La semana pasada, la Reserva Federal estadounidense rebajó los tipos de interés por primera vez en diez años y la Casa Blanca ha amenazado con imponer aranceles del 10% al resto de importaciones chinas por valor de 300.000 millones de dólares a partir del 1 de septiembre.
Los inversores se han sentido decepcionados ante el recrudecimiento del conflicto comercial y la Fed ha interpretado su reacción como un «ajuste de mitad de ciclo», tomándose con bastante calma estos acontecimientos. Sin embargo, las amenazas de represalias por parte de China en el frente comercial, junto con la fuerte depreciación del yuan chino, han proyectado una negra sombra sobre las perspectivas, provocando una caída cercana al 3% del Dow y el S&P 500 y un descenso de la rentabilidad del bono del Tesoro a 10 años de 13 p. hasta marcar su nivel más bajo desde octubre de 2016.
El mercado cotizaba conforme a unas expectativas poco realistas
El repunte de las bolsas iniciado a principios de junio se había basado en la idea de que el segundo semestre del año estaría caracterizado por un crecimiento moderado, una relajación en las tensiones comerciales y una política de la Fed muy acomodaticia.
Esta es la trinidad imposible de 2019: los mercados lo quieren todo, pero esas tres condiciones no pueden coexistir y, en los últimos días, el optimismo de los inversores se ha topado con una realidad más sombría en cuanto al comercio y la política monetaria.
Beneficios que no destacan y múltiplos que tocan techo
Las estimaciones de crecimiento de los beneficios para 2020 rondan el 11% desde finales de mayo, una cifra que podría parecer demasiado elevada. Sin embargo, las estimaciones de beneficios de 2019 se han deteriorado, mientras que el ratio PER a 12 meses del S&P 500 ha pasado de 15,7 veces a máximos de 17,1 veces. Con el sentimiento inversor como principal determinante del comportamiento del mercado en los dos últimos meses, más que a los cambios en las perspectivas de beneficios, el mercado bursátil ha estado a merced de una revaloración de las acciones al frenarse las expectativas.
De momento, el riesgo de recesión es reducido. Los aranceles afectan a la confianza de las empresas, algo que de momento ha estado incidiendo en el gasto en inversión y en el sector manufacturero. No obstante, el riesgo radica en que la debilidad del sector manufacturero comience a afectar al mercado laboral debido al intento de las empresas de mantener los beneficios recortando puestos de trabajo. Para una economía como la estadounidense –donde el consumo representa el 70%– se trata de un escenario bajista. Nuestras expectativas apuntan a que las economías global y estadounidense sufrirán el golpe, pero no descarrilarán, aunque los últimos acontecimientos demuestran una vez más que los riesgos siguen siendo bajistas.
Aunque nos decepciona que las negociaciones comerciales se hayan deteriorado y que las perspectivas de crecimiento sean menos seguras, lo cierto es no estamos necesariamente sorprendidos. El creciente papel de la política como factor clave en las perspectivas macroeconómicas hace que las previsiones resulten más difíciles, lo que nos obliga a considerar una serie de resultados dependiendo de la dirección que tome la economía mundial y una volatilidad que seguirá en niveles elevados en un futuro próximo.
Por tanto, los inversores deberían asegurarse de ajustar a la baja los riesgos de las carteras, incluyendo una asignación más neutral entre acciones y bonos, una preferencia por las rentas frente a la revalorización del capital y añadir algo de duración.