Los mercados están temblorosos y así ha sido durante gran parte del año. Las noticias positivas procedentes de Estados Unidos, en forma de reducción de la base monetaria por parte de las autoridades después de años de expansión, no han venido acompañadas de sensaciones positivas. Y no son pocas las malas noticias, desde los problemas de deuda de Argentina hasta el refuerzo de los aranceles comerciales y las tortuosas negociaciones del Brexit. No sorprende, pues, que los inversores sientan tentaciones de quedarse al margen.
Hacerlo significaría no entender el discurso central sobre el que se sostiene el mercado actual. Pensemos en ello como en una pirámide invertida que descansa sobre un punto. Es un equilibrio delicado y cuando este punto se debilita toda la pirámide pierde estabilidad, pero cuando inevitablemente se quiebra y la pirámide vuelca, los márgenes no ofrecerán mucha seguridad y las buenas oportunidades se habrán perdido.
En la última década, la creencia dominante en el mercado giraba en torno al sector de la vivienda de Estados Unidos, al que se le otorgaba tal capacidad de aguante que podía soportar una posible contracción económica, como había sucedido durante muchas décadas en el pasado. Ahora sabemos qué equivocada, y peligrosa, era esa idea. El problema con estos sistemas de pensamiento no es la propia idea, sino el peso del dinero que descansa sobre la única hipótesis de referencia.
Para entender el discurso dominante del ciclo actual basta con echar un vistazo a cómo se ha asignado el capital. El punto de la pirámide es la fuente de optimismo y estabilidad en el mercado, es lo que mantiene su equilibrio, pero extrañamente en este ciclo este punto ha estado formado por pesimismo e inestabilidad.
La expansión de los balances de los bancos centrales se tradujo inevitablemente en subidas de los precios de los activos, pero la verdad es que pocos actores del mercado buscaron exprofeso la obtención de plusvalías. En lugar de eso, buscaron la preservación del capital. Este hecho no es en sí mismo un problema, pero la seguridad que identificaron podría terminar siendo ilusoria. El peso de su dinero ahora descansa sobre la hipótesis de que el futuro se parecerá al pasado, y cuando la idea generalizada es que el futuro y el pasado serán similares, el futuro será muy diferente.
Estrategias sofisticadas
Las nuevas “soluciones sofisticadas” reflejan el pensamiento dominante en el mercado. En última instancia, también propiciarán su final. Los mercados financieros no destacan especialmente por su capacidad de innovación, pero ante tanta disrupción impulsada por la tecnología en tantos sectores, es inevitable que el sector financiero quiera subirse al carro. Con el tiempo, los inversores terminarán incorporando la tecnología y la inteligencia artificial de forma más efectiva, pero ninguna de las dos podrá cambiar cómo funciona el sistema del mercado.
Lo que me preocupa es cómo Wall Street ha intentado alimentar el discurso dominante a través de estrategias tan sofisticadas que ofrecen no solo resultados claramente definidos, sino también trayectorias cuidadosamente gestionadas. No resulta difícil ver por qué los inversores se han volcado en estas soluciones. Aunque se presentan como innovadoras, la mayor parte de estas estructuras está basada en la hipótesis de los mercados eficientes, que no es precisamente un concepto novedoso. De hecho, muchos inversores fundamentales consideran esta hipótesis como su piñata favorita: cuando recibe un golpe, se cae a pedazos y cualquier estrategia basada en ella se desmorona.
Tanto si lo afirman explícitamente como si no, estas estrategias sofisticadas se construyen sobre el principio de que las correlaciones futuras se comportarán como en el pasado. Las estrategias cuantitativas factoriales, smart beta o de volatilidad gestionada se han popularizado tanto que los valores no se compran y venden necesariamente por sus rasgos financieros, por ejemplo, una indicación sobre los flujos de efectivo de la empresa emisora. En lugar de eso, se escogen por su correlación con otros grupos de valores. Dicho con otras palabras: los valores se han ido convirtiendo cada vez más en productos indiferenciados. Esto provoca que los precios se desliguen —en ocasiones, de forma muy notoria— de su valor fundamental.
Prima de incertidumbre
Los inversores, propensos por naturaleza a ver el vaso medio vacío y preocupados por la inestabilidad, han buscado también la certeza y los resultados predecibles más allá de las estrategias sofisticadas. A resultas de ello, se han descartado valores individuales e incluso sectores enteros. Las bolsas de los mercados emergentes han registrado una evolución plana durante cinco años debido a las inquietudes en torno a las perspectivas del dólar estadounidense, la agitación en Latinoamérica y el miedo a una desaceleración del crecimiento chino. Los valores británicos han languidecido en dólares debido a los miedos que rodean al Brexit y el Hang Seng ha ganado menos de un 2% anual al cabo de cinco años.
Todo se debe al discurso dominante de este ciclo, pero cuando se mira de esta forma, también queda claro que el atractivo verdadero ha ido surgiendo en esas áreas del mercado que han sufrido a causa de este discurso. Y paradójicamente este atractivo (esta prima de incertidumbre, por así decirlo) es lo que podría hacer que aguantaran mejor una corrección y se convirtieran en una buena fuente de revalorización del capital a medio plazo.
Así pues, eviten permanecer al margen, eviten las soluciones sofisticadas y compren resultados inciertos.
Columna de Paras Anand, responsable de gestión de activos para Asia-Pacífico en Fidelity International.