Aunque los tipos de interés negativos son sencillos en la teoría, no lo son tanto en la práctica. En un sistema de moneda de papel, los hogares tienen la opción de retirar saldos y almacenar ahorros en formato físico, es decir, el típico escenario del «dinero debajo del colchón».
Esto complica la vida a los bancos comerciales, ya que se les cobra un tipo de interés negativo (que, a efectos prácticos, adopta la forma de una comisión) sobre los depósitos propios que mantienen en el banco central, pero no pueden repercutir dicha comisión a los ahorradores minoristas por miedo a que se produzcan fugas de depósitos.
En consecuencia, los tipos negativos actúan meramente como un impuesto sobre la rentabilidad bancaria. De hecho, este tipo de política puede llegar a ser contraproducente si los bancos responden a ella incrementando los cargos o comisiones por préstamo o, incluso peor, reduciendo el crédito.
El banco central suizo está a la cabeza en cuanto a políticas de tipos de interés negativos con una tasa oficial que actualmente se encuentra en el -0,75%. Hasta la fecha, los bancos no han repercutido este gasto a los consumidores y, de hecho, el tipo de interés medio sobre las cuentas de ahorro (el que normalmente se aplica a los hogares) no ha bajado de cero.
Algunos bancos suizos han anunciado recientemente que podrían comenzar a cobrar a sus clientes más ricos por mantener grandes depósitos en meses posteriores de este año, aunque esta sigue muy lejos de ser una práctica generalizada.
En cambio, los bancos disponen de más flexibilidad al repercutir los tipos negativos a sus clientes corporativos, ya que para las empresas resulta poco práctico, cuando no imposible, mantener su efectivo en formato físico (dicho de otro modo, necesitarían colchones mucho más grandes para alojarlos). Un hecho que lo pone de manifiesto es el descenso en los tipos de interés abonados sobre los depósitos a un mes, cuyo uso es mucho más habitual en las empresas que en los hogares.
Los responsables de los bancos centrales son conscientes de los problemas que ocasionan los tipos negativos, particularmente en el sector bancario, pero hasta la fecha han determinado que su impacto neto es positivo. En algún punto, los tipos de interés serán tan bajos que los beneficios dejarán de compensar las dificultades, un fenómeno que se conoce como «reversal rate».
Una estrategia que trata de mitigar el impacto de los tipos negativos sobre el sector financiero es el denominado «tiering». Cuando se aplica el «tiering», los bancos comerciales solo soportan tipos de interés negativos sobre una parte de las reservas que han depositado en el banco central, y se aplica un tipo de interés superior (o menos negativo) al remanente de las mismas.
El «tiering» ya está aplicándose en Suiza o Japón y el Banco Central Europeo anunció el pasado 12 de septiembre que empezaría a aplicarlo. Sin embargo, en el caso de Japón y Suiza, el «tiering» solo ha servido para amortiguar, y en ningún caso eliminar, el impacto negativo sobre la rentabilidad de los bancos.
Una solución radical consistiría en migrar a una sociedad completamente libre de efectivo, lo que permitiría a los bancos repercutir los tipos de interés negativos directamente a los hogares sin temor a posibles salidas de capitales. Tal enfoque sería extremadamente controvertido desde el punto de vista político, pero visto el ejemplo de un analista financiero «loco» que hubiese predicho tipos de interés inferiores a cero, no puede descartarse nada de cara al futuro.
¿Cuál es el impacto sobre los ahorradores e inversores?
Un mundo de tipos de interés negativos es un terreno yermo para los ahorradores con aversión al riesgo, hoy completamente privados de las rentas de bajo riesgo que proporcionan las fuentes tradicionales.
Los inversores no deberían olvidar el principio de que no hay rentabilidad sin riesgo. En cambio, para aquellos dispuestos a tolerar un cierto grado de volatilidad en el capital y/o iliquidez, existen opciones para seguir percibiendo rentas.
La deuda corporativa con tires más altas o de mercados emergentes ofrecen unas rentas atractivas, pero es importante filtrarlas por calidad haciendo hincapié en evitar emisores excesivamente apalancados, que podrían ser los más sensibles a un estancamiento en el crecimiento global.
Análogamente, los índices de referencia de renta variable que pagan dividendos más altos podrían resultar adecuados para aquellos inversores con plazos de inversión más largos y capaces de soportar un cierto grado de volatilidad del capital.
En una hipotética cartera en la que la renta variable y la renta fija tuviesen idéntica ponderación, las acciones generarían ahora un 80% de las rentas si la divisa inversora fuese la libra y el 100% de las mismas si esta fuera el euro.
Desde un punto de vista regional, el FTSE All-Share es uno de los índices de renta variable que mejores dividendos paga, pero, actualmente, la incertidumbre sobre el Brexit complica la decisión de asignar activos a valores británicos.
En el caso de aquellos inversores capaces de tolerar un componente de iliquidez, los activos de infraestructuras también merecen consideración como fuente de rentas fiable.
Al menos en Europa, el pronóstico sobre la rentabilidad del efectivo a largo plazo se antoja desalentador. Por ello, una planificación de largo recorrido y una correcta comprensión de los grandes riesgos inherentes a las diferentes clases de activos son aspectos esenciales para que los ahorradores alcancen sus objetivos de inversión.