Por lo general, se entiende que existe un mercado bajista cuando una amplia gama de índices pierden un 20% o más desde sus máximos más recientes. El índice FTSE 100 ha perdido hasta el momento un 20,3% desde sus máximos de abril de 2015, mientras que el Dow y los índices MSCI AC World no le van a la zaga.
Paradójicamente, los factores determinantes de este mercado bajista podrían atribuirse a políticas destinadas a estabilizar las economías de todo el mundo. En los últimos años, la volatilidad se ha revelado artificialmente baja gracias, en buena medida, a la expansión cuantitativa, al confiar los mercados en una pauta de moderado crecimiento de los beneficios, mientras el precio de los activos se veía impulsado por las medidas de expansión cuantitativa.
En otras ocasiones me he referido a este hecho señalando que el mercado «se lo tomaba con calma mientras bebía de la fuente de la expansión cuantitativa», si bien los últimos acontecimientos denotan que quizá el mercado se haya hartado y que, aunque el arsenal de medidas de expansión cuantitativa todavía no se ha agotado, ya no importa tanto.
Sin sorpresas
La recuperación de los precios de los activos financieros desde los mínimos de la última crisis financiera ha sido espectacular; de hecho, ha representado uno de los periodos más fructíferos de la historia para los inversores. Así, los últimos seis años han sido el periodo más rentable del mercado bursátil estadounidense.
La crisis de la deuda griega recordó a los mercados que las fases alcistas no son eternas, mientras que el pasado mes de diciembre la Reserva Federal estadounidense se embarcó en una política de endurecimiento que eliminó una de las tendencias más favorables para los mercados financieros. La época de reflación del precio de los activos, al calor de la infravaloración posterior a la crisis y de las políticas decididamente expansivas de los bancos centrales, ha concluido y ya no se puede confiar en que las medidas de expansión cuantitativa u otras dinámicas de recuperación de las valoraciones sustenten las rentabilidades.
En términos globales, los beneficios previstos son los menores en cinco años, mientras que los precios se revelan muy superiores, aun cuando la volatilidad, todavía elevada y al alza, no se halla en niveles que, por lo general, indicarían una capitulación, al estar algo alejada de los máximos registrados en 2008.
No cabe duda de que China sigue siendo un factor determinante de la volatilidad. Su economía se está ralentizando y trata por todos los medios de reequilibrarse (aunque su última tasa de crecimiento no es tan mala como se temía, pues la cifra del PIB trimestral registrada recientemente muestra un crecimiento del 6,9%, algo mejor de lo que muchos analistas preveían). Esta ralentización ya ha provocado una depreciación de la moneda y se ha traducido en complicaciones en los mercados bursátiles, que se han contagiado a otros mercados asiáticos y a todo el mundo.
Los temores sobre China no son nuevos y venimos avisando desde hace ya algún tiempo de que la persistente ralentización de la economía china plantearía retos no solo para los inversores asiáticos y de los mercados emergentes, sino para los mercados financieros a escala mundial.
No hay que tirar la toalla
La fortaleza del dólar, la liquidez, los diferenciales crediticios y la salida del Reino Unido de la Unión Europea («Brexit») siguen preocupando. Sin embargo, ahora no es el momento de que los inversores tiren la tolla, como algunos analistas han sugerido.
Los inversores deberían tener en cuenta que el año 2016 nos traerá un lento ritmo de crecimiento y una baja rentabilidad a escala mundial, mientras que los márgenes de las empresas se verán presionados por una débil demanda final y un exceso de capacidad en varios sectores.
Las perspectivas para los mercados emergentes siguen siendo complejas, particularmente en aquellos países que han diseñado sus economías para satisfacer la demanda china de commodities. La previsión de estos países se sitúa a la baja, y la mayor debilidad de las divisas no contribuirá al aumento de la demanda de exportaciones de los emergentes, donde la demanda de hogares y empresas es escasa. Si la política monetaria estadounidense se endurece y otros bancos centrales mantienen su laxitud, y el resto de factores permanecen constantes, el dólar debería apreciarse. Este movimiento supondrá, con toda seguridad, un nuevo revés para las economías emergentes, por la estrecha correlación que existe entre el billete verde y los mercados emergentes.
Los gestores de activos que utilicen estrategias de asignación multiactivos se hallan bien posicionados para capear los vaivenes del mercado a corto plazo. El viento favorable que ha generado la expansión cuantitativa mundial comenzará a amainar ytendrá sentido diferenciarse dentro de las distintas clases de activos. En este entorno mundial, centrarse en las valoraciones y los fundamentales (o invertir a la vieja usanza, si se prefiere) debería cobrar más importancia con respecto a años anteriores, cuando los mercados contaban con el respaldo de una abundante y creciente liquidez.
Los inversores a más largo plazo saben que lo que puede parecer una emergencia a corto plazo podría no tener mucha importancia dentro de unos años, por lo que centrarse en los valores de inversión tradicionales resulta muy pertinente en un mundo tan volátil.
Hacer frente a los mercados bajistas
Si queremos hacer frente a los mercados bajistas, lo ideal sería contar con algunos factores de estabilidad. Si China y sus inversores pueden aceptar la necesidad del país de reajustar su economía, deberíamos asistir a una evolución de los mercados bursátiles sin tantos sobresaltos. La estabilidad del precio del petróleo también ayudaría, aunque reviste cierta dificultad predecir la evolución de Oriente Próximo, definida por la voluntad de Arabia Saudí de bombear petróleo incluso a los precios actuales y sus disputas con Irán. Habida cuenta de la caída de la demanda, debida en parte a que el petróleo de esquistos estadounidense ha inundado el mercado, el exceso de oferta sigue cobrando mucha importancia, y queda por ver la influencia de los factores geopolíticos.
Estos factores siguen siendo una de las principales amenazas, aunque las perspectivas de nuevas subidas de tipos de interés se hayan postergado un poco más. Los indicadores macroeconómicos y empresariales que estamos observando actualmente (crecimiento e inflación átonos, escasa demanda final y deterioro de las perspectivas para los beneficios empresariales) no se corresponden con lo que uno espera ver cuando el banco central más importante del mundo, la Reserva Federal estadounidense, inicia un ciclo de subida de los tipos de interés.
Queda claro que la Reserva Federal está dispuesta a iniciar la normalización de los tipos de interés, pero si se analizan simplemente los datos de forma aislada, cuesta llegar a la conclusión de que la Reserva Federal tenga que subir los tipos de forma rápida o agresiva. Los recientes datos laborales en Estados Unidos han sido sólidos, si bien tienen que entenderse en su contexto: la tasa de población activa en EE.UU. se encuentra en mínimos de 40 años. Los mercados esperan que intervenga la Fed, y nosotros esperamos que el Comité Federal del Mercado Abierto (FOMC) haga lo propio de manera controlada y sensata. Los mercados podrían reaccionar bruscamente si la Fed pierde el hilo de su propia política y las autoridades son vistas como «erráticas».
Desde una óptica de asignación de activos, ¿qué significa todo esto? En relación con las valoraciones, seguimos pensando que la renta variable resulta más interesante que la deuda y, por ahora, esperamos mantener este posicionamiento en nuestras carteras de asignación de activos, aunque con una menor confianza de la mostrada durante un cierto periodo. No obstante, si se compara con su historial a largo plazo, las acciones todavía ofrecen mayor valor que los bonos.
Mark Burgess es director de Inversiones para EMEA de Columbia Threadneedle Investments.