El presidente turco Erdogan anunció hace unas semanas la celebración anticipada de elecciones presidenciales y al parlamento el 24 de junio, con mucho más de un año de antelación sobre la fecha prevista inicialmente (noviembre de 2019). Con ello, Turquía se suma a una larga lista de mercados emergentes que pasarán por las urnas en 2018.
Esta decisión no nos ha sorprendido a la vista de la agenda política que ha manejado recientemente Erdogan, con la que está tratando de impulsar el crecimiento y la creación de empleo prácticamente a cualquier precio y, al mismo tiempo, enardecer a sus partidarios con discursos patriotas y nacionalistas.
De hecho, estas políticas macroeconómicas han acentuado los ampliamente documentados desequilibrios de Turquía durante el último año: una economía recalentada, una inflación persistente de dos dígitos, un agravamiento del déficit por cuenta corriente y unas grandes necesidades de financiación externa. Estos factores, combinados con unas políticas de tipos reales inadecuadas, unas bajas reservas netas de divisas, una exposición nada saludable al aumento de los precios de la energía y el incremento de las tensiones geopolíticas con Occidente, han creado un marco incómodo para los inversores.
La lectura inicial de los actores del mercado podría ser que las elecciones anticipadas elevarán la incertidumbre política, lo que animará a las autoridades a pisar el acelerador aún más fondo en sus políticas monetarias y presupuestarias expansivas. Nosotros creemos, por el contrario, que las nuevas elecciones harán que el gobierno priorice la estabilidad cambiaria antes de la votación y permita al banco central turco hacer lo que sea necesario para impedir la volatilidad de la lira. La depreciación continuada de la moneda incidiría negativamente en la opinión del electorado y podría poner en peligro los planes de victoria de Erdogan. En muchos sentidos, la coyuntura es muy similar a la del periodo anterior al referéndum de reforma constitucional en abril de 2017, cuando se rechazó de plano la debilidad de la lira y el banco central turco subió los tipos de referencia con fuerza. Interpretamos el anuncio de elecciones anticipadas como un reconocimiento por parte del gobierno de la necesidad de endurecer la política monetaria y presupuestaria más pronto que tarde. El banco central podría decretar una subida de tipos en torno a 50 pb ya en la próxima reunión de su comité de política monetaria el 25 de abril.
Un periodo de estabilidad relativa de la moneda y pragmatismo por parte del banco central turco probablemente brinde una oportunidad táctica a corto plazo a los inversores en renta fija, haciendo que los capitales foráneos fluyan hacia este mercado. Los rendimientos nominales en moneda nacional de Turquía son extremadamente altos en estos momentos; así, los bonos a diez años rentan un 12,50%, la lira ha perdido un 20% durante los últimos seis meses y el posicionamiento del mercado en los activos turcos es eminentemente corto. Lo mismo ocurre con la deuda externa, donde los bonos turcos a diez años en dólares (calificados Ba2/BB/BB+ por las agencias) rentan actualmente más de un 6%. Este nivel es comparable con otros títulos de deuda pública emergente con calificación B, a pesar de la superior calidad crediticia de Turquía y sus muchas décadas de compromiso y capacidad de devolución de su deuda externa.
En cuanto a la votación, resulta complicado apostar contra el presidente Erdogan, una figura que durante los últimos 15 años ha sabido leer a la perfección el ánimo político en Turquía. Al convocar elecciones anticipadas, Erdogan debe de tener la seguridad de que tanto él como su partido, el AKP, cuentan con los votos necesarios para conseguir la victoria. Ese hecho debería, por sí mismo, reducir la incertidumbre del mercado.
Los retos macroeconómicos de Turquía son numerosos, se conocen bien y no desaparecerán de un día para otro. La cabra siempre tira al monte, como reza el dicho, pero al menos a corto plazo creemos que el tigre turco podría estar tranquilo.