Estados Unidos no puede más con su deuda. Pero no con la deuda del Estado, sino con la deuda de sus ciudadanos y de sus empresas. El déficit público se está reduciendo a una velocidad de vértigo. Pero los mismos votantes a los que preocupa que el Gobierno gaste más de lo que ingresa no son capaces de ahorrar.
Las cifras son brutales. Las familias estadounidenses deben 11,52 billones («trillion») de dólares. Las empresas, más de 16 billones. En total, la deuda privada es casi el doble que la pública. Y no hace más que aumentar. Paradójicamente, las empresas han aprovechado esta época de tipos de interés bajos para emitir deuda. Y las familias, aunque han restablecido parcialmente sus balances, no pueden ahorrar. Los salarios reales están bajando. Cuando las empresas invierten, lo hacen en maquinaria. Y, si crean empleo, saben que tienen un inmenso pool de desempleados en el que buscar trabajadores, de modo que, salvo en industrias muy concretas, como Internet, no ofrecen sueldos altos.
En un momento en el que la Reserva Federal está empezando a endurecer su política monetaria, y con el mercado esperando las primeras subidas de tipos de interés para dentro de unos 15 meses, esa enorme bolsa de deuda es un factor de preocupación. No hay que olvidar que la última crisis no estalló por el déficit público que George W. Bush había creado con sus bajadas de impuestos (el 11-S apenas tuvo repercusión en la economía, al igual que las guerras de Afganistán e Irak), sino por la deuda privada.
Ahora, además, hay otro factor de peligro: la deflación. Los precios apenas están subiendo y eso, en una economía endeudada y en la que el crédito apenas fluye, es peligroso. Estados Unidos necesita hoy inflación, es decir, hacer que el dinero valga menos, porque así las deudas también reducen su valor real, aunque desde el punto de vista nominal no caigan. La propia Reserva Federal está tratando de generar cierta inflación. Pero el crédito no fluye a la economía.
La inflación, sin embargo, es solo un parche, un remedio temporal que no soluciona el verdadero problema de fondo de Estados Unidos, y que es algo tan simple como que los salarios son demasiado bajos y los beneficios empresariales demasiado altos. Hoy, en todo el mundo -y EE.UU. no es una excepción- el factor capital prima sobre el factor trabajo. Eso ha quedado de manifiesto con los datos de crecimiento económico del último trimestre de 2013, que reflejaron un nuevo aumento de los beneficios empresariales. Mientras la balanza siga tan desequilibrada del lado del capital, la deuda de las familias seguirá creciendo, y las empresas tendrán incentivos para, también, endeudarse en Wall Street. La recuperación estará en la cuerda floja.
Columna de opinión del periodista Pablo Pardo, corresponsal del diario El Mundo en Washington y colaborador del Diario Las Américas