En España, en 1998, el capital riesgo movía apenas unos 2.000 millones de euros, con un volumen de operaciones de entre 200 y 300 millones de euros. Hoy, el volumen de las operaciones se sitúa entre los 6.000 y 9.000 millones de euros, y en nuestro país el capital riesgo maneja 48.000 millones de euros. El mercado se ha multiplicado por 24, según datos de SpainCap.
En ese primer momento, a finales de la década de los 1990, sólo inversores públicos confiaban en el capital riesgo: lo veían como una forma de dinamizar la economía, como así fue, y fueron los que apostaron primero para dejar luego el relevo a inversores privados, que tuvieron que ver resultados para animarse a seguir al público.
Ese patrón es el que, con gran seguridad, se va a repetir con la inversión de impacto, que ahora mismo se encuentra en un punto similar al del capital riesgo en 1998. Se trata de un segmento aún por desarrollar hasta su máximo potencial, pero es incuestionable que existe hoy en día una creciente inquietud por parte de muchos inversores por alinear sus carteras con sus valores y principios, movilizando su capital hacia proyectos y empresas que generen un cambio real y positivo, sin por ello sacrificar rentabilidad.
Aunque aún no lo sepan, estos inversores son inversores de impacto: buscan obtener retornos financieros atractivos y estables, pero también quieren que su capital sirva para “cambiar el mundo”. Y, a pesar de que soy consciente de que esta expresión levanta aún muchas cejas (yo mismo me encontraba entre estos inversores más escépticos hasta hace pocos años), la realidad es que, gracias a la inversión de impacto, hoy en día el dinero sí puede impulsar cambios sociales y medioambientales positivos proporcionando rentabilidades de hasta dos dígitos. Por ello, y aunque podamos decir que el perfil del inversor de impacto en España está por construir, la clave está en entender bien qué es esto de la inversión de impacto.
Siguiendo la definición del Consejo Asesor para la Inversión de Impacto en España, SpainNAB, es la “práctica de invertir capital en empresas y/o proyectos sociales que busquen generar un impacto social y/o medioambiental positivo, además de obtener un retorno financiero”. Es decir, rentabilidad e impacto van a la par y tienen el mismo protagonismo en el proceso de selección de valores de una cartera. Se trata de un modelo de inversión que echa por tierra una doble falsa creencia: por un lado, la de que para que una inversión obtenga rentabilidades atractivas no es necesario prestar atención a los efectos que esa inversión tenga a nivel social o medioambiental; y, por otro, la idea de que para que una inversión tenga un impacto positivo debe sacrificarse rentabilidad. Y es que la inversión de impacto profesional y rigurosa está sujeta al mismo escrutinio, nivel de exigencia y due dilligence que cualquier otro tipo de inversión, pero por triplicado: se presta la misma atención y se dedican los mismos recursos a analizar los factores y riesgos financieros, sociales y medioambientales de las compañías.
Dicho esto, hay numerosos enfoques dentro de la inversión de impacto. Para nosotros, es aquella que invierte en empresas rentables que dan soluciones sostenibles a problemas sociales, con el propósito de mejorar la calidad de vida de las personas vulnerables. Desde este punto de vista, la rentabilidad está ligada al impacto así que invertimos en empresas en las que el impacto es el core del negocio. Así, cuanto más impacto, más rentabilidad. Y lo cierto es que muchas de estas grandes oportunidades de inversión se encuentran, como quien dice, a la vuelta de la esquina, en empresas y proyectos que pasan desapercibidos para una gran mayoría de inversores… Quizá se entienda mejor con un ejemplo.
Una de nuestras empresas en cartera es Sqrups. Es una compañía de distribución que tiene ya 80 supermercados en España que vende excedentes de grandes multinacionales, normalmente alimentos y productos de primera necesidad, de la mayor calidad, con descuentos de entre un 20% y un 80%. Además del impacto en las personas que compran, el 75% de las personas que Sqrups contrata son de difícil empleabilidad o en riesgo de exclusión social. Es decir: genera impacto social por precio, por contratación y además evita el desperdicio, alimentario y no alimentario.
El impacto social está claro. Veamos ahora la rentabilidad: Sqrups facturaba 5 millones hace dos años. En 2023, cerró el ejercicio con 15 millones y prevemos unos 30 a finales de 2024. Doblamos resultados cada dos años y la compañía genera caja.
Cuanto más crece la compañía, más impacto genera. Esa es la esencia de la inversión de impacto.
Las inversiones de impacto en cierta forma son además “activos refugio”, ya que en muchas ocasiones están descorrelacionados con los mercados financieros, por lo que permiten diversificar carteras, tienen crecimiento orgánico y buenos planes de negocio. Siguiendo con el ejemplo de Sqrups: cuando Rusia invadió Ucrania, la inflación desestabilizó a toda Europa, todo parecía venirse abajo. Sin embargo, fue ese contexto inflacionario el más favorable posible para Sqrups, que disparó sus ventas y la hizo más rentable a la vez que generaba más impacto en los hogares más frágiles y expuestos a la subida de precios de los alimentos y otros bienes básicos.
Puede que haya quien piense que el colectivo beneficiado por el impacto es pequeño pero en España hay 12 millones de personas (el 26% de la población) en riesgo de exclusión, según el INE.
Tribuna elaborada por Daniel Sandoval, director de inversiones en Global Social Impact Investments