En el inicio del año 2019 hemos asistido a un rebote de los activos de riesgo gracias a que los inversores han puesto el foco en las señales más dovish de los bancos centrales en lugar de la tendencia del debilitamiento en el crecimiento. Recientemente, la OCDE alertó de que las perspectivas económicas son ahora más débiles en casi todos los países del G20, especialmente en la zona euro, con un mayor impacto negativo en Alemania e Italia, y redujo el crecimiento global en dos décimas, hasta el 3,3%.
Draghi, en la última reunión del BCE, señaló un entorno de debilidad y lleno de incertidumbres: el aumento del proteccionismo que ha supuesto una desaceleración del comercio y de la producción global, el riesgo político, destacando el Brexit, y la vulnerabilidad de los mercados emergentes, con especial atención a China. En este contexto, anunció nuevas medidas: mantener los tipos en el mismo nivel al menos hasta finales de 2019 (en el anterior comunicado se hablaba de mediados de año y por tanto, de seguir así, Draghi será el primer presidente del BCE que nunca ha subido tipos, teniendo en cuenta que acaba su mandato en octubre) y una nueva serie de operaciones trimestrales de financiación a plazo más largo con objetivo específico (TLTRO-III) que se iniciará en septiembre de 2019 hasta marzo de 2021 con un vencimiento de dos años y con el objetivo de que el crédito siga fluyendo en la economía.
Las medidas extraordinarias que han implementado los principales bancos centrales para superar la crisis financiera llevan camino de arraigar. La Fed, que había iniciado la normalización monetaria, paró en seco las esperadas subidas de tipos y piensa acabar la reducción de su balance en un tiempo inferior, el Banco de Japón sigue con las medidas cuantitativas y los tipos alrededor del 0% durante los últimos 10 años y el BCE aplica nuevas medidas esperando hacer que la economía de la zona euro sea más resistente.
Aunque los bancos centrales se mantienen prudentes en seguir con una normalización monetaria, parece que el margen disponible es menor que cuando se iniciaron. Observen la evolución de las palabras de Draghi, que ha pasado de decir en su famosa frase del 2012: “Haré todo lo necesario para salvar el euro, y créanme, será suficiente”, a la que pronunció en la última reunión del BCE de marzo de 2019 haciendo referencia al contexto económico: “En una habitación oscura te mueves con pasos pequeños; no corres, pero sí te mueves”. ¿Notan la diferencia? Al inicio se podía correr pero, ahora, se pueden dar pequeños pasos.
Una mejor coordinación entre el lado fiscal y el lado de la política monetaria ayudaría a la economía en una desaceleración. En EE. UU., Trump ya ha implementado una política fiscal expansiva después de años de expansión económica, y en Europa, dependiendo del resultado que se obtenga en las elecciones europeas del mes de mayo, puede haber una mayor presión para adoptar esas ayudas fiscales a pesar de los mecanismos de contención del déficit y de control de la deuda que los países europeos han acordado.
Pero ahora el debate en EE. UU. se centra en lo que llaman la Teoría Monetaria Moderna, cuyos mayores defensores están en el partido demócrata (Bernie Sanders, que lidera las encuestas para optar a la presidencia de EE. UU., o Alexandria Ocasio-Cortez, conocida activista y flamante nueva congresista). Básicamente, proponen imprimir dinero (o darle a una tecla en la versión actual), pero, en lugar de comprar bonos como en el QE, utilizarlo para financiar proyectos sociales, medioambientales, infraestructuras, etc.
Los partidarios de esta teoría argumentan que mientras tomen prestado en su propia moneda y puedan imprimir dinero para cubrir sus obligaciones no pueden quebrar, y el límite estaría en que aumentara la inflación.
Esta situación en que los gastos fiscales se inyectarían directamente en la economía real en lugar de utilizar un camino más indirecto de la flexibilización cuantitativa debería hacer que la inflación aumentara pero, claro, todo lo aprendido sobre macroeconomía se está poniendo en duda porque hasta ahora los déficits no han provocado una inflación galopante o una huida de los mercados de bonos. Aún con esta consideración, parece razonable que aplicar estas medidas significaría una mayor deuda que afectaría la solvencia de los países y, con un mayor déficit, los tipos tenderían a subir y afectarían los bonos y los activos que previsiblemente mejor lo harían serían los bienes inmuebles, inversiones en infraestructuras o en recursos básicos como el oro.
Tribuna escrita por Josep Maria Pon, director de Renta Fija y AMM en Crèdit Andorrà Asset Management. Crèdit Andorrà Financial Group Research.