Europa se ha transformado a menudo en tiempos de crisis. Con los retos cíclicos y estructurales actuales, como la guerra de Ucrania, el cambio climático, el envejecimiento de la población, las crisis sanitaria y energética y la dependencia de Asia en ciertas materias esenciales, los cimientos de la prosperidad y la seguridad europeas ya no están preparados para el futuro.
Las empresas europeas aún tienen que reconocer y empezar a abordar los retos estructurales que se avecinan, agravados por un entorno de estanflación y tipos de interés al alza. Los inversores tienen un papel que desempeñar, a la hora de abordar estos múltiples retos, sobre todo teniendo en cuenta que la mayoría de ellos afirman perseguir un objetivo de inversión a largo plazo. Las normativas financieras europeas también son clave impulsadas por el hecho de reconocer que el capital tiene efectos perjudiciales sobre el medio ambiente y la sociedad.
Sin embargo, en los mercados que cotizan en bolsa, los incentivos tienden a orientarse hacia los resultados financieros relativos a corto plazo. Los enormes fondos de ahorro europeos tampoco se destinan a actividades productivas, sostenibles y transformadoras, y además obtienen rentabilidades inferiores a la inflación.
Además, un inversor que quiere que su capital tenga un papel sostenible y transformador en la sociedad se ve discriminado, enfrentándose a costes más elevados en comparación con los fondos de inversión tradicionales. Muchas de las soluciones existentes también se están desprendiendo en gran medida de empresas intensivas en carbono o están adquiriendo activos inmobiliarios que ya son relativamente verdes, en lugar de utilizar el capital y la influencia de los inversores para impulsar mejoras sociales y medioambientales en el mundo real.
Si Europa desea mantener el mismo nivel (o idealmente mejor) de prosperidad sostenible alcanzado en las últimas décadas, es necesario que los responsables políticos, las instituciones financieras y las empresas emprendan ya un profundo viaje de transformación. En concreto, la transformación de Europa requiere un marco que sitúe al inversor sostenible al menos al mismo nivel que el inversor financiero. Como ayuda en este sentido, recomendamos, por ejemplo, que las inversiones en infraestructuras e inmobiliarias se adapten a las estructuras de financiación fiscalmente eficientes que se utilizan con frecuencia en Estados Unidos. Sin embargo, los inversores y las empresas no deben escudarse en la regulación como excusa para la inactividad.
Para garantizar un alto nivel de prosperidad sostenible, Europa debe reforzar sus cimientos en 2023 para estar preparada para el futuro. La transformación del continente puede parecer de naturaleza política, pero los inversores tienen un papel decisivo que desempeñar. Europa debe transformarse una vez más.
Tribuna de Francesco Curto, Global Head of Research para DWS