La quiebra de una empresa no es un evento agradable. Dicho esto, pecando de optimistas, podemos centrarnos en los aspectos positivos del (o)caso de Silicon Valley Bank (SVB). Su desafortunado final ha servido para, probablemente, poner el punto y final al último “equity bear market rally”. Al mismo tiempo, debería servir como recordatorio de lo importante que es ejercer la diligencia debida previo a acometer una inversión o incluso, elegir un depositario.
La tercera lección versa sobre lo habituada que está la sociedad en su conjunto a convivir en un entorno de tipos ultra acomodaticio y cómo un endurecimiento de las condiciones de financiación expone los desequilibrios que permanecen ocultos dentro del anterior régimen.
Sin querer elaborar una lista infinita, no se pueden obviar otras cuestiones como es el hecho de que tanto el negocio de SVB como el de Signature Bank tenían fuertes lazos con dos sectores muy “calientes”, tecnología y cripto divisas, que han formado parte de la burbuja especulativa formada en diferentes mercados. Ni tampoco que parece que algunos de los clientes de SVB (profesionales a cargo de fondos y startups) habían olvidado el concepto básico de la diversificación y habían concentrado un riesgo excesivo en este banco. Suerte para ellos que ha llegado a su rescate el Gobierno estadounidense.
Dicho lo anterior, este evento tiene consecuencias y una de las principales es que los bancos van a endurecer las condiciones de sus préstamos y si quieren minimizar el riesgo de salidas de depósitos, deberán mejorar la rentabilidad ofrecida, lo cual afectará a sus márgenes. Un resultado adicional será que los reguladores aumentarán la supervisión sobre los bancos de menor tamaño. Todo ello va a tener un impacto negativo en una economía que ya venía desacelerándose.
En lo que respecta a qué hacer en carteras, la tentativa de rebote que se está produciendo en los activos de riesgo, al calor de la rebaja de expectativas de subida de tipos, puede constituir una buena oportunidad para que, aquellos inversores que no lo han hecho aún, reduzcan el riesgo, principalmente en renta variable. En un entorno de desaceleración económica y desinflación vemos un mejor binomio de rentabilidad/riesgo en los tramos largos de la deuda pública.
Más allá del hecho de que el entorno macro es propicio para el activo y del tipo real positivo ofrecido, observamos que, según la CFTC (Commodity Futures Trading Commission), las posiciones especulativas cortas están muy extendidas, similar a finales de 2018, cuando la TIR del bono americano a 10 años hizo techo en el 3,2% para bajar hasta el 0,5% en 2020. Un dato adicional interesante basado en la historia es que remontándonos a 1800, nunca ha habido tres años seguidos de rentabilidad negativa en los bonos americanos. Si la historia se repite, por lo tanto, 2023 podría ser un buen año para mantener una posición larga en duración que, además, posiblemente, ayudará a diversificar la exposición a renta variable.
Las posiciones en deuda pública las complementaríamos con crédito de calidad e incluso por debajo de grado de inversión. En un entorno previsible de caída de bolsas, su rentabilidad difícilmente será positiva y por lo tanto, serán un elemento de diversificación inferior, pero a medio plazo, hay valor, teniendo en cuenta las TIRes que ofrecen y los niveles a los que cotizan los spreads de crédito frente a un escenario futuro en el que el repunte de la tasa de impagos será limitada.
La recomendación a la hora de invertir en crédito es hacerlo en fondos de gestión activa frente a ETFs. La dispersión en el mercado de crédito está en niveles altos, lo cual es un buen caldo de cultivo para el buen gestor de renta fija, y por otro lado, dada la menor liquidez del mercado de crédito, los inversores estarán más resguardados en un fondo con liquidez diaria (y restricciones a los reembolsos –“gates”-) que un ETF que ofrece liquidez intradía.
Tribuna de Ion Zulueta, director de análisis en iCapital