El panorama macroeconómico actual es especialmente interesante. El cruce de caminos que supone el momento inmediato anterior a un cambio de ciclo de política monetaria no es algo que se vea todos los años, y esa incertidumbre suele constituir una importante fuente de volatilidad.
El mes de agosto ha ilustrado claramente esta incertidumbre. Ante la primera señal de debilidad del mercado laboral estadounidense las perspectivas de los inversores sobre la cuantía de las bajadas de tipos se han disparado, alejándose significativamente de lo marcado por la propia Reserva Federal.
Aunque la sobrerreacción de los inversores ante estos datos quizás fue excesiva, lo que es indiscutible es que la tendencia del crecimiento (y, por ende, la inflación) tiene más recorrido a la baja que al alza, especialmente cuando vienes de una situación de pleno empleo.
Las implicaciones de este momento de cambio son evidentes para cualquier tipo de inversor, pero si hay un grupo que se ve más impactado no es otro que el inversor conservador. Este tipo de inversor ha vivido los dos últimos años en un mundo idílico; una subida de tipos muy rápida y una pausa prolongada una vez los tipos alcanzaron a su máximo. Todo ello con una inflación ajustando gradualmente a la baja.
De esta manera, la vida de este tipo de inversor ha sido plácida, disfrutando de tipos altos, sin tener que asumir riesgo de crédito, y sin la necesidad de alargar los plazos de sus inversiones. Lo malo de las situaciones idílicas es que no suelen durar, y este mundo perfecto para el inversor conservador está tocando a su fin.
Un cambio de paradigma implica la necesidad de tomar decisiones. La opción por defecto para el inversor conservador sería no hacer nada y conformarse con tipos de interés cada vez menores. Sin embargo, quizás esto no sea suficiente para muchos inversores y se vean forzados a buscar rentabilidad en activos de más riesgo (algo no muy recomendable para un inversor que no quiere convivir con el riesgo) o, quizás, se tenga que plantear invertir a plazos más largos (una idea que puede tener sentido, pero no exenta de volatilidad).
Como indicamos, el problema de estas dos opciones radica en la volatilidad, que es un concepto con el que el inversor conservador ni quiere, ni puede, cohabitar.
La construcción de una cartera a vencimiento sería una vía para conseguir ese doble objetivo, consistente en incrementar la rentabilidad que podríamos esperar de unos tipos a corto plazo descendentes y, al mismo tiempo, evitar la volatilidad.
En nuestra opinión, la deuda corporativa se muestra como el instrumento más adecuado para la formación de esta cartera a vencimiento. Evidentemente, las expectativas de bajadas de tipos ya se encuentran incorporadas en la curva de tipos, pero las rentabilidades que ofrecen los bonos corporativos a tres años nos parecen lo suficientemente interesantes para “comprar” esta rentabilidad durante los próximos tres años y beneficiarnos de ella sin tener que asumir riesgos con los que el inversor conservador no suele sentirse especialmente cómodo.
De esta manera, este camino de optar por una cartera a vencimiento cubre el objetivo principal del inversor conservador que no es otro que rentabilizar sus ahorros por encima de la inflación. Una cartera con un vencimiento de tres años y con rating medio BBB ofrece rentabilidades cercanas al 3%, rentabilidad superior a unas previsiones de inflación de los próximos dos años para la zona euro, que se encuentran ligeramente por encima del 2%.
Sin embargo, lo más importante no es ya conseguir una rentabilidad por encima de la inflación (hay muchos caminos para ello). Lo más importante, para este tipo de inversor, es conseguirlo sin tener que modificar su perfil de riesgo en un entorno no tan amable como el de los últimos dos años.
Estamos acostumbrados a medir todo por los números, pero existen intangibles que son difíciles de traducir a cifras, y uno de estos intangibles es la tranquilidad de un tipo de inversor que no se encuentra cómodo con la volatilidad. Como gestores, tenemos la obligación de entender esto y combinarlo, de la mejor manera posible, con los instrumentos necesarios para ofrecerle una alternativa que cumpla sus objetivos de rentabilidad y que le permita dormir bien por las noches, especialmente en un momento de cambio como este.
Columna de David Ardura, director de Inversiones en Finaccess Value AV
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