgo residual’ – y alineado con el perfil de riesgo que previamente se haya definido como aceptable.
Si bien no es posible eliminar por completo los riesgos, la empresa debe tratar de gestionar activamente los mismos para asegurar su continuidad y crecimiento, enfrentándose a las incertidumbres del mercado y aprovechando al mismo tiempo las oportunidades que puedan surgir.
En este proceso adquieren un papel fundamental las sociedades de garantía recíprocas (SGRs) que, como Avalmadrid, están especializadas en dar acceso a la financiación preferente a las pymes y autónomos sobre la base de la valoración de sus riesgos. Así, a través de los avales financieros, se alargan los plazos de devolución y se mejoran los tipos de interés de los créditos gracias a los convenios que se firman con las entidades financieras tradicionales proveedoras de los fondos.
Adicionalmente, las SGRs facilitan, a través de los avales técnicos, el respaldo necesario a las pymes y autónomos ante las administraciones públicas y ante terceros privados (por ejemplo, de cara a los concursos y licitaciones para adjudicaciones de obra y otros tipos de proyectos, concediendo avales ante los arrendadores de sus locales de negocio y ante sus proveedores externos, etc.). De este modo, las SGRs aportan una mejora de la capacidad de desarrollo del negocio recurrente de las empresas, dotándoles de un margen adicional para que asienten sus negocios.
Pymes y autónomos pueden encontrar en nosotros un socio estratégico que también les facilite ideas alternativas para llevar a cabo sus proyectos y alcanzar el éxito de la compañía.
Tribuna elaborada por Rodolfo Felipe, director Control de Riesgos de Avalmadrid.