La guerra comercial instigada por el gobierno estadounidense actual está afectando al crecimiento económico y a los beneficios empresariales en todo el mundo. Las economías y los mercado de valores de Europa y la esfera en desarrollo han resultado ser especialmente vulnerables por su dependencia de la cadena de suministro manufacturera global.
Sin embargo, los inversores que deseen diversificación y estabilidad deberían fijarse en el ojo de la tormenta: Estados Unidos. La economía, el dólar y los mercados bursátiles estadounidenses gozan de características únicas que los convierten en una parte vital de cualquier cartera de inversión, incluso a pesar de que el recrudecimiento actual de la incertidumbre económica sea causa del propio sistema político de Estados Unidos.
La economía estadounidense se presta a aislarse en gran medida de factores externos. Con una población de 372 millones de personas, se estima que el 80% de su economía se basa en el consumo. Las cifras del PIB del segundo trimestre demuestran su importancia: en pleno recrudecimiento de la guerra comercial y con una caída de la inversión empresarial del 5,5% en comparación con el año anterior, el PIB estadounidense logró anotarse un avance del 2,1%, por encima de las expectativas de Wall Street, gracias a la solidez del consumo.
Tal es la confianza del consumidor que las solicitudes de hipotecas para adquisiciones de vivienda (en contraposición a operaciones de refinanciación) también han subido de manera sostenida. Al seguir creciendo el peso del consumo y los servicios en la economía estadounidense, resulta cada vez más improbable que la ralentización industrial o manufacturera sea el origen de una recesión en el futuro. En vista de la tensa situación actual del entorno comercial global, se trata de una característica de gran atractivo que presentan muy pocas economías.
Para los inversores internacionales, la estabilidad del dólar estadounidense también es de vital importancia para conservar el valor de sus inversiones en moneda local. De nuevo, Estados Unidos se encuentra en una posición excepcional en este aspecto. El dólar estadounidense goza de solidez y estabilidad gracias a su condición de moneda de reserva de facto, extremo que apenas muestra signos de que vaya a cambiar.
El comercio global se realiza cada vez más en dólares estadounidenses y la deuda denominada en dicha moneda en manos de empresas y gobiernos se aproxima a los 10 billones de dólares. La economía mundial ha asimilado literalmente la situación del dólar de Estados Unidos motivada por su capacidad para hacer las veces de reserva de valor (por la elevada liquidez de sus mercados de capitales), así como por sus altos niveles de liquidez y seguridad.
El último punto es crucial, pues la Reserva Federal demuestra claramente estar preparada para actuar como prestamista de último recurso. Durante la crisis financiera mundial de 2008, el banco central estadounidense instauró líneas de swap de divisas con nada menos que otros 14 bancos centrales para asegurar una oferta sostenida de liquidez en dólares.
El dólar estadounidense no es inmune a la depreciación, naturalmente, como se vio en la primera década del siglo XXI, cuando la economía a duras penas se recuperó de la recesión. El gobierno estadounidense recientemente planteó la posibilidad de devaluar su moneda un 10% para apuntalar la fabricación destinada a exportaciones. Sin embargo, el proceso de “dolarización” de, aproximadamente, la última década, combinada con las características intrínsecas que se describen con anterioridad, sugiere que el dólar estadounidense seguirá siendo una moneda atractiva en las turbulencias económicas globales en curso, que no de las específicas de Estados Unidos.
En cuanto a los mercados de capitales y, concretamente, la renta variable de Estados Unidos, volvemos a encontrarnos con la excepcionalidad de dicho país. Aunque algunas empresas estadounidenses centradas en el ámbito internacional, como Nike, han pedido al gobierno de Estados Unidos rebajar el tono en el enfrentamiento comercial, la rentabilidad de las empresas del país sigue siendo sólida.
Las expectativas medias de crecimiento de los beneficios de las empresas correspondientes al segundo trimestre apuntan un alza del 4% con respecto al año pasado, si bien numerosas empresas están demostrando flexibilidad en la gestión virando sus cadenas de suministro en detrimento de China en lugar de esperar a la resolución de la incertidumbre política.
En la práctica, esto implica trasladar las fábricas a jurisdicciones de “segundo nivel” como México, Tailandia e Indonesia. También contribuye positivamente la actitud cada vez más “proclive” de la Reserva Federal, que se ha mostrado más abierta a reducir los tipos de interés ante la inminencia de una tormenta económica global. Sin embargo, Estados Unidos también ofrece algo intrínsecamente superior con respecto a otros mercados que trasciende las condiciones imperantes: una rentabilidad de los recursos propios sistemáticamente mayor que en otros mercados.
¿Cuál puede ser la explicación de esto? En pocas palabras, mayor calidad de los equipos directivos de las empresas. No es una mera sospecha de que las empresas estadounidenses simplemente se gestionan mejor que otras, sino un fenómeno observado de manera empírica.
En un estudio básico realizado en 2010 por Nicholas Bloom y John Van Reenen (1), las empresas estadounidenses obtuvieron la mejor puntuación global en cuanto a dirección, a partir de criterios como adopción de técnicas de fabricación modernas, control del rendimiento, consecución de objetivos internos, procesos de revisión de homólogos, estructuras de incentivos y gestión del talento. Aunque la solidez de su infraestructura de formación empresarial puede que sea parte de la razón de esta puntuación elevada, es posible que el enfoque darwiniano de Estados Unidos hacia el éxito y el fracaso individual en el mundo corporativo sea el que más incida en este sentido.
Es interesante señalar que el Reino Unido logró el noveno puesto a escala mundial; los autores del estudio destacaron una cultura fatalista de mediocridad directiva personificada en la cultura popular por personajes como Basil Fawlty, David Brent y Alan Partridge. Resulta complicado relacionar dichas caricaturas con personajes de Estados Unidos porque en ese país prácticamente no existen. La superioridad en la gestión se combina con la enorme profundidad del mercado bursátil estadounidense, donde en 2017 se negociaban a diario, de media, casi 6.500 millones de acciones. El resultado es que el índice S&P 500 tiende a mostrar “asimetría” con el tiempo, pues evoluciona adecuadamente cuando sube la renta variable global, pero también traza una evolución defensiva sólida cuando caen las acciones de todo el mundo, reflejando su capacidad, descontada, de afrontar todo tipo de situaciones.
La fortaleza estadounidense es un fenómeno económico y de inversión más que contrastado. Puede que otros estilos de inversión y regiones muestren un crecimiento más alto, como los mercados emergentes, con sus incipientes clases medias, mientras puede que otros parezcan ofrecer un valor directo más elevado, como la ridiculizada renta variable europea.
Sin embargo, la economía, la moneda y los mercados bursátiles estadounidenses gozan de una resiliencia que se debe, en parte, al legado estructural, pero también en buena parte a que los responsables de sus instituciones económicas y los consejos de administración de sus empresas siempre son de alta calidad.
Estas ventajas únicas posicionan a Estados Unidos adecuadamente para bregar con un periodo prolongado de incertidumbre geopolítica y económica a escala global, incluso a pesar de que el origen de esta situación sea interno. Si bien algunos expertos argüirían que la administración estadounidense está tratando de hacer que el país dependa menos del exterior, la buena noticia es que los mercados de capitales de Estados Unidos siguen siendo fácilmente accesibles para los inversores internacionales.
Tribuna de Julian Howard, responsable de Multi-Assets Solutions en GAM Investments.
Anotaciones:
(1) «Why Do Management Practices Differ Across Firms and Countries?» Bloom & Van Reenen, 2010
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