Todas las crisis poseen características y desencadenantes únicos, pero suelen compartir un puñado de verdades conductuales. Para empezar, los plazos de inversión suelen menguar cuando los mercados se hunden. Esa estrechez de miras temporal forma parte de nuestra reacción natural de “lucha o huida” y ayuda a explicar por qué las caídas de febrero y marzo fueron tan acusadas.
Los inversores se centraron en cuestiones como la supervivencia a corto plazo, tanto humana como empresarial, cuando se hicieron evidentes la gravedad del brote de COVID-19 y los confinamientos a escala mundial. Y algunos escogieron la huida.
En un entorno tan tenso, y por decepcionante que resulte, sería comprensible que los mercados no discriminaran en sus ventas y penalizaran a todas las empresas por igual, pero hemos descubierto que, de hecho, no fue así. Las empresas que antes de la crisis actual habían invertido más en reflexionar sobre la sostenibilidad de sus modelos de negocio, las que se habían centrado en atender las cuestiones relacionadas con el medio ambiente, el bienestar de sus partes interesadas y el gobierno corporativo (recogidas bajo las siglas inglesas ESG), han batido a sus competidoras en líneas generales. Y podemos demostrarlo usando datos procedentes de nuestras calificaciones internas de sostenibilidad.
De acuerdo con nuestros análisis, la cotización de una empresa con una calificación alta de sostenibilidad de Fidelity (A o B) cayó menos en promedio que el S&P 500 entre su máximo del 19 de febrero y el 26 de marzo, mientras que las empresas calificadas con una C o una E perdieron más, en base no ajustada. Entre las 2.689 empresas evaluadas, cada nivel de calificación ESG equivalía en promedio a 2,8 puntos porcentuales más de comportamiento bursátil frente al índice durante ese periodo de volatilidad.
Las conclusiones en renta fija son similares a las de la renta variable. De media, los títulos de empresas con calificaciones ESG más altas se comportaron mejor que sus homólogas con peor calificación desde el arranque del año hasta el 23 de marzo, incluso cuando se ajustan las observaciones por un posible sesgo hacia la deuda de alta calidad en las calificaciones.
Aunque está basado en un periodo breve, el análisis sugiere que lo que inicialmente parecía una presión vendedora indiscriminada y motivada por el pánico, realmente sí que discriminó entre empresas en función de la atención que prestaban a las cuestiones de sostenibilidad.
Lo anterior refrenda nuestra visión de que un equipo directivo que se centre en los factores de sostenibilidad es más probable que sea un grupo de excelentes gestores y tiene más posibilidades de crear un negocio que resista mejor ante una contracción.
Estos son los factores en que nos fijamos cuando evaluamos las probabilidades de supervivencia de una empresa durante los próximos diez o veinte años. Sin embargo, parece que el mercado premia a esas mismas empresas cuando ese horizonte de supervivencia se acorta hasta años o incluso meses.
De ahora en adelante, el brote de COVID-19 dará lugar a cambios sociales que pervivirán más allá de la volatilidad actual en los mercados y con ello cambiará la naturaleza de la inversión sostenible. Se hará más hincapié —en Fidelity y otras gestoras de activos— en la sostenibilidad de los modelos de negocio y las cadenas de suministro, en el enfoque que adopte una empresa sobre su personal, sus proveedores y sus clientes, y en cómo han cambiado el ecosistema y las expectativas en torno a las empresas individuales durante este periodo de confinamiento y más allá.
La S de las siglas ESG, que encarna el bienestar de los grupos de interés, está a punto de pasar al primer plano.