“Realizar predicciones es muy difícil, sobre todo cuando se trata del futuro” es un conocido aforismo de Niels Bohr. Y en especial cuando hablamos de un futuro no lineal, podríamos añadir. Cuesta mucho predecir el resultado de una evolución no lineal, y a menudo se subestima el poder del crecimiento exponencial. Este es el típico ejemplo de sesgo de comportamiento. Muchos se limitan a asumir que las cosas van a evolucionar de forma lineal.
Todos tenemos sesgos conductuales. Tendemos a pensar o a comportarnos de una determinada manera. Percibimos el mundo a través de nuestros propios filtros. Prestamos más atención a la información que confirma nuestras opiniones que a aquella que la contradice. Nos cuesta cambiar de opinión, incluso cuando existe nueva información que lo justifica. Comprender estos sesgos es muy importante para los inversores, porque están muy arraigados en nuestro sistema y no cambian mucho con el paso del tiempo.
Como Bergakker y Van Oerle sostenían en su informe de 2017 “Rationale for Trends Investing” (La lógica de la inversión en tendencias), una buena comprensión de las tendencias y los sesgos de comportamiento ofrece una fuente de alfa constante. Es el alfa —la diferencia entre la rentabilidad ajustada al riesgo de una cartera y la rentabilidad del índice de referencia— lo que en último término determina la calidad de una cartera. De hecho, comprender los sesgos de comportamiento es una fuente de alfa más fiable que muchas otras, como el acceso a información superior o la disponibilidad de mejores modelos para procesarla. El motivo de ello es que los sesgos de comportamiento persisten a lo largo del tiempo, mientras que los análisis de fundamentales o los métodos cuantitativos resultan más difíciles de aplicar a largo plazo, debido a que su ventaja competitiva se pierde rápidamente. Una estimación más conservadora del crecimiento puede ser una gran fuente de alfa, si la utilizan personas capaces de predecir acontecimientos no lineales mejor que el inversor medio.
La gente tiende a reaccionar exageradamente a determinadas situaciones, y a reaccionar deficientemente ante otras, por lo que comprender el contexto de ambas resulta esencial. Bergakker y Van Oerle muestran cómo aprovechar este fenómeno empleando un enfoque basado en tendencias, si podemos comprender la coyuntura en que aparecen estos sesgos de comportamiento. En el caso de la inversión en tendencias, una reacción deficiente es la que ofrece oportunidades más interesantes, porque nos dice cuándo comprar valores cuya cotización no refleja el potencial de crecimiento que poseen.
Los inversores a menudo subestiman el potencial de crecimiento exponencial de las tendencias
Las dificultades que entraña la ausencia de linealidad conducen a reacciones excesivas o deficientes. La gente tiende a prestar menos atención —o reaccionar deficientemente— a la información relativa al futuro lejano. Buen ejemplo de ello son las tendencias tecnológicas, que a menudo proliferan con mayor rapidez. Por otra parte, tendemos a reaccionar exageradamente ante acontecimientos recientes de gran relevancia, que al final pueden quedarse en nada. A la gente no se le da muy bien determinar si los cambios que se producen en su entorno representan o no una ruptura importante del statu quo. Tendemos a reaccionar poco ante los cambios más pequeños, pero trascendentales, y de este modo subestimamos los efectos de su crecimiento exponencial, o compuesto.
Si se pide a alguien que evalúe el resultado de un proceso de crecimiento exponencial, probablemente lo subestime incluso hasta en un 90%. Se trata de algo casi embarazoso, que viene a demostrar que, a menudo, resulta complicado detectar la capacidad disruptiva de los acontecimientos, aunque se produzcan ante nuestros ojos. Un estudio realizado por Wagenaar y Sagaria (1975) demostró que muchas personas, aun teniendo ante sí gráficos exponenciales, suelen infravalorar el exponente, compensándolo con un multiplicador lineal simple.
Determinadas situaciones pueden requerir que determinemos un cierto rango de resultados posibles. Sin embargo, como seres humanos, nuestra capacidad para hacerlo es limitada. Esto tiene implicaciones directas para la inversión en tendencias. La digitalización del mundo estimula la innovación en nuevas tecnologías. Tanto la fuerza disruptiva como la velocidad de su crecimiento son difíciles de ver.
Esta tendencia a la infravaloración se acentúa en horizontes de inversión a corto plazo. Frecuentemente, las tendencias resultan difíciles de discernir, y más aún de vender, ya que normalmente se desarrollan a lo largo de periodos de cinco a diez años vista. Los horizontes de inversión a dos años están tan extendidos entre los inversores que a menudo les impiden explotar el potencial a más largo plazo de los cambios seculares.
Para concluir, las personas no actúan siempre de forma racional, sobre todo en su forma de valorar las tendencias. Ideas personales, hechos pasados, preferencias… todo esto se interpone en el camino del buen juicio a la hora de evaluar la influencia que las nuevas tendencias van a ejercer sobre el mercado. La inversión en tendencias trata sobre hacer que los sesgos del ser humano no sean el enemigo, sino un aliado.