En los últimos años, alguna vez se han establecido paralelismos entre Europa y Japón que sugieren que Europa ha entrado en un período de estancamiento secular. En efecto, cuando el rendimiento del bono alemán cayó por debajo de 0 % en el último trimestre, algunos inversores temían nuevamente que Europa se estuviera volviendo japonesa.
Desde el 2008, el crecimiento ha sido flojo en Europa. El consumo privado real solo es un 5 % superior, lo que equivale a una tasa de crecimiento anual del 0,5 %, y la inversión solo ahora se aproxima al pico del 2008. El único punto positivo han sido las exportaciones netas, que han aumentado el doble desde entonces. Para impulsar la economía, los bancos centrales reducen los tipos de interés con la esperanza de estimular los préstamos y, luego, el consumo. Veinte años atrás, Japón rebajó los tipos por primera vez al 0 %, y desde entonces los tipos oficiales no solo no han excedido nunca el 1 %, sino que han rondado cerca del 0 %. Por otro lado, el crecimiento ha seguido siendo anémico en general.
Del mismo modo, el BCE ha bajado los tipos oficiales al 0 % y, diez años después de la crisis, cualquier intento de normalización se ha visto aplazado. Lo cierto es que los tipos de interés bajos han tenido un impacto negativo indirecto en la economía a través del sistema bancario. Tanto en Europa como en Japón, las familias y las empresas dependen principalmente de los bancos para su financiación. Esto contrasta con EE.UU., donde lo más común es acceder a los mercados de valores. La complicada situación de los bancos, debida a la caída de los márgenes financieros, una regulación más estricta, el escaso crecimiento y los conflictos políticos, ha impedido que tanto los bancos japoneses como los del Viejo Continente concedan préstamos con facilidad.
La demografía también es un paralelismo clave entre las dos regiones y, probablemente, el problema estructural fundamental para explicar el crecimiento, los tipos de interés y la inflación bajos. La población envejecida y la decreciente población activa tienen un impacto directo en todos estos factores. Dado que cada vez hay más personas que se preparan para la jubilación y tienden a ahorrar más, la oferta laboral disminuye, con lo que el crecimiento y la inversión se ven reducidos. Los tipos de interés bajan ya que los ahorradores encuentran menos oportunidades de inversión y para alentar los préstamos. Otra consecuencia es el impacto negativo en los déficits públicos a medida que los Gobiernos se enfrentan a un aumento de los gastos sanitarios para las personas mayores y a una disminución de los ingresos procedentes de los impuestos.
Aunque Europa presenta síntomas del mal japonés, existen algunas diferencias importantes que apuntan a una situación menos crítica en Europa, y dichas diferencias pueden ayudarla a evitar la espiral deflacionista. Para empezar, en Europa, aunque la inflación aún está muy por debajo del objetivo del BCE del 2 %, todavía es positiva, con un promedio del 1 % desde el 2012.
Esta situación es mucho mejor que la de Japón, donde, pese a 20 años de tipos de interés bajos y, más recientemente, una plétora de instrumentos de política monetaria no convencionales, desde el año 1999, la inflación ha sido negativa la mitad del tiempo. Japón es el único país desarrollado donde los salarios han caído. Desde el año 1996, los salarios ajustados a la inflación han caído aproximadamente un 13 %. Cuanto más tiempo se mantengan bajos el crecimiento y la inflación, más gente habrá que sea propensa a ahorrar y postergar el consumo. El descenso de la inflación también hace que la deuda sea más costosa y castigue a los deudores. También es importante el hecho de que la destrucción de riqueza en Japón, después del estallido de las burbujas financiera e inmobiliaria, sea única, tanto en términos de magnitud como de impacto en los consumidores.
Calculando el valor inmobiliario y de la bolsa, la pérdida de riqueza de Japón equivale a tres años de su PIB. Además, la acumulación de la sobrecarga de deuda en el país nipón antes de la crisis y su evolución a partir de entonces también fue diferente respecto a Europa. El crecimiento crediticio en Japón llegó al 25 % en 1990, mientras que en 2008, en Europa, estaba alrededor del 10 %. Hoy, la ratio deuda pública/PIB en Japón ha crecido hasta casi un 240 %, mientras que en la zona euro esta ratio ha bajado del 92 % en 2014 al 86 %. Sin embargo, esto no significa que ciertos países no estén sufriendo una situación más complicada (por ejemplo, Italia, con una deuda pública del 130 % del PIB). Finalmente, el BCE también abordó y respondió más rápidamente a los problemas.
Aunque Europa tiene un crecimiento, unos tipos de interés y una inflación bajos, existen varios aspectos importantes que indican una situación menos grave que la japonesa. Sin duda, la política monetaria y otros instrumentos poco convencionales han sido necesarios para apoyar las economías de ambas regiones, pero el éxito para solucionar los problemas más estructurales ha sido limitado. En el futuro, Europa seguirá dependiendo fuertemente de la demanda externa para su crecimiento y quizás debería intentar atacar el fuerte excedente de la balanza por cuenta corriente resultante de la predisposición del bloque norte de ahorrar más de lo que invierte. Combatir la ortodoxia fiscal de Alemania y otros países nórdicos podría dar a Europa otra etapa de crecimiento y ayudarla a salir del estancamiento.
Tribuna de Jadwiga Kitovitz, directora de Gestión Multiactivo y Clientes Institucionales del Grupo Crèdit Andorrà. Crèdit Andorrà Financial Group Research.