Echar la vista atrás al inicio de 2020 es un ejercicio surrealista. El año arrancó con gran optimismo, tras un 2019 excelente (en el que S&P 500 había subido un 29% y el Nasdaq un 38%). Los mercados estaban enfocados en el avance que suponía el acuerdo comercial entre EE. UU. y China. Además, parecía que en Europa también habría acuerdo sobre el Brexit. En cuestión de semanas, las noticias de un virus devastador en China acabaron con el optimismo. Sin embargo, aunque la noticia acaparaba los titulares en todo el mundo, la opinión mayoritaria era que se trataba de otro SARS u otra gripe aviar y cuyos efectos se circunscribirían a Asia. Nadie podía haber imaginado que, en dos meses, una tercera parte de la población estaría confinada, sin poder salir de sus casas. Desde el punto de vista de los responsables de custodiar los activos de clientes, 2020 fue un año de cambios profundos.
Lo que empezó como un virus en China terminó siendo el tema dominante del año, no solo por acaparar los titulares y liderar el gráfico “El año en búsquedas 2020”, sino también por determinar la política monetaria y fiscal global, acelerar al máximo la adopción tecnológica y castigar a muchos sectores. Solo en dólares estadounidenses, la masa monetaria se incrementó un 40%. La depreciación de la moneda fiduciaria desde la crisis financiera global resulta bastante sorprendente.
Cuando se hizo evidente que la “tasa R” de el COVID-19 era suficientemente alta para declararla pandemia, con una elevada tasa de mortalidad, los inversores empezaron a temer que el impacto iría mucho más allá de la interrupción de las cadenas de suministro chinas y que podría provocar trastornos generalizados. En consecuencia, a finales de febrero empezó una ola de ventas en los mercados, ante las noticias de la propagación del virus a nuevos países. Uno tras otro, los países empezaron a confinar a sus ciudadanos. A finales de marzo, no solo la práctica totalidad de Asia estaba confinada, sino que también buena parte de Europa, y EE. UU. siguió sus pasos. Al cundir el pánico y la preocupación, los mercados se hundieron desde los máximos registrados en febrero: el S&P 500 cayó un 34% y el Nasdaq un 28%. Ambos índices se desplomaron un 12% el 16 de marzo, la mayor caída en un día desde 1987.
Aunque la ola de ventas del mercado fue generalizada, las pérdidas se centraron en sectores que se verían enormemente perjudicados por la pandemia y los consiguientes confinamientos. Los viajes y el comercio minorista se llevaron la peor parte. Los gobiernos y los bancos centrales pasaron a la acción, rebajando los tipos de interés y adoptando una expansión cuantitativa y una política fiscal de estímulo. Este enorme estímulo monetario y política monetaria flexible no tienen precedentes y alentaron uno de los mayores ciclos alcistas de la historia. Desde sus mínimos registrados en marzo, el índice S&P 500 y el Nasdaq subieron un 68% y un 84%, respectivamente. Como gestores de carteras concentradas, determinar qué valores en concreto generarán más alfa para el cliente resulta en cierto modo complicado cuando la intervención de los bancos centrales trata de salvar a todos.
La exuberancia trae consigo comportamientos irracionales y este repunte reflacionista no fue una excepción. Todo el mundo quería “jugar”. Los inversores particulares se tomaron especialmente la revancha, lo que recuerda al auge de las puntocom de hace unos 20 años. Como los confinamientos obligaron a la gente a quedarse en casa y los grandes eventos deportivos se cancelaron en todo el planeta, la gente buscó nuevas formas de ocio. En EE. UU. en particular, los casinos cerraron, el juego en Internet está prohibido en muchos estados y, además, los contribuyentes recibieron cheques de estímulo de hasta 1.200 dólares. Juntos, estos factores convirtieron la bolsa en el mayor casino del planeta. Dave Portnoy, consejero delegado (CEO) de Barstool Sports y mesías de los inversores particulares (con 1,8 millones de seguidores en Twitter), resumió la situación con estas palabras: “Es la combinación de no haber deportes ―por lo que no se puede apostar― y de no poder salir a la calle. Hay mucha gente delante de sus ordenadores que normalmente no pueden dedicarse al day trading (negociación intradía). Para los jugadores, la inversión se parece mucho”. Durante este periodo, los volúmenes de negociación se multiplicaron. De una media diaria bastante razonable de 2 millones de operaciones diarias en los últimos cuatro años, las operaciones diarias se triplicaron a más de 6 millones.
La prueba más clara de ello es el rápido crecimiento registrado por Robinhood, una conocida aplicación de negociación de valores sin comisiones que permite a los inversores operar con fracciones de valores. En el primer trimestre de 2020, Robinhood anunció un aumento de 3 millones de nuevas cuentas (una tasa de crecimiento del 30%), hasta un total de 13 millones de cuentas. Un crecimiento que coincidió con los mínimos registrados por los mercados y el comienzo del plan de cheques de estímulo. A diferencia de otras plataformas de negociación en Internet, como Fidelity y TD Ameritrade (que también registraron un rápido crecimiento, Fidelity con 1,2 millones de nuevas cuentas entre marzo y mayo, y TD Ameritrade con un incremento de las nuevas cuentas del 249% en el primer trimestre), el inversor de Robinhood presenta un perfil de crecimiento mucho más joven. La edad media del inversor de Robinhood es de 31 años, un grupo social que tradicionalmente han dado la espalda a la bolsa. Estos nuevos inversores han traído consigo un enfoque de inversión/negociación totalmente diferente, movido por el altavoz de las redes sociales, con poca (o nula) consideración a la valoración o incluso al análisis fundamental.
Los diez valores en los que más invierten los inversores de Robinhood (diciembre de 2020)
1. Apple
2. Tesla
3. Ford
4. General Electric
5. Microsoft
6. American Airlines Group
7. Nio
8. Amazon
9. Disney
10. Delta Air Lines
En cambio, muchos inversores institucionales se quedaron al margen, sopesando los estremecedores datos económicos y centrándose en el pesimismo y la desolación de las predicciones. En consecuencia, muchos de esos inversores se perdieron gran parte de las ganancias, aunque queda por ver lo que sucederá cuando la realidad (o, más bien, el análisis fundamental y una valoración realista) golpee a algunos de esos valores. 2020 también fue el año de las ofertas públicas de venta (OPV), de lo cual ya hablamos en un artículo reciente.
El COVID-19, catalizador de un mundo digital acelerado: Digital 4.0
Con la propagación de el COVID-19 por todo el mundo y la imposición de confinamientos por parte de los gobiernos, empresas enteras se vieron obligadas a teletrabajar en cuestión de días. Esto puso de manifiesto una gran cantidad de desafíos técnicos que había que superar. En el pasado, el cambio de una estructura de trabajo de toda la plantilla en oficinas centralizadas al teletrabajo habría supuesto una tarea informática descomunal, de meses de planificación y múltiples pruebas beta, muy probablemente departamento a departamento, hasta su implantación en toda la empresa. Un lujo que el COVID-19 no ofreció. En su lugar, los grandes cambios tuvieron que producirse en cuestión de días. Las empresas tuvieron que cerciorarse de que su tecnología podía soportar el trabajo remoto de todos sus empleados y el COVID-19 terminó siendo el impulso para la mayor prueba beta de teletrabajo de la historia. Nuestro propio sector no fue una excepción, aunque procuramos no sacar demasiadas conclusiones de nuestra experiencia personal. Antes de el COVID-19, muchas empresas habían “entrado de puntillas en las aguas” de la transformación digital, si bien la crisis convirtió esta en su máxima prioridad y en objeto de debate de sus consejos de administración. Empresas que no consideraban prioritario “lo digital” se dieron cuenta, de repente, de que tenían que ser una parte fundamental de su futura estrategia para sobrevivir.
La nube es un elemento central de esta temática. El teletrabajo y la capacidad para ampliar sistemas rápidamente no sería posible sin ella. De igual modo, la adopción de aplicaciones de software como servicio (SaaS) permitió escalar a las empresas de forma rápida y eficaz, sin tener que hacer grandes inversiones en bienes de equipo. Lo que comenzaron siendo inversiones de emergencia para garantizar que las empresas podían mantener su operativa se ha transformado en una reevaluación del futuro y un planteamiento de cambios permanentes por parte de los directivos. Antes de 2020, el teletrabajo era un lujo y un concepto reducido. De cara a 2021 y más allá, se convertirá en algo más o menos normal. Según una encuesta de Deutsche Bank, cuando pase el COVID-19, el 57% de los profesionales de los mercados financieros teletrabajará entre uno y tres días a la semana. De forma similar, de acuerdo con Hitachi Capital, el 55% de los trabajadores de los sectores inmobiliario y de la construcción deseaban más oportunidades de teletrabajo después del confinamiento, mencionando como principal motivo evitar los desplazamientos. Un estudio de Gartner realizado en abril indicó que el 74% de las empresas tenían previsto aprobar el teletrabajo de al menos algunos empleados de forma permanente. Este cambio de actitud y de comportamiento hace mayor hincapié en la necesidad de transformaciones digitales. Como resultado, la demanda de herramientas y aplicaciones en la nube no hará sino aumentar.
¿Y ahora qué? Tendencias disruptivas para 2021 y más allá
De cara a 2021, ya podemos vislumbrar “el principio del fin” de esta crisis. Aunque muchos de los ganadores de 2020 están creciendo ahora más que antes de la pandemia, muchos de ellos no constituyen necesariamente las mejores oportunidades para los inversores en 2021. En su lugar, algunas de las empresas menos apreciadas de 2020 brindan buenas oportunidades para cuando se eliminen las restricciones relacionadas con el COVID-19. Durante casi todo el año 2020, los viajes (tanto de placer como de negocios) se paralizaron casi totalmente y, como es lógico, las compañías de viajes se vieron perjudicadas. Datos de encuestas recientes indican que lo primero que la gente quiere hacer una vez que termine la crisis es viajar, especialmente por placer, lo que implica una enorme demanda latente. Sin embargo, al mismo tiempo, según las previsiones de consenso, el sector de los viajes no se recuperará del todo hasta dentro de unos años. Esta diferencia entre las previsiones de recuperación y la demanda contenida ofrece oportunidades para los inversores.
En la primera mitad del año, viajar al extranjero resultó sumamente complicado e incluso se evitaron los viajes dentro del propio país. El impacto en este sector fue mucho mayor que cualquier otro efecto del pasado, con un desplome de la capacidad de asientos de las compañías aéreas.
Las previsiones mayoritarias indicaban que la recuperación del sector de los viajes sería lenta y duradera, y que los ingresos no volverían a los niveles de 2019 hasta dentro de varios años. Esto nos parecía un claro desajuste entre las previsiones mayoritarias y las evidentes prioridades de los consumidores de acuerdo con las encuestas. Además de esta oportunidad cíclica, hay en juego oportunidades estructurales durante varios años. Pasamos de un mundo con miles de millones de dispositivos (Digital 3.0) a otro con billones de dispositivos (el Internet de las cosas y Digital 4.0). Aunque el concepto del Internet de las cosas no es nuevo, nos encontramos en un punto de inflexión en el que está despegando de verdad. Se trata de un acontecimiento que ahora resulta posible gracias a los avances en la inteligencia artificial, la capacidad para tratar, utilizar y almacenar datos, así como el despliegue del 5G.
Ante el incremento de la digitalización y el creciente número de dispositivos y aplicaciones digitalizados, especialmente dentro de las empresas, la cantidad de datos generados se ha disparado y sigue creciendo a mayor ritmo que nunca. En 2015, había 584 interacciones de datos por persona conectada al día, cifra que se espera se multiplique más que por ocho de aquí a 2025 (hasta 4.909 interacciones por persona conectada al día). Puede que el tema de la digitalización lleve ya mucho tiempo con nosotros, pero todavía estamos en sus primeras fases: en EE. UU., el PIB digital como porcentaje del PIB total sigue siendo apenas un 5%. Esta temática se está desarrollando en numerosos planos, sobre todo en la salud, el transporte, la robótica y la automatización del trabajo del conocimiento.
La nube es un elemento central de Digital 4.0 y las oportunidades futuras siguen siendo enormes (la penetración de la nube sigue siendo inferior al 10%). El año 2020 se considerará el punto de inflexión, en el que la transformación digital, en muchos casos forzada por la pandemia, se convirtió en la prioridad número uno. Sin embargo, en 2021 y los años posteriores vendrá la verdadera implementación, lo que pondrá de manifiesto el cambio generalizado de actitud para priorizar la tecnología. Según un informe de McKinsey, se estima que la tecnología “desplazará” unos 400 millones de empleos a tiempo completo de aquí a 2030. Ya en este momento, el 50% de las actividades laborales actuales pueden automatizarse adaptando la tecnología disponible y, por consiguiente, los trabajadores tendrán que adaptarse para sobrevivir. La lucha por la supervivencia de las empresas en 2020 ha aumentado los esfuerzos por reducir costes y mejorar la productividad. De cara al resto de 2021, las presiones para digitalizarse para lograr el teletrabajo pleno disminuirán ligeramente. Sin embargo, serán sustituidas por la necesidad de utilizar tecnología como forma de reducir costes.
2021: ¿y ahora qué?
Desde el punto de vista de la inversión, generar alfa para el cliente en 2020 consistía en acertar con los ganadores de el COVID-19 y, a lo largo del año, pasarse a los ganadores tras el COVID-19 y enfocarse en los beneficiarios de la próxima ola de disrupción (Digital 4.0).
La hoja de ruta de Digital 4.0 descrita anteriormente muestra que la siguiente fase de adopción en las tecnologías disruptivas conlleva bien el Internet de las cosas, el 5G, los datos o la inteligencia artificial, o bien una combinación de todos ellos. Estos son los motores de lo que creemos que ofrecerá las mayores oportunidades para los próximos 5 a 10 años. Mientras que Digital 3.0 fue el ciclo de la plataforma, Digital 4.0 es un ciclo de creación de datos y uso para ventajas competitivas. La conectividad de todas las cosas, cada vez más en tiempo real, promoverá el cambio en sectores que aún no han registrado los niveles más fuertes de disrupción, entre los que se incluyen la automatización del trabajo del conocimiento, la salud, el transporte, la industria y las tecnofinanzas.
Como conclusión, recordemos a todos la necesidad de ser imparciales en este sentido. El mundo del crecimiento disruptivo tiene mucho de bombo sobre ciertos valores. En cambio, el éxito de los inversores fiduciarios depende de un análisis detallado e imparcial a la hora de generar alfa para los clientes.
Columna de Mark Hawtin, director de inversiones en GAM Investments.
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