Los inversores que esperaban un verano tranquilo se llevaron un chasco. Durante el tercer trimestre no se resolvieron los numerosos riesgos que lastran los mercados y aparecieron otros nuevos. A la guerra comercial entre EE.UU. y China, el miedo a una recesión mundial y el Brexit podemos añadir la inversión de la curva de tipos, las protestas en Hong Kong, el aumento de la prima de riesgo del petróleo a consecuencia de los ataques contra las instalaciones de producción saudíes y la amenaza de destitución del presidente estadounidense.
No obstante, que las cosas no se resuelvan no quiere decir que no cambien. Los bancos centrales han mutado sus discursos expansivos en acciones tangibles en los mercados desarrollados y emergentes; este hecho, sumado al descenso de los rendimientos de los bonos (que sostiene el crecimiento) y los estímulos presupuestarios y monetarios específicos en China, nos aporta tranquilidad. Los datos económicos, por su parte, apuntan a un estancamiento de la actividad, no una contracción.
Un aspecto crucial es que el consumo estadounidense está aguantando, gracias a unos niveles de empleo que se mantienen en máximos históricos. Sin embargo, el crecimiento sigue siendo débil y los inversores no deberían bajar la guardia. Los datos de consumo deben estudiarse con detenimiento: si emitieran señales de deterioro, podría desaparecer un sostén clave para la economía. Las tasas de impago en las áreas más apalancadas del mercado de renta fija han comenzado a subir, aunque desde unos niveles bajos, pero podría ser una señal de vulnerabilidad.
En la renta variable, la reciente rotación hacia los valores baratos podría durar poco sin una recuperación económica sostenida. Las políticas presupuestarias son otro tema importante. Se observan señales de que las herramientas monetarias están alcanzando sus límites y los llamamientos a aplicar estímulos presupuestarios están elevando el tono. Si se accionan los resortes del gasto público, las consecuencias serían de amplio calado para las diferentes clases de activos y regiones, como el retorno de la inflación, la debilidad del dólar estadounidense y la reactivación de los mercados emergentes.
Debido al papel que desempeñan los gobiernos en la política presupuestaria -aunque también se podría afirmar lo mismo en la actualidad de la política monetaria-, resulta prudente estar al tanto de los sucesos políticos. Sin embargo, también ha hecho más predecible la política de los bancos centrales, tanto en su orientación como su impacto. En este paradigma de mayor incertidumbre, a los inversores les conviene más estar centrados en empresas individuales y permitir que surjan las temáticas, no al revés.
Por ahora, la economía se dobla, pero no se rompe. En este entorno, sugerimos que las carteras se orienten hacia la seguridad pero mantengan la exposición a los activos de riesgo. Eso supone orientarse hacia la calidad en renta variable, preferir la deuda pública estadounidense en busca de protección durante las oleadas de ventas en los mercados y ser más selectivos en la exposición a inquilinos dentro de la inversión inmobiliaria. Ahora que nos adentramos en el cuarto trimestre, hay suficientes citas en el calendario como para que los mercados estén de todo menos tranquilos.
Columna de Paras Anand, responsable de gestión de activos para Asia-Pacífico, en Fidelity International