Miramos al nuevo año con optimismo, pero sin bajar aún la guardia, ya que preferimos ir sobre seguro y no lamentar nada después. 2023 nos ha deparado algunas sorpresas positivas al haber mostrado la economía global y los activos de riesgo un mejor rendimiento del que se temía. En Europa, la crisis energética sufrida el invierno pasado se resolvió sin necesidad de racionar el gas y sin caer en una profunda recesión. Los precios de la energía y las tasas de inflación han bajado a nivel global. En EE. UU., la economía está estimulada por el gasto fiscal y sin resentirse por la subida de los tipos de interés. Solo la reapertura de China tras el confinamiento de COVID-19 ha decepcionado, al ser su demanda acumulada menor que otros países.
Esperamos que las tasas de inflación sigan descendiendo en 2024, pero su lento ritmo de descenso decepcione a parte de los inversores. La demanda de trabajadores sigue siendo elevada, con una marcada escasez de mano de obra en muchos países a causa de los cambios demográficos. En este entorno, los hogares se ven beneficiados por el menor riesgo de desempleo y la subida de los ingresos y salarios reales. Como resultado de ello, el consumo privado repuntará, sobre todo en Europa. Aun así, es probable que se reduzca la inversión debido a unas peores condiciones de financiación consecuencia de los tipos de interés oficiales, lo que acabará ralentizando también la economía estadounidense. En China, los ajustes estructurales en el mercado de la vivienda seguirán afectando a las perspectivas a medio plazo, aunque un mayor gasto fiscal podría mejorar la dinámica en los próximos trimestres.
En términos geopolíticos, seguimos atravesando un momento difícil, como evidencian la guerra en curso en Ucrania y la nueva y trágica guerra entre Israel y Hamás. Más allá del inmenso sufrimiento humano que originan estos conflictos, las tensiones geopolíticas acarrean consecuencias económicas que ya no es posible ignorar. Incentivan las políticas industriales y la creación de nuevas cadenas de suministro. Ello no se traduce necesariamente en una reducción del comercio, pero sí en uno menos eficiente, ya que disminuye el crecimiento de la productividad y encarece los precios. Además, las tensiones geopolíticas conducirán a un mayor gasto en defensa. En otras palabras, ponen fin a la paz del que muchos países se beneficiaron en las últimas décadas.
La mayor necesidad de gasto público en defensa e infraestructura y para la transición climática se produce en un momento en el que los presupuestos públicos ya están bajo presión. Las generosas ayudas concedidas durante la pandemia y las subvenciones a la energía del pasado invierno han incrementado el déficit presupuestario y las ratios de endeudamiento. Otra carga presupuestaria creciente es la que resulta del aumento de los rendimientos de los bonos del Estado en más de tres puntos porcentuales desde finales del 2021. Para un país con una relación deuda/PIB del 100 % –un nivel similar al de EE. UU. y Europa–, esto implica la necesidad de destinar un 3 % adicional del PIB al servicio de la deuda a medio plazo, a menos que los rendimientos de los bonos vuelvan a bajar. En un entorno en el que los pagos de las pensiones aumentarán año tras año, esto supone un enorme reto para los gobiernos. El endurecimiento de las condiciones de financiación no es una casualidad, sino una condición necesaria para lograr que las tasas de inflación desciendan hasta el objetivo. Confiamos en que los bancos centrales lograrán ajustar la inflación, aun cuando lleve más tiempo que en ciclos anteriores.
Por último, se espera que bajen los tipos de interés oficiales a partir del segundo semestre de 2024. Los mercados financieros acabarán beneficiándose de la caída de los tipos de interés oficiales. Pero antes de llegar a este punto, lo más probable es que atravesemos un periodo de escasos beneficios corporativos y elevados tipos de interés. En este tipo de entorno, los prestatarios de baja calidad –como los países, las empresas y los hogares altamente endeudados– serán los más vulnerables. Los activos seguros, como los bonos corporativos y del Estado de alta calificación, así como los sectores de renta variable defensivos y el oro, son los que mejor rendimiento ofrecerán en este periodo intermedio. Una vez que los tipos de interés oficiales y los rendimientos de los bonos hayan caído a niveles más bajos y sostenibles, los activos de mayor riesgo volverán a repuntar, llevando a los mercados de renta variable a nuevos máximos en la segunda mitad de 2024.
Tribuna de opinión de Karsten Junius, CFA y economista jefe de J. Safra Sarasin Sustainable Asset Management.