En el último trimestre del año, los mercados bursátiles estadounidenses repuntaron hasta máximos históricos en un contexto de creciente optimismo sobre una posible reactivación mundial. Si a cualquier participante del mercado le hubieran dicho en enero de 2019 que así es como acabaría el año, no lo habrían creído: el sinfín de desafíos a los que hacían frente la economía mundial y los mercados a principios de año no auguraban nada bueno.
La Reserva Federal estadounidense (Fed) había endurecido su política de forma prematura, la guerra comercial entre EE. UU. y China se estaba recrudeciendo, el Reino Unido estaba sumido en el agonizante proceso del Brexit, Europa se estaba ralentizando (Alemania evitó por los pelos entrar en recesión técnica) y el populismo de derechas resurgía en todo el mundo. En este contexto, cabía esperar que los mercados progresaran poco durante el año y, en cambio, lo hicieron de forma espectacular.
Para finales de diciembre, el índice de volatilidad (VIX), un parámetro para cuantificar la volatilidad en los mercados de renta variable, estaba sumido en la más absoluta calma, y el índice MSCI All Country World Equity había subido casi un 28 % en divisa local. El último trimestre del año protagonizó un especial optimismo que quedó reflejado en los mercados de capitales. Por tanto, los sectores cíclicos de renta variable, como el industrial y el financiero, registraron una evolución superior a la de las opciones más seguras, como los suministros públicos o el consumo básico. Los rendimientos de la deuda pública a largo plazo repuntaron y, en cuanto a las divisas, el dólar australiano se revalorizó frente al yen japonés, mientras que el euro y la libra esterlina repuntaron frente al dólar estadounidense. En materias primas, el cobre superó al oro y el crudo empezó a subir. La euforia empezaba a echar raíces.
Las razones de esta evolución pueden desglosarse a corto y a largo plazo. En el plano más inmediato, el consumo estadounidense mantuvo su solidez durante el año gracias al reducido nivel del desempleo, el aumento de los salarios, el abaratamiento de la financiación de hipotecas y el moderado nivel de la inflación.
Ello conllevó que el 80 % de la economía más importante del mundo se encontraba en buen estado y que, por tanto, resultaba poco probable que se produjera una recesión a escala mundial. En segundo lugar, la liquidez mundial era abundante, dado que los bancos centrales hacían lo que podían para compensar los efectos del comercio usado como arma en la política internacional. La disputa más obvia era entre EE. UU. y China, pero Japón y Corea del Sur también se vieron envueltos en un amargo enfrentamiento sobre reivindicaciones históricas.
La Fed, tras detectar una pérdida de dinamismo económico a principios de año, dio marcha atrás en su endurecimiento de 2017 y 2018 recortando los tipos de interés y declarando que estaría preparada para permitir que la inflación superase su objetivo «de forma simétrica» antes de plantearse un nuevo ciclo completo de endurecimiento (véase Gráfica 1 más abajo). Asimismo, amplió su balance para abordar problemas técnicos de la financiación de los «repos», lo que en gran medida se interpretó, de manera acertada o errónea, como un refuerzo de su compromiso de brindar una liquidez que, en última instancia, beneficiaría a la economía y a los mercados de renta variable. El Banco Central Europeo (BCE) también renovó su programa de expansión cuantitativa, si bien con una gran oposición por parte de Alemania y los Países Bajos.
Estos efectos positivos se intensificaron después del verano, cuando parte de la incertidumbre que acechaba a los mercados se disipó. La salida del Reino Unido de la Unión Europea (UE) empezó a darse por sentada con el nuevo primer ministro del país, Boris Johnson, lo que acabó confirmándose con su victoria en las elecciones en diciembre. Al mismo tiempo, EE. UU. y China parecían haber formalizado la primera fase de un exhaustivo acuerdo comercial después de meses de incertidumbre.
Pero, en un plano más profundo, en 2019 se produjo la continuación de una tendencia clave que apuntaló aún más a los mercados bursátiles. En concreto, la demanda de activos seguros por parte de fondos de pensiones, países productores de petróleo, exportadores y empresas con abundante liquidez superó la oferta disponible y mantuvo los precios de los bonos en niveles elevados y los rendimientos, contenidos.
Junto con las políticas monetarias flexibles, los rendimientos negativos o reducidos resultantes en la deuda pública hicieron que los dividendos o las rentabilidades de las acciones parecieran atractivas en comparación y contribuyeron al fenómeno «TINA» —siglas en inglés de «no hay alternativa»— en los mercados de renta variable. Los elevados rendimientos no solo aumentaron el atractivo de las perspectivas de rentabilidad a largo de la renta variable, sino que apuntaban a un mayor valor.
