Cuando el COVID-19 apareció en diciembre de 2019, la mayoría de los observadores lo consideró un problema de China. La reacción de los mercados globales fue, primero, de inquietud ante la posibilidad de disrupciones en el suministro y, posteriormente, de tranquilidad cuando China adoptó medidas agresivas de cuarentena en Hubei, la provincia en la que el virus se originó.
Más de dos meses después del cierre de Hubei, la economía mundial se encuentra en una situación precaria. En el momento de redactar este informe, se están notificando 40.000 nuevos contagios diarios, y se han puesto en marcha medidas de confinamiento extremas para impedir la propagación del virus y aliviar la sobrecarga de los sistemas sanitarios nacionales. La reducción del 14% al 11% (en el momento de escribir este texto) en el número de nuevos contagios diarios respecto a la semana anterior hace pensar que las medidas comienzan a surtir efecto poco a poco.
Ante la ausencia de precedentes modernos de confinamientos de esta magnitud, tan solo podemos tomar a Italia y China —dos de los países más afectados— como escenarios base sobre la evolución que podría darse en el resto del mundo. Por desgracia, ninguno de estos países se ha recuperado completamente del virus. La historia de la recuperación china es posiblemente la más importante a examinar en este momento, ya que el país está comenzando a volver a la normalidad. Cuando China suavice sus restricciones y reabra su economía doméstica podremos estudiar la probabilidad de una segunda oleada de contagios.
En este momento, China está reportando unos 35 casos nuevos al día, lo que supone una notable reducción respecto a sus niveles máximos. La gripe española evolucionó inicialmente de una forma similar: apareció en marzo de 1918 y fue descendiendo durante el verano. No obstante, retornó con una fuerza mortífera a finales de agosto de ese año. Según el consenso generalizado, esta segunda ola, que los soldados embarcados en naves militares propagaron por todo el mundo, vino provocada por una cepa mutada del virus original. A lo largo de dos meses, el virus mutado mató a millones de personas de todo el mundo.
A comienzos de 1919 surgió una tercera cepa mutada, pero la escasa circulación de personas entre países a causa de la guerra evitó que esta última ola se propagara tanto como la segunda. Vemos muy probable que el COVID-19 mute de forma similar cuando se levanten las cuarentenas.
Esto viene a sumarse a los múltiples factores que dificultan el desarrollo de una vacuna, que tendría que garantizar la inmunidad ante futuras cepas. Mientras tanto, los países deberán supervisar estrechamente los desplazamientos interiores y exteriores de sus ciudadanos conforme las medidas de confinamiento se vayan relajando durante los próximos meses.
Aunque el presidente Trump ha sugerido que EE.UU. podría reabrirse a principios de mayo, un final tan abrupto y prematuro de las iniciativas de confinamiento podría resultar devastador tanto para la economía como para el sistema sanitario de producirse una segunda ola.
Desde el punto de vista de los activos de riesgo, creemos que el caso de la recuperación tras el COVID-19 plantea tres riesgos principales: la capacidad de la política presupuestaria para evitar que los shocks de oferta y demanda se agudicen aún más; el impacto del virus sobre el crecimiento del PIB en los mercados desarrollados durante el segundo trimestre, y la posibilidad de que se produzca una segunda ola. A nuestro juicio, los dos primeros riesgos palidecen en comparación con el surgimiento de una segunda ola. Incluso sin una mutación, el COVID-19 ha demostrado que puede propagarse y provocar muertes a gran velocidad. Antes de que la economía global pueda plantearse llevar a cabo una recuperación, es necesario confirmar que podremos contener una segunda ola del virus.
Columna de opinión de Charles Hepworth, director de inversiones en el equipo Managed Fund Solutions de GAM Investments.
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