En la gestión pasiva se usan índices o vehículos de inversión que se indexan para obtener la misma rentabilidad que el índice al que siguen. Es decir, no hay ningún gestor que decida qué acciones seleccionar. Se sigue de forma pasiva al índice seleccionado comprando exactamente las mismas empresas que la componen.
Para que se entienda más fácilmente hagamos una analogía simple pero ilustrativa con las carreras de caballos, imaginemos que tenemos un amigo que, aún sin tener idea alguna de caballos, fuera capaz de apostar a todos los “buenos” caballos a la vez en lo que llamaremos el índice ecuestre. Esto es, en definitiva, lo que inventó el fundador de The Vanguard Group, John C.Bogle, cuando en 1975 creó el primer fondo indexado: una forma barata de invertir en todos los “buenos caballos”, aquellos seleccionados para las grandes carreras y que no se caen nunca.
Apostar en un índice es automático, lo hace un ordenador, por lo que resulta más barato; en cambio apostar por unos pocos caballos es caro, ya que exige tener decenas de analistas y la posibilidad de equivocarse. ¿Qué pasa con el tiempo? Cuando contraponemos la gestión activa a la pasiva, como la pasiva es mucho más eficiente, a largo plazo, supera en general la activa claramente.
En esto consistió el invento de Bogle, por un lado, democratizó la inversión: todo el mundo entiende lo eficiente que es comprar un índice, una vez comprende que dentro habrá siempre las mejores 500 empresas de EE.UU. o las 600 mejores europeas o las 1.500 mejores del mundo. Por otro lado, abarató la inversión convirtiendo la gestión pasiva en un método muy eficiente.
Los fondos indexados de una cartera de gestión pasiva o indexada pueden costar entre 0,15% y 0,20%. Y estadísticamente obtienen de media un 3% más que el inversor medio en fondos de inversión. Hacerlo con una cartera de fondos activos nos puede costar del 1,5% al 2%: un promedio de 1,5% de diferencia. El otro 1,5% lo consigue la propia eficiencia de la indexación: automáticamente obtiene casi el 100% del rendimiento del índice siempre con muy alta diversificación.
Los roboadvisors acercan al inversor lo que es fácil de entender, pero no tanto de aplicar
En España la penetración de la gestión pasiva es aún simbólica, se estima en un 2% del volumen invertido. Y esto está motivado por dos factores: la gestión pasiva todavía es poco conocida y los bancos y la mayoría de otras entidades tradicionales no la promueven ya que, en muchos casos, pondría en cuestión algunos de sus servicios.
También hay razones operativas: es importante saber que la gestión pasiva es fácil de entender, pero dependiendo del objetivo del inversor puede no ser tan sencilla de implementar; muchos de los fondos indexados o ETFs no están a disposición del inversor final o representan altos costes de acceso.
Además, un inversor idealmente tiene que conocer cuáles son sus objetivos financieros, horizonte, tolerancia y capacidad financiera y, en función de estos valores, crear una cartera o «cesta de múltiples índices» para optar a una óptima diversificación.
Siguiendo con la analogía del principio del artículo, imaginemos que para apostar en carreras de animales lo lógico fuera hacerlo en diferentes tipos de carreras. En vez de un índice ecuestre habría de galgos, liebres o incluso tortugas. Y nuestro amigo ficticio tendría que decidir en qué carreras invertir, en qué proporción y en qué momento.
Algo parecido ocurre con la gestión pasiva. Los roboadvisors, o gestores automatizados de carteras de inversión, han aparecido en el escenario financiero apoyándose en la gestión pasiva, y haciendo sencillo y accesible lo que es fácil de entender, pero no tanto de aplicar para la mayoría. El nombre de gestión pasiva confunde ya que requiere de la gestión de expertos. Los robo advisors han venido para democratizar la inversión simplificando un modelo de inversión de éxito y tienen un gran horizonte de crecimiento por delante.