2000, ese número que nos recuerda el nuevo milenio es también el nivel alcanzado recientemente por el índice Standard and Poor’s 500, un umbral emblemático que nos invita a pensar en la salud de hierro que muestra la renta variable estadounidense.
El 6 de marzo de este año, en el transcurso de una aciaga sesión, el índice cayó hasta los 666 puntos, otro número simbólico o el número del diablo para los lectores del Apocalipsis. Ahora bien, dejando a un lado las elucubraciones numerológicas, situemos con respecto a la historia bursátil el magnífico comportamiento del buque insignia de los índices estadounidenses.
Con un 200% en cinco años, es obvio de que se trata de un movimiento de órdago, si bien no se trata del más espectacular de la historia de los mercados alcistas. Recordemos que se consideran mercados alcistas los periodos de progresión en los que los intervalos bajistas no superan el 20%. Entre los avances más destacados del siglo pasado, el del periodo de 1920-1929 (+495% para el Dow Jones) o el de 1987-2000 (+587%) tienen en común que desembocaron en una burbuja de valoración. Estos dos avances históricos cuentan con una amplitud y una duración bastante superiores al movimiento actual, si bien este último no ha tocado a su fin.
En el transcurso de los tres últimos años, el 30% del avance del índice proviene del aumento de los beneficios de las acciones subyacentes, mientras que el 70% restante debe atribuirse a la subida de los múltiplos. Si hablamos del más emblemático entre ellos, el ratio PER, éste es, a día de hoy, de 19 en EE.UU. (lo que significa que el valor de la acción es de 19 veces el beneficio por acción). Si ajustamos este múltiplo del ciclo económico (calculamos el ratio utilizando la media de los beneficios por acción de los diez últimos años), la cifra aumenta hasta 26. En este caso, la referencia histórica no es tranquilizadora, pues la media a largo plazo de esta ratio se sitúa en 18: seguramente, la renta variable estadounidense no es barata.
¿Es preciso venderla? La tentación está ahí, pero el razonamiento en términos relativos matiza en buena medida la conclusión. Desde hace dos años, el rendimiento de las acciones es notablemente superior al de su deuda. Las comparaciones serían todavía más atractivas en Europa, donde los tipos de renta fija son más bajos y los niveles de dividendos más elevados. Visto desde esta perspectiva, es el mercado de renta fija el que parece caro, mientras que la valoración de las acciones parece más razonable.
Caras en términos absolutos, baratas en términos relativos, la realidad de la renta variable estadounidense se encierra en el hermoso adagio atribuido a Talleyrand: «Cuando me examino, me inquieto. Cuando me comparo, me tranquilizo (…)»
Marc Craquelin es director de Gestión de Activos de Financiere de L’Echiquier