Para muchos, la adolescente sueca y activista climática Greta Thunberg era una de las principales candidatas al Premio Nobel de la Paz de 2019. Finalmente, no lo ganó ya que, en esta ocasión, recayó en el primer ministro etíope Abiy Ahmed. En mi opinión, es un premio totalmente merecido, por haber dado los primeros pasos en nombre de Etiopía en el proceso de paz con Eritrea y por el papel que ha desempeñado en el traspaso de poder en Sudán, tranquilo para los estándares africanos.
Pero lo que todavía me ronda la mente es el hecho de que se hayan atribuido tantas posibilidades a una activista de 16 años que deja las clases para manifestarse en defensa del clima. Thunberg, con su interés por el cambio climático, es una representante típica de la generación Z, la de los nacidos entre 1995 y 2010, que, por tanto, ahora tienen entre 9 y 24 años. Se suele decir que es una generación digital, que nacieron con un teléfono móvil en la mano y que viven tanto en el mundo virtual como en la realidad analógica.
La atribución de este tipo de rasgos a generaciones enteras es cada vez más frecuente en los medios y, por eso, he profundizado en el concepto sociológico de las generaciones. Aunque parece que no existe un estándar único, la mayoría de los sociólogos siguen la metodología de Strauss y Howe, quienes, por cierto, son historiadores. Según esta metodología, las generaciones cubren un periodo de 15 años y, alternativamente, se centran en lo colectivo o tienen un carácter más individualista.
Una generación se forma en parte por la manera de criarse (más libre o más protegida) y por los acontecimientos importantes que se viven durante los años de su adolescencia. En nuestra adolescencia, los lóbulos frontales del cerebro están programados para dar forma a nuestras normas y valores personales. Lo que una generación puede considerar completamente normal, es del todo incomprensible y absurdo para otra. Esto explica por qué, para la generación Z, quedarse sin batería en el móvil puede ser un verdadero drama (#FOMO), mientras que, para una generación anterior, no es ningún problema tener que esperar un rato para poder ver Instagram de nuevo. Y eso, si es que lo usan…
Al haber nacido en 1971, soy de la generación X o, como les dio por llamarnos a los entrenadores de fútbol, la generación de las patatas fritas. La caída del Muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética comunista supusieron para mí una ruptura importante con mi juventud y la cultura hollywoodiense de los omnipresentes comunistas malvados que podrían lanzar la bomba en cualquier momento.
“Stay Woke”
Lo que significó para mi generación la caída del muro de Berlín equivale, para la generación Z, a la combinación de la crisis económica de 2008 y el cambio climático. Esto ha provocado miedo e indignación en jóvenes como Thunberg, que deciden faltar a clase para manifestarse y pedir más medidas contra el cambio climático. En inglés, esta generación también se describe como muy consciente de «a sense of bend», la sensación del cambio. Si se mira la historia como si fuese un sinuoso camino de montaña, se podría decir que la generación Z siente que, detrás de la próxima curva, en el futuro, les espera un enorme problema climático que deben resolver como colectivo.
Su indignación también se refleja en el lema de la generación Z, «Stay Woke». Con este lema, cada abuso social se pone sin piedad en la picota de las redes sociales. Por ejemplo, como sucedió con el movimiento #MeToo contra los hombres que no podían dejarse las manos quietas en los bolsillos.
Después de la generación del milenio, más individualista y positiva, que experimenta la vida como un curso de enriquecimiento personal, la generación Z está más comprometida política y socialmente, y es la primera generación que espera vivir peor que sus padres. Y es que ellos pudieron disfrutar de una educación «gratuita» y todavía encontraban viviendas asequibles. Por eso, los actuales jóvenes de la generación Z son más ahorradores que los jóvenes de hace diez años. También beben menos alcohol, fuman menos, se quedan menos embarazadas y tienen menos problemas con la policía y la
ley.
Cambio climático y mundo digital
Como inversor en tendencias a largo plazo, considero esencial estar al tanto no solo de los avances tecnológicos, sino también de los cambios en la sociedad. Después de todo, algún día, la generación Z tendrá pleno derecho a votar y, como se trata de la generación más numerosa, más del 30% de la población mundial, me parece poco probable que siga habiendo un presidente que niegue el cambio climático y que se jacte de su desprecio hacia las mujeres.
Pero, como inversor, ¿cómo se puede beneficiar ya de la generación Z? Yo me planteo dos elementos: el clima y el mundo digital. Según los sociólogos, los jóvenes de la generación Z se centran más en las experiencias digitales que en los bienes analógicos. Los videojuegos son una actividad de ocio muy popular entre los jóvenes desde hace ya bastantes años y, últimamente, se les suman los eSports. De hecho, si fuera por la generación Z, los eSports ya serían disciplina olímpica en 2020.
La temporada pasada, se organizó con mucho éxito la versión eSports de la Liga de Campeones europea, con una competición entre gamers en la víspera de la final. Lamentablemente, también en este caso, ningún holandés logró llegar a la final. Existen tres o cuatro grandes plataformas de juego en todo el mundo que mantienen un amplio catálogo de títulos que les aportan pingües beneficios. Con los eSports, han redescubierto una manera de obtener más beneficios de estos títulos.
Consumo de carne
El segundo elemento que tengo en cuenta como inversor es el interés por el clima de la generación Z. El número de flexitarianos, o vegetarianos a tiempo parcial, es grande en esta generación y conduce a un menor consumo de carne y a una mayor demanda de todo tipo de sustitutos de la carne. La industria alimentaria actual puede volverse bastante complicada, si se tiene en cuenta la resistencia de la generación Z a los azúcares añadidos, las grasas y los colorantes y su preferencia por los productos frescos y biológicos. Si hay alguien en mi casa que lee en el envase qué contiene lo que comemos, son mis hijos adolescentes.
Por otra parte, en un informe reciente de Morgan Stanley, me encontré por primera vez con el concepto de «pico en el segmento de ropa», algo que también puede vincularse a los austeros jóvenes de la generación Z comprometidos con el clima. Según datos británicos, como consumidores, hemos pasado de adquirir 20 prendas en 1990 a 50 compras de ropa por persona y año en 2015. En Estados Unidos, esta cifra sube hasta más de 60 compras al año, sumando las hechas en tiendas físicas y en internet.
Sin embargo, datos recientes muestran que este número ya no está creciendo, e incluso parece estar disminuyendo ligeramente: de ahí el concepto de «pico en el segmento de ropa». Me refiero a ropa nueva, claro está, ¿o no ha notado cómo proliferan cada vez más las tiendas de ropa de segunda mano? Si combinamos esto con la fuerte competencia en internet, temo por las numerosas tiendas de ropa de toda la vida y creo que la inminente quiebra de Forever 21 seguramente no será la última.
Así que, aunque Greta Thunberg no haya ganado (todavía) el Premio Nobel, el cambio climático ha llegado a las agendas tanto de la política como de las empresas. Y, si se me permite hablar desde el punto de vista de la habitabilidad de nuestro planeta diría, afortunadamente.