Perspectivas y repercusiones para la inversión
A pesar de la evidente disipación de la incertidumbre, la economía mundial sigue haciendo frente a importantes retos. La globalización podría seguir revirtiéndose mientras las industrias y comunidades locales continúen haciendo frente a las dificultades derivadas de la disrupción y la desigualdad que esta causa y los políticos sigan intentando canalizar el descontento resultante en vez de abordarlo. Así, la guerra comercial entre China y EE. UU. y el brexit seguirán siendo síntomas de este problema tan arraigado. Resulta probable que el crecimiento económico mundial siga peligrando ante la ralentización de la demanda conforme la población activa empiece a envejecer y, en última instancia, a contraerse en el mundo occidental y en China. Este contexto se ve agravado por las escasas probabilidades de que se aplique una respuesta política concertada para abordarlo.
El recurso a la política presupuestaria tendría mucho sentido en vista de los reducidos costes de financiación en todo el mundo y de las rentabilidades potenciales de dedicar recursos a proyectos de inversión.
El sistema interestatal de autopistas que Eisenhower creó en la década de 1950 constituye un magnífico ejemplo del poder de autofinanciación del gasto en infraestructuras: arrojó una rentabilidad estimada del 600%. No obstante, parece poco probable que se materialice una respuesta coordinada, habida cuenta de la oposición (Alemania) y el escaso margen presupuestario (EE. UU., Japón, Italia).
La inmigración es otra posible solución para impulsar la población activa, pero ha pasado a ser una cuestión polémica en muchas economías clave. Así pues, resulta probable que los bancos centrales de todo el mundo sigan haciéndose cargo del problema manteniendo los tipos de interés en niveles reducidos a través de la política monetaria y posibles políticas de expansión cuantitativa (véase Gráfica 2 a continuación).
Al contrario de lo que podría parecer, este contexto de estancamiento económico y los rendimientos reducidos resultantes en la renta fija deberían contribuir a apuntalar las valoraciones de la renta variable, en vez de lastrarlas, dado que los inversores se ven obligados a buscar rendimientos allí donde puedan encontrarlo. Muchos han descrito estos últimos años como excepcionales por haber mostrado estas características tan opuestas pero, en vista de que las condiciones subyacentes no han cambiado, creemos que no hay motivos para creer que no pueden mantenerse durante algún tiempo.
La renta variable sigue siendo la clase de activos escogida por los inversores que buscan crecimiento gracias a las mayores rentabilidades y valoraciones que hemos descrito. Sin embargo, el contexto de escaso crecimiento probablemente conllevará que muchos inversores infravalorarán la asignación adecuada a la clase de activos.
Si bien la volatilidad y otras circunstancias específicas podrían constituir motivos más legítimos para ser prudentes, invertir en empresas que pueden aumentar su cuota de mercado y atraer el capital de los inversores comprometidos seguirá siendo una opción interesante. Se puede obtener valor adicional aumentando la exposición a «megatendencias» que no dependan de un crecimiento económico esquivo.
Algunos ejemplos son: Fortress America (principal beneficiario de las políticas de la Fed, mejor gestión corporativa del mundo), la inversión según criterios medioambientales, sociales y de buen gobierno (ESG) (el largo camino de la bondad, las cambiantes demandas de los inversores), la tecnología (crecimiento en un mundo de reducido crecimiento) y los mercados emergentes (auge de la clase media, escasa representación en los índices de renta variable).
Más allá de la renta variable, aquellos inversores con el objetivo de preservar el capital deberán buscar la sencillez y la coherencia. Esta parte de la asignación de activos en la cartera debería tener por objeto lograr un perfil de rentabilidad estable, pero discreto, con el fin de amortiguar la volatilidad asociada a la renta variable.
La mejor forma de lograrlo probablemente sea a través de bonos alternativos, como los títulos vinculados a la inflación o aquellos con garantía hipotecaria, así como la deuda corporativa con duración reducida. La deuda pública sigue desempeñando su papel de diversificación en las carteras más allá de la renta variable y ofrece ahora cierto valor tras el reciente repunte de los rendimientos.
Desde el punto de vista táctico, pueden surgir oportunidades a medida que los mercados pasen de descontar los indicios de una demanda reducida a descontar de nuevo la consiguiente respuesta política. Entretanto, el reajuste periódico de los objetivos de asignación de activos puede generar un valor sorprendente con el tiempo y debería constituir un componente habitual de la actividad regular de todas las carteras. Esta combinación de rigor y flexibilidad será crucial para alcanzar el éxito en 2020.
Tribuna de Julian Horward, responsable de soluciones multiactivo en GAM Investments.
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