Casi de un día para otro, los gestores de carteras comenzaron a sustituir su exposición a la renta fija por fondos de inversión libre (hedge funds). ¿A qué se debió esto? Dos tendencias lo explican: tras sus repentinas y abultadas caídas en 2020 y 2021, muchos gestores de carteras simplemente desean mantenerse alejados de la renta fija tradicional; por su parte, ahora que han vuelto a generar alfa, los fondos de inversión libre parecen ofrecer un potencial de rentabilidad muy superior con un riesgo similar o inferior.
Empecemos con la primera tendencia. En la actualidad, la cruda realidad es que los inversores de renta fija afrontan unas rentabilidades previstas anémicas con un gran riesgo de caídas potenciales. Veamos el caso de AGG, un ETF que replica el índice Barclays Agg. Este índice constituye una representación diversificada de bonos del Tesoro de EE. UU., bonos con grado de inversión y otras cosas más complicadas, como títulos hipotecarios. Según BlackRock, su yield to maturity medio está actualmente en el entorno del 1,4 %. Digamos que esta es la hipótesis principal: explicado de forma muy simplificada, si metieras 100 dólares en AGG hoy, dentro de seis años tendrías en torno a 109 dólares. Aunque es menos de lo antes se ganaba con una cuenta de ahorro, esa volatilidad considerablemente reducida (3 %) se puede considerar casi igual de segura y predecible. Un gestor de cartera acuñó una frase para describir esta mentalidad: «La renta fija es el nuevo efectivo».
Pero la volatilidad puede resultar equívoca: actualmente, lo que preocupa de verdad es el riesgo de caídas. Los inversores se ven obligados a caminar por la cuerda floja para ganar ese 1,4 % anual: los tipos sin riesgo se mantienen en niveles históricamente reducidos, los diferenciales de crédito continúan siendo estrechísimos y los impagos brillan por su ausencia. Según muestra el gráfico de la derecha, tanto los tipos como los diferenciales de crédito se encuentran en mínimos históricos, o cerca de ellos. En la práctica, conforme ambos se aproximan a su «límite inferior» de cero, las expectativas de rentabilidad caen y el riesgo aumenta.
Recientemente, dos alertas pusieron de manifiesto este riesgo de «cola gruesa». Durante las tres primeras semanas de marzo de 2020, conforme la pandemia iba cobrando fuerza, los rendimientos de los bonos del Tesoro se desplomaron muy por debajo del 1 %, mientras que los diferenciales de crédito se multiplicaron por cinco. Por suerte, al final del mes, la Fed puso en marcha un programa de relajación cuantitativa sin precedentes y los mercados recuperaron gran parte del terreno perdido.
Sin embargo, las caídas intermensuales eran demasiado acusadas para pasarlas por alto. El gráfico muestra los rendimientos de marzo de 2020 y las caídas intermensuales de los bonos del Tesoro de EE. UU., los bonos con grado de inversión y la deuda de alto rendimiento (Fuentes: Federal Reserve Economic Data, Bloomberg).
Estas dos últimas clases de bonos sufrieron caídas intermensuales superiores al 20 % y registraron pérdidas que aniquilaron años de rentabilidades. Incluso los bonos del Tesoro estadounidense a largo plazo, que habían subido durante el mes, retrocedieron un 15 %. Se trató de una bandada de cisnes negros cabreados.
Después, durante el primer trimestre de este año, el carácter excesivamente «acelerado» de la recuperación generó temores inflacionistas y un repunte de los rendimientos de los bonos del Tesoro. Los bonos del Tesoro a más largo plazo perdieron casi un 15 %. Los bonos con grado de inversión también perdieron dinero —en su caso, el equivalente a 2-3 años de rentabilidades— y sufrieron una caída próxima al 7 % (ver gráfico). Los bonos de alto rendimiento salieron mucho mejor parados gracias a su mayor sensibilidad a la renta variable, que se revalorizó. En muchos segmentos de los mercados de renta fija, una normalización de los tipos de 300 puntos básicos —algo nada descabellado a la luz de lo sucedido en los últimos veinte años— podría implicar pérdidas del 10-20 % y fulminar una década de rentabilidades. Dicho de otra manera, hay más cisnes negros acechando en los rincones del universo de la renta fija.
Y aquí es donde entran en acción los fondos de inversión libre. Hace no muchos años, los hedge funds no atravesaban su mejor momento. Lo que más preocupaba a los gestores de carteras es que una espiral deflacionaria pudiera socavar los estratosféricos niveles de las valoraciones de la renta variable. En cuanto a la renta fija, sus rendimientos eran ínfimos, pero el episodio de reacciones adversas a la retirada de estímulos de 2013 era ya agua pasada y un endurecimiento monetario se antojaba improbable. Con todo, la espiral deflacionista no llegó a materializarse, y dado que los tipos, ya de por sí bajos, siguieron reduciéndose, tanto los precios de las acciones como los de los bonos evolucionaron al alza. En lugar de actuar como amortiguadores, ambas cestas de las típicas carteras 60/40 iban a toda mecha. Así, los hedge funds, en un contexto de dificultad para generar alfa, tuvieron el dudoso honor de ofrecer una rentabilidad similar a la de los bonos con un riesgo similar o superior, o menos de la mitad de la rentabilidad de la renta variable con la mitad de riesgo. Debido a esto, muchos inversores llegaron a la conclusión, quizá acertada, de que estos fondos no merecían la pena.
En la actualidad, el renacimiento de los hedge funds está en pleno auge. Volviendo al periodo de marzo de 2020 al que nos referimos antes, al igual que muchos inversores, la COVID-19 cogió por sorpresa a la mayoría de fondos de inversión libre, que llegaron a perder un 9 % intermensual. Si bien es cierto que no es una caída pequeña, resulta más que aceptable comparada con las de la renta variable y la renta fija. Sin embargo, los hedge funds se adaptaron muy rápido y, según hemos explicado en otras ocasiones, anticiparon tanto la recuperación económica como la rotación hacia las compañías de valor. De este modo, cerraron el año con avances de un dígito elevado y han generado suficiente alfa para compensar sus años de dificultades. A continuación, muchos hedge funds, como las estrategias de futuros gestionados, se anticiparon a los temores inflacionistas y ganaron dinero con el repunte de los tipos. Esta evolución incrementó el atractivo de algunas estrategias por su carácter de «coberturas dinámicas frente a la inflación», lo que las convirtió en una forma directa de mitigar algunos de los riesgos de cola gruesa descritos anteriormente.
Con lo que se cierra el círculo y volvemos a la cuestión de las rentabilidades previstas. ¿Qué rentabilidades cosecharán los hedge funds durante la próxima década? Evidentemente, nadie lo sabe a ciencia cierta. No obstante, un porcentaje de entre el 1 % y el 2 % anual en renta fija sería un nivel muy conservador. Incluso durante los años «perdidos» de la década de 2010, los fondos de inversión libre ganaron un 4 % anual, y eso tras aplicar un montón de comisiones. Si a esto se sumaran unas condiciones de mercado aceptables con generación de alfa, podríamos llegar fácilmente a un 6 % anual. Unas comisiones y gastos recortados de forma inteligente y un nivel incluso mayor de generación de alfa podrían repercutir positivamente en las carteras de los clientes. Para los gestores de carteras, esto podría suponer triplicar o cuadruplicar la rentabilidad con un riesgo idéntico o inferior. Visto de esta manera, abogar por la sustitución resulta de lo más lógico.
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La información o los datos contenidos en el presente documento no constituyen en modo alguno una oferta, recomendación o consejo para comprar o vender acciones de las participaciones del Fondo. Los inversores deben consultar la información clave para inversores («KIID») y el folleto del Fondo disponible en https://www.imgp.com para obtener más detalles sobre los riesgos implicados.