Las cosas se complican. La caída de los bonos empieza a preocupar a los inversores. Ya no resulta tan fácil dejar los títulos de renta fija de colateral y apostar por acciones de renta variable. El aumento de los intereses a largo plazo que los inversores están exigiendo comienza a erosionar el valor de los bonos y las llamadas para un ajuste de márgenes están incrementando la volatilidad de las bolsas.
El siguiente paso será el cierre de las líneas de crédito y financiación de aquellas inversiones o proyectos más especulativos, sin previsión de generar beneficios a corto plazo. Todavía es muy pronto para afirmarlo con rotundidad, pero en Wall Street se teme una desaceleración de las salidas a bolsa y de los SPACs en los próximos meses.
Estos ágiles vehículos de inversión, pero a menudo también muy especulativos, parece que dejan atrás su mejor época. A los inversores les ha entrado últimamente algo de vértigo y empiezan a frenar sus compulsiones alcistas para evitar una ruptura traumática de una burbuja hinchada a conciencia en los últimos meses. Todo un reto, sin lugar a dudas, especialmente para índices como el Nasdaq o para algunas empresas tecnológicas, que han experimentado fuertes revalorizaciones en los últimos meses.
El avance en el proceso de vacunación, la apertura de los países y, en general, la lenta pero inexorable vuelta a la normalidad va a traer también una depuración de los últimos excesos bursátiles. En otras palabras, la burbuja está comenzando a deshincharse y ya sabemos que será mucho mejor si este fenómeno se produce poco a poco que si, por el contrario, es una explosión descontrolada que acaba contaminando a todo el mercado.
La diferencia entre esta burbuja y la que vivimos a principios de siglo con el nacimiento de internet es que en esta ocasión hay una base muy sólida de empresas en el Nasdaq que son realmente dominantes. Sólo la regulación puede hacer que estas compañías líderes reduzcan sus tentáculos y, con ello, que sus valoraciones bursátiles caigan de manera significativa. De lo que sí estoy seguro es de que las empresas que no generen beneficios o que necesiten equity o deuda para subsistir tienen en estos niveles un futuro muy incierto.
Si la llegada del virus y la pandemia nos han traído una de las mayores burbujas en los mercados de las últimas décadas, la generalización de la vacuna va a tener paradójicamente el efecto contrario. La apertura de las actividades económicas y los países va a incrementar la velocidad a la que se mueve el dinero y la inflación no tardará en aparecer. Habrá, entonces, que ver quién puede tolerar una inflación más alta y quién no. Los bancos centrales mantienen su discurso y rechazan en estos momentos cualquier subida de los tipos de interés oficiales, pero en 2022 todo puede cambiar.
Junto a una potencial revisión del precio del dinero otro punto clave a medio plazo serán las subidas de impuestos. Un alza de tasas que empezará a tomar forma en los próximos meses cuando los gobiernos de todo el mundo busquen fórmulas para pagar toda la deuda que se han visto obligados a emitir para mantener sus economías a flote a lo largo de la crisis sanitaria.
Un aumento de impuestos que muy probablemente impactará tanto en las empresas como en los particulares y que, en combinación con los avances tecnológicos desinflacionarios, puede ser de gran ayuda para evitar que los precios se desboquen al alza. Los impuestos son muy importantes a la hora de calcular el valor presente de los flujos futuros de las empresas. Los países con impuestos más bajos van a seguir creciendo porque, entre otras cosas, van a conseguir atraer población y talento.
La vacuna va a generar, en definitiva, alto crecimiento en todas las economías occidentales a partir de la segunda mitad del año, pero esta dinámica no está ni mucho menos garantizada. El riesgo de una mayor inflación acompañada de una potencial alza del precio oficial del dinero y de los impuestos hará que el manejo de la economía y los mercados se compliquen a partir del 2022. Ya no quedan balas monetarias, ni fiscales. En el futuro sólo un incremento de la productividad nos mantendrá a flote.
Tribuna de opinión de Pedro Escudero, CEO de DPM Capital