En el año 2007 ya existía una burbuja de deuda y empezó la crisis financiera que todos conocemos. Para intentar solucionarla, estos últimos años se ha experimentado un método que ha consistido en inyectar liquidez a mansalva por parte de los estados. Ahora nos encontramos en un 2016 con casi el doble de deuda que antes y menor crecimiento.
El mercado se está dando cuenta de que el consumo no se arregla con más deuda, ni con tipos a cero o en negativo. El bono a 10 años de Japón tiene tasa negativa. El sistema parece estar dando signos de agotamiento. Ahora vuelven las antiguas teorías de que para generar consumo habría que subir tipos…
El sistema financiero, y especialmente el europeo, está colapsado. Parece que a pesar de tanto stress test, los bancos siguen teniendo algo en su balance que no genera confianza a los inversores. Es el caso del Deutsche Bank.
Con los planes monetarios que los estados han llevado a cabo, lo único que hemos conseguido es retrasar el problema y no afrontar una solución para la economía real. Por cierto, muchas de las soluciones empleadas pueden tener efectos nocivos para la economía real. En definitiva, si las empresas no son capaces de generar beneficios, el riesgo a una recesión económica volverá.
Antes teníamos al Estado apoyando el sistema. Ahora cada vez está menos presente y con menos margen de maniobra. Son los inversores los que están sufriendo las pérdidas. A nivel macro, no vemos ninguna economía con fuerza para liderar una recuperación sostenible. Además, las principales economías están demasiado sincronizadas.
Algunas luces al final del túnel: el bajo precio del petróleo, tras 6 años de bajadas en los precios de las materias primas, parece que está tocando fondo y los mercados emergentes empiezan a dar señales de mejora.
Cuando la mayoría de los inversores estamos preocupados, mejor reflexionar antes de tomar decisiones. Tener cash y neutralizar riesgos sigue siendo una prioridad.
Columna de David Levy, de la EAFI DiverInvest.