El mundo vive una importante crisis en torno al agua. El cambio climático, entre otros factores, sitúa nuestro acceso a agua limpia y salubre bajo una clara amenaza. Según el informe del World Resources Institute en 2023, el 25% de la población mundial se enfrenta actualmente a un estrés por falta de agua extremadamente alto cada año, consumiendo regularmente casi todo su suministro de agua disponible. Además, al menos el 50 % de la población mundial, