La COP26 brinda a los gobiernos una oportunidad perentoria para dar un fuerte impulso a la transición hacia un mundo con bajas emisiones de carbono y encontrar formas mejores y más rápidas de mitigar el impacto del ser humano sobre el clima y la naturaleza. Concretamente, constituye una oportunidad para acelerar lo que sabemos que funciona: infraestructuras renovables, poner precio a las emisiones de carbono, regulaciones específicas para cada sector y normas de ámbito mundial.
También es una oportunidad para avanzar con decisión en lo que necesitamos que funcione: almacenamiento barato y escalable para los días sin producción de energías renovables, el hidrógeno como alternativa para el transporte pesado y la industria, y convencer a los consumidores para que cambien su forma de comprar, comer, conducir, invertir sus ahorros y calentar su casa.
Es necesario poner precio a las emisiones de carbono para alcanzar la neutralidad y llegar aún más lejos
Resulta difícil cuantificar qué coste tiene el dióxido de carbono para el planeta. Así pues, fijar un precio para el carbono que sea homogéneo en todo el mundo es un primer paso crucial que ayudará a integrar la descarbonización en la toma de decisiones de los políticos, las empresas, los inversores y los consumidores. De hecho, sin este sistema de «el que contamina, paga», será imposible reducir rápidamente las emisiones de carbono del mundo, y más aún superar la neutralidad para tener un saldo de carbono negativo. Por sí sola, la neutralidad en emisiones no impedirá que sigan subiendo los niveles absolutos de carbono, pese a que hoy en día se considera la forma más pragmática de limitar el calentamiento a 1,5 grados.
Más de 40 países ya han puesto precio de alguna forma a las emisiones de carbono. El régimen de comercio de emisiones (ETS) de la Unión Europea (UE), con sus 16 años de existencia, se amplió en 2021 junto con los impuestos al carbono en función de cada sector, mientras que el Reino Unido lanzó su propio sistema este año. China también ha lanzado un ETS, pese a seguir invirtiendo en nuevos proyectos de carbón. Algunos estados de EE.UU., como California y Washington, han puesto en marcha sistemas de limitación y comercio. Estos ejemplos son alentadores, pero será necesaria una mayor coordinación internacional —respaldada por las grandes potencias— para que los precios del carbono tengan un impacto real sobre las emisiones.
Los precios del carbono deben subir, a pesar de la inflación
Con un precio de alrededor de 3 dólares por tonelada, el precio internacional del carbono sigue siendo demasiado bajo para instigar un cambio y tiene que subir. Eso parece cada vez más probable. El FMI espera que los precios internacionales alcancen los 100 dólares por tonelada en 2030 (lo que podría ser incluso una estimación conservadora si la inflación se mantiene en niveles elevados). En mayo, el precio del carbono en la UE alcanzó un récord de 50 dólares por tonelada en previsión de los impuestos al carbono, un 50% más que a comienzos de 2021, y desde entonces ha seguido subiendo, dado que el bloque trata de incorporar más sectores a sus marcos de precios del carbono.
Damos la bienvenida a estas subidas, hasta cierto punto. Si se producen de forma demasiado rápida y acusada, crearán presiones inflacionistas que podrían dañar la confianza en la transición energética. La reducción de las inversiones en combustibles fósiles también provocará presiones en los precios hasta que las energías limpias tengan más peso en el mix, algo que ya estamos viendo con el aumento de los precios del gas. Sin embargo, los costes de explotación en sectores como los suministros públicos están descendiendo espectacularmente a medida que se construyen nuevos activos renovables. Y los beneficios sociales y económicos de un mundo más limpio con menos contaminación atmosférica, menos vertidos de petroleros y mayor seguridad energética (con un menor riesgo de colas en las gasolineras) son obvios.
Muchas empresas ya cuentan con un mecanismo interno para el carbono y la última encuesta a analistas de Fidelity reveló que estos esperan que un tercio de las empresas que cubren adapten sus modelos de negocio durante los próximos tres años en previsión de un precio futuro del carbono. Tres cuartas partes de los analistas del sector energético de Fidelity creen que los precios del carbono serían la política más eficaz para ayudar a las empresas de sus sectores a alcanzar las cero emisiones netas.
Este liderazgo de las empresas debería dar a los gobiernos la confianza de que la COP26 es el sitio adecuado para diseñar un sistema internacional para las emisiones de carbono. Otras áreas en las que es vital alcanzar un acuerdo son el fin de las subvenciones a los combustibles fósiles y los incentivos a la electricidad de fuentes renovables, sobre todo en los mercados en desarrollo; e invertir en tecnologías vitales que todavía no se pueden desplegar plenamente, como las baterías y el hidrógeno.
Las tecnologías de la información tienen un papel protagonista en la transición. Pueden ayudar a la red a gestionar las cargas variables usando algoritmos. Pueden ayudar a los gobiernos, empresas y hogares a medir su huella de carbono, reduciéndola lo máximo posible y compensando lo que no se puede eliminar. Pueden mejorar la verificación de los datos y crear nuevos mercados de carbono. Pero no pueden resolverlo todo.
Se necesitan políticas coordinadas
Muchos sectores necesitarán intervenciones de las autoridades para llegar a las cero emisiones netas. Los inversores como Fidelity International pueden, y así lo hacen, dialogar activamente con las empresas en torno a la transición hacia un mundo con bajas emisiones de carbono. Tenemos objetivos de cero emisiones netas, invertimos en soluciones contra el cambio climático y estamos trabajando para reducir las emisiones dentro de nuestras carteras sin escurrir el bulto. Sin embargo, al final se necesitarán políticas coordinadas de las autoridades para hacer la transición con rapidez y escala, ya sea a través de legislación, incentivos, gasto público o una combinación de las tres.
Los mercados voluntarios para comerciar con carbono son un comienzo, pero los inversores necesitan reglas universales para medir las emisiones, así como una contabilidad climática y unos estándares de inversión reconocidos en todo el mundo, sobre todo para los bonos verdes. Los enfoques regionales no funcionarán, sobre todo en países donde existe una menor voluntad política para hacer la transición. Como decíamos, la COP26 brinda una oportunidad para hacer que este enfoque global sea una realidad.
Incorporar los precios del carbono a las carteras creará una hoja de ruta para otras materias primas «gratuitas», como el agua y la biodiversidad. Aunque esto podría tener un efecto inflacionista a corto y medio plazo, los costes para la vida y los medios de subsistencia derivados de la inacción serán infinitamente más caros. La década de 2020 será un periodo decisivo en el que la humanidad o bien actuará para preservar el planeta o bien se arriesga a sellar un destino muy diferente. La COP26 es una oportunidad para asegurarnos de que optamos por lo primero.