El mundo post pandemia se sincronizó para que los precios se aceleren y en magnitudes que sorprenden, preocupando a funcionarios bancocentralistas, políticos, inversores, empresarios y consumidores.
En los años 50 la inflación surgió en Latinoamérica como consecuencia de los déficits fiscales, como un fenómeno monetario, seguido por la desconfianza en la moneda. Desde entonces los países intentan controlarla, por métodos ortodoxos como la contención del crecimiento de la cantidad de dinero, otros no tan ortodoxos como el anclaje al tipo de cambio, y no ortodoxos como la represión bancaria y el control de precios.
Desde los años 90 algunos países de la región como Chile, Colombia, Brasil, Paraguay y México han sido exitosos implementando reformas institucionales, como lo son la independencia funcional y técnica de la política monetaria respecto de la política fiscal, y la transparencia, generando confianza en los agentes y alineando expectativas.
Cual médicos, los responsables del manejo de la política monetaria observan clínicamente el aumento repentino de la fiebre de los precios y toman decisiones. En esta línea, para la Fed el aumento de la fiebre se relaciona con la guerra en Ucrania, el confinamiento en China, el rebote de precios post pandemia y altos precios de energía; para Chile, el impacto de la guerra en alimentos y energía; para México, cuellos de botella en la oferta y surgimiento de demanda post pandemia; y para Uruguay, los commodities que se mantienen caros por la extensión de la guerra, y las mercaderías por los costos de transporte.
En EE.UU. los precios de los alimentos aumentaron 10,4% anual y los de la energía 41,6% hasta junio. Estos aumentos son los que se consideraron transitorios. Es la fiebre, que subió como mecanismo de defensa, y que se supuso luego bajaría. Sin embargo, el resto de los precios subió 5,9%, y los servicios 5,5%. Era tiempo de hacer un análisis de sangre. Y entonces vino la sequía. ¿Se equivocaron? Es posible que no, pues no previeron Ucrania ni China. En noviembre Powell sugirió en el Senado que se dejara de utilizar la palabra “transitoria”, pero no se tomaron medidas fuertes para detener la carrera.
En EE.UU. y en todo el mundo, creyeron en la confianza de los agentes, la que funcionó durante décadas: el Banco Central anunciando que tomará las medidas necesarias para contener la inflación, los agentes creyendo, y los precios aumentando según el consenso de las expectativas sin necesidad de tomar medidas radicales y sin el efecto negativo en el crecimiento que significan altas tasas reales de interés. Sin embargo, esta vez no funcionó, al menos hasta mayo. El riesgo es la indexación, cuando los precios de los no transables se ajustan para acompañar el aumento de los transables y así comenzar un círculo vicioso del cual es difícil salir, como lo han sufrido los países que mantienen alta inflación endémica. La aspirina no funciona.
Las herramientas ortodoxas de política monetaria utilizadas en el orbe son similares: modificar las tasas de interés de corto plazo cambiando la cantidad de dinero o las expectativas. Los canales de trasmisión entre la política monetaria y la inflación, sin embargo, son variados. En Uruguay, quien fija el rango meta es el Comité de Coordinación Macroeconómica. El canal de expectativas es fuerte y los agentes, con matices, están alineados. Desde 1974 las transacciones, el ahorro y los créditos se pueden denominar en moneda nacional o extranjera, y luego de una larga historia de alta inflación, la confianza en la estabilidad de la moneda es un trabajo en proceso.
Movimientos en la tasa de interés por el Banco Central tienen mayor efecto en los inversores en deuda pública que en el pequeño mercado de crédito en pesos. Cuando aumenta la tasa, los inversores venden dólares y colocan pesos, provocando una caída de la divisa, repercutiendo rápidamente en el sector transable de la canasta y en las expectativas. Si los términos de intercambio lo justifican con precios de exportaciones que suben más que los de las importaciones, el efecto es una contención de la inflación sin consecuencias netas negativas en la economía.
La alta inflación no tiene buen rédito político, tampoco las altas tasas de interés. En época de elecciones la presión de la política electoral sobre la política monetaria se vuelve intensa, con los políticos incrementando el gasto público y con la demanda agregada presionando a los precios. Se puede controlar la fiebre, pero no se sabe si la medicina curará la enfermedad. Parte del diagnóstico debería ser entender qué dependencia tiene la política monetaria de la política del gobierno. Son tiempos en los que la autonomía de los Bancos Centrales se pone a prueba y alentar su independencia es un deber de la comunidad financiera.