Los efectos del cambio climático son imposibles de ignorar. Continuamente vemos noticias sobre las altas temperaturas récord que se recogen, o sobre fenómenos meteorológicos extremos -tales como tormentas, incendios forestales e inundaciones- que ocurren cada vez con más frecuencia o el visible derretimiento de las capas de hielo.
A medida que la población mundial crece, la demanda de energía, las emisiones de gases de efecto invernadero y las temperaturas, siguen aumentando. La magnitud del desafío del cambio climático es inmensa, lo que lleva a una urgencia de actuar sin precedentes.
La mayoría de los países aceptan que la quema de combustibles fósiles es uno de los factores que más ha contribuido al aumento de las temperaturas. En 2015, más de 180 naciones se comprometieron con los objetivos del «Acuerdo de París»: mantener el calentamiento global dentro de un rango de 2°C, e idealmente dentro de 1,5°C, desde la época preindustrial. Sin embargo, la evolución de este acuerdo ha sido lenta y las emisiones de gases de efecto invernadero han alcanzado un nuevo máximo en 2018.
El año pasado, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático publicó su «Informe especial sobre el calentamiento global de 1,5 °C». Este documento advierte del daño ambiental, social y económico que podemos esperar si los gobiernos no toman medidas más ambiciosas para alcanzar los objetivos fijados en París.
Limitar las consecuencias del calentamiento global es uno de los retos más importantes de nuestro tiempo. El cambio climático plantea una amenaza potencial. Además, un planeta más cálido también afecta el perfil de riesgo de muchas empresas y economías en las que invertimos.
Es probable que estas compañías y economías se vean obligadas a incurrir en costes importantes durante la transición mundial hacia fuentes de energía con bajas emisiones de carbono. Además, el aumento de los daños físicos relacionados con el cambio climático y la inversión en medidas de adaptación para limitar estos daños a largo plazo, también acarrearán gastos significativos.
Por eso tanto los inversores como los gestores de fondos, necesitan entender cómo estos cambios afectarán al valor de sus activos. La evaluación de los riesgos y oportunidades del cambio climático debería constituir un componente central en los análisis de inversión que se realizan, así como la integración de los factores de medio ambiente, la sociedad y la gobernanza (ESG).
Se trata de conocer en profundidad la forma en que cada empresa está expuesta a los problemas relacionados con el cambio climático, y lo que estas compañías tienen previsto hacer para hacer frente a estos retos. Todas deben estar abiertas al cambio y ser más resilentes en medio de la rápida evolución de las políticas climáticas, la percepción de la sociedad y los avances tecnológicos.
Dicho esto, también debemos decir que hay oportunidades. La transición a una economía con bajas emisiones de carbono requerirá grandes cantidades de capital privado para construir infraestructuras de energía renovable, transporte con bajas emisiones de carbono y mejorar la eficiencia energética.
Se necesitarán inversiones inmensas en sectores y subsectores como muros de contención, tecnología de refrigeración o gestión del agua y del suelo, para adaptarse a los efectos físicos del aumento de las temperaturas. El cuánto se determinará exactamente en función del ritmo de la transición a una energía baja en carbono. Si no se progresa lo suficiente ahora, se incurrirá en mayores costes más adelante.
Los inversores y los gestores desempeñarán un papel fundamental al asignar todo este capital.