2013 no está evolucionando como estaba previsto. La tremenda subida registrada en los mercados desde el verano de 2012 —indiscutiblemente impulsada por el compromiso del presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, de preservar el euro, así como por los programas prácticamente sin límites de relajación cuantitativa en EE.UU.— parece estar llegando a su fin. La mayor parte de los economistas habían anticipado una avalancha de datos moderados a escala global para el segundo trimestre del año, pero, por lo general, la evolución macroeconómica ha sido mucho mejor de lo previsto, particularmente en EE.UU. Sin embargo, la perspectiva de una vuelta a un entorno más normalizado en el que la política monetaria empiece a relegarse a un segundo plano como resultado del mayor crecimiento, no ha sido bien recibida por unos mercados que ya son adictos a las medidas de estímulo. Las declaraciones de la Reserva Federal de Estados Unidos acerca de una estrategia de salida de las políticas monetarias no convencionales han adquirido un tono más convincente recientemente. En su reunión de junio, declaró que podría empezar a reducir sus compras de activos a finales de este año y, probablemente, poner fin a las mismas a mediados de 2014. La volatilidad volvió a los mercados de todo el mundo durante un periodo de ventas generalizadas que ha afectado tanto a los bonos como a las acciones. El fin del «dinero fácil» en Estados Unidos es algo que el mundo teme —no sólo por el riesgo de que se cometa un error de política, sino porque, si funciona, será preciso volver a un enfoque de inversión basado en los fundamentales— y que podría tener un gran impacto en áreas del mercado de capitales que han venido registrando una gran afluencia de flujos, como la deuda emergente. El ritmo de la recuperación económica no será el mismo en todas las regiones, por lo que será preciso sopesar bien las decisiones de asignación de activos.
Un largo camino
Somos optimistas respecto a EE.UU., que sigue siendo uno de nuestros destinos sobreponderados. Sin duda, estuvo en el origen de la crisis financiera y, ahora, parece estar abriendo el camino para salir de ella. El tan anunciado suave bache en el crecimiento estadounidense no se manifestó tan abruptamente como preveían los analistas. A pesar del efecto de «arrastre fiscal» (fiscal drag) resultante del incremento de los impuestos sobre las nóminas de empleo y los recortes de gasto automáticos impuestos por el «secuestro» presupuestario, el crecimiento del PIB estadounidense en el primer trimestre, del 1,8% (intertrimestral, anualizado), nos parece muy respetable. Existen varias señales que apuntan a que la recuperación del sector privado estadounidense podría ser más visible en la segunda mitad del año (gráfico 1). El informe sobre las nóminas no agrarias —seguido por muchos con gran interés— sigue mostrando un crecimiento estable de la creación de empleo. Como motivo adicional de optimismo, cabe mencionar que la debilidad observada en los precios del petróleo y la gasolina debería traducirse en más dinero disponible para las familias estadounidenses, mientras que el incremento de los precios de la vivienda contribuye a aumentar la confianza de los consumidores. Teniendo en cuenta estos factores, el hecho de que la Fed esté hablando en términos más claros de una retirada de su programa de compra de activos no debería sorprender demasiado. Por nuestra parte, esperamos que la vuelta a la normalidad sea un proceso gradual en lugar de un acontecimiento brusco, y seguimos pensando que es más probable que la Fed peque de prudente. Mientras tanto, es posible que la volatilidad del mercado persista hasta que los inversores se sientan más seguros en lo que respecta al equilibrio entre las políticas y el crecimiento.
Gráfico 1: En EE.UU., la recuperación en el mercado de la vivienda y de automoción ya está en marcha
Sol naciente
También sobreponderamos actualmente Japón, pues creemos que podría ser una de las regiones del mundo que más despunte económicamente. El país está experimentando un cambio radical en su programa de políticas, y dos de las tres «flechas» de crecimiento del Gobierno ya han sido disparadas: una política monetaria ultraexpansiva y un incremento del gasto público. A principios de año, el Banco de Japón fijó un objetivo de inflación del 2% e introdujo un plan de compras ilimitadas de activos para, más tarde, comprometerse a duplicar la base monetaria de Japón en dos años. La esperanza ahora es que la envergadura de esta intervención acabe con la mentalidad deflacionista que ha prevalecido en Japón desde que comenzara la llamada «década perdida». Es probable que estas contundentes medidas continúen, incluidas políticas relacionadas con la tercera «flecha» consistente en reformas estructurales a largo plazo. El Sr. Abe acaba de dar a conocer una serie de objetivos que espera ayuden a incrementar la tasa de crecimiento de Japón hasta el 3% en 2020. Dichos objetivos incluyen el aumento de la inversión del sector privado, el gasto en infraestructura, la incorporación de más mujeres al mercado laboral y la desregulación de los mercados de bienes, de capitales y de trabajo.
Ya hay pruebas de que las políticas del Sr. Abe están teniendo un impacto en la economía: El notable incremento del PIB japonés hasta el 4,1% (en términos anualizados) durante el primer trimestre y el hecho de que el índice de precios al consumo saliera—por primera vez en siete meses— de terreno negativo en mayo, sugieren que la «Abenomía» está teniendo el efecto deseado. La confianza de los consumidores y las empresas ha aumentado y el país también está empezando a ver mejoras en las previsiones de beneficios empresariales. Aunque hay que señalar que el reciente incremento de la rentabilidad de la deuda pública y de la volatilidad del mercado de renta variable ha suscitado dudas sobre la eficacia y la sostenibilidad de este giro político. Es probable que los inversores sigan mostrándose sensibles a estas cuestiones y exijan garantías de que estos cambios de políticas se gestionan adecuadamente.
Columna de opinión por Bill McQuaker, co-director de renta variable de Henderson Global Investors.