Cuesta pensar en algo que pueda dar impulso a la economía mundial en 2020. Esperamos más de lo mismo: un crecimiento mundial exiguo, una política monetaria cada vez más expansiva y mayor riesgo político, mientras que las potentes fuerzas deflacionistas originadas por un mundo excesivamente endeudado, el envejecimiento demográfico y la disrupción tecnológica, siguen actuando en segundo plano.
En julio de este año, la economía estadounidense entró oficialmente en la expansión económica más larga de su historia. Aunque la Reserva Federal ha enmarcado el estancamiento del crecimiento dentro de una desaceleración de mediados de ciclo de la que puede escaparse mediante pequeños retoques en la política monetaria, considero que existen múltiples presiones que sugieren que la economía mundial está alcanzando el final del ciclo, y muchas de ellas están íntimamente ligadas a la economía china, que se ha frenado considerablemente este año.
El sector manufacturero se encuentra ya técnicamente en recesión en el 60% de los países, incluido EE.UU., lo que no sorprende a la vista de que China es el principal motor del crecimiento del PIB mundial. La guerra comercial está agravando la desaceleración, tanto en China como en el resto del mundo, pero las causas últimas de esta debilidad son de índole más estructural.
El efecto combinado de la desaceleración de la economía china y la política de endurecimiento monetario de la Reserva Federal durante los dos últimos años —tras una década arrastrando a los mercados hacia la complacencia— ha comenzado ahora a dejarse notar en la economía mundial.
¿Podría China provocar una reanimación de la economía mundial, como ha hecho varias veces tras la crisis financiera de 2008? Considero que es harto improbable: las autoridades chinas han dejado claro que no contemplan estímulos monetarios masivos, el país ya posee unos niveles de deuda elevados y un mercado inmobiliario inflado, y cada ronda de estímulos desde 2008 ha tenido un efecto progresivamente menor a la hora de dar impulso a la economía.
El fuerte incremento de la inflación este año por el encarecimiento de la carne de cerdo, debido a la epidemia de gripe porcina, ha limitado aún más la capacidad del banco central para relajar las condiciones monetarias.
En cuanto a EE.UU., el país parece encaminarse hacia una recesión inminente en los beneficios empresariales: se prevé que los beneficios del cuarto trimestre, junto con los del tercer trimestre, sean negativos. Según una encuesta reciente, la mitad de los directores financieros del país espera que se produzca una recesión antes de las elecciones presidenciales de noviembre de 2020, lo que probablemente tenga una repercusión considerable en la inversión empresarial.
Los mercados de deuda corporativa también están emitiendo señales de tensiones, ya que el miedo a la recesión ha reducido la demanda de deuda la deuda high yield de menor calidad, que podría sufrir una rebaja de su nota crediticia. Esta frágil dinámica es especialmente preocupante si tenemos en cuenta que la deuda corporativa está en máximos históricos y ronda la mitad del PIB nacional, después de que billones de dólares se hayan destinado a improductivas recompras de acciones. Dentro de este contexto, el sector tecnológico parece especialmente vulnerable, como también lo es al riesgo político, a tenor de que los dos grandes partidos apoyan actuar contra las grandes tecnológicas.
Con todo esto en mente, esperamos que los datos macroeconómicos sigan deteriorándose en todo el mundo en 2020, lo que debería obligar a los bancos centrales a recortar los tipos de interés; ello empujará los tipos de los bonos cada vez más a la baja. De hecho, salvo que medie un shock inflacionista, pensamos que los tipos de los bonos del Tesoro de EE.UU. podrían caer hasta cero durante los próximos 12-18 meses, hasta converger con los tipos negativos que ya se observan en Japón y Europa.
Por lo tanto, seguimos desarrollando una estrategia barbell defensiva que conjuga deuda pública líquida estadounidense y australiana, con calificación AAA, con una exposición muy selectiva y de baja duración a deuda corporativa y a situaciones especiales. A pesar de nuestro enfoque conservador, seguimos encontrando nuevas oportunidades en los mercados internacionales de renta fija, desde deuda pública griega y egipcia hasta productores de vacuno y avícolas de EE.UU. y Brasil. De cara al futuro, sigo teniendo la certeza de que mi equipo posee la experiencia y la flexibilidad necesarias para pilotar la estrategia a través de la próxima etapa del ciclo crediticio, gestionando el riesgo sin dejar de buscar rentabilidades positivas.
Columna de Ariel Bezalel, responsable de estrategia del área de Renta Fija y gestor del fondo Jupiter Dynamic Bond de Jupiter Asset Management.
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