Ante la amenaza del Brexit y toda la incertidumbre que trae consigo, el Reino Unido bien podría entrar en recesión. De hecho, el descenso del PIB del país y las oleadas de despidos a gran escala, que han contribuido a la preocupación pública sobre el estado de la economía británica, sugieren que el Reino Unido podría estar entrando en recesión técnica.
Una recesión suele definirse como la contracción de la economía durante al menos dos trimestres consecutivos. La duración media de una recesión es de un año y medio; teniendo en cuenta que un ciclo empresarial completo dura aproximadamente 4,7 años y que la última recesión mundial terminó en 2009, podría argumentarse que es algo que ya tenía que haberse producido. Los temores en el Reino Unido se han visto intensificados por el hecho de que el crecimiento del PIB británico fue negativo en el segundo trimestre del 2019, que constituyó la primera contracción desde el cuarto trimestre de 2012. Si nos basamos en la definición técnica, el Reino Unido está a un trimestre de una recesión plena.
En nuestra opinión, si bien algunos mercados podrían presentar características claramente recesionistas, resulta poco probable que se produzca una recesión a escala mundial este año. La economía estadounidense mantiene su solidez, incluso en un momento en el que las economías europeas se encuentran en fases de contracción. Dicho esto, es totalmente posible que el Reino Unido entre en recesión técnica cuando se anuncien los datos del tercer trimestre en noviembre.
Podemos fijarnos en el tambaleante sector de servicios a modo de indicador clave sobre el actual estado económico. El sector representa alrededor del 80% de la economía británica, y en agosto se estancó de un modo sin precedentes. En vista del actual contexto político, parece que las empresas no están dispuestas a tomar decisiones de inversión de gran calado ante la falta de claridad sobre el Brexit y las posibles restricciones sobre las importaciones y exportaciones. La incertidumbre generalizada sobre el Brexit y la relación del Reino Unido con Europa también ha contribuido a la caída de los sectores nacionales de construcción y producción.
Los bancos centrales a escala mundial rondan la delgada línea que les separa del pánico de los inversores, en nuestra opinión. Hemos asistido a la aplicación de paquetes de estímulo en EE. UU. y Europa: tanto la Reserva Federal como el Banco Central Europeo han recurrido a políticas de flexibilización cuantitativa para impulsar sus respectivas economías. En el caso de EE. UU., el crecimiento del PIB ha mantenido su solidez y se ha situado en el 2,1% en el segundo trimestre de este año. El índice de precios al consumo, a menudo utilizado como un indicador de recesión, registró un incremento subyacente del 2,4% en los 12 meses previos a agosto. Con base en estos datos, no creemos que EE. UU. vaya a sufrir una recesión en el futuro próximo.
Además de estos datos optimistas en términos generales, consideramos que la confianza es mayoritariamente positiva fuera del Reino Unido. La resolución de la guerra comercial entre EE. UU. y China podría proporcionar un alivio adicional y propiciar un repunte en los mercados, especialmente en lo relativo a la curva de rendimientos estadounidense, ligeramente invertida. Si bien históricamente una curva invertida ha sido preludio de una recesión, esta vez esta idea se ve en cierto modo rebatida por unas tasas de empleo récord en EE. UU. y Europa (incluido el Reino Unido). Además, una curva de rendimientos invertida suele anteceder a una recesión entre 14 y 36 meses, lo que hace poco probable que se produzca una caída de la economía de forma inminente.
El clima internacional es ambiguo, pero creemos que el Reino Unido es la principal economía que sufre un riesgo inmediato de entrar en recesión. Las economías de mayor envergadura del mundo (EE. UU., China y Japón) han mantenido cierta solidez por el momento, especialmente la locomotora estadounidense. El Reino Unido, sin embargo, tiene el problema concreto de la parálisis del Brexit. Los consumidores muestran una mayor aversión al riesgo, mientras que las empresas no están dispuestas a invertir a gran escala en un contexto tan marcado por la ambigüedad y la falta de claridad sobre el resultado.
Columnna de opinión de Charles Hepworth, gestor de carteras de GAM Investments.
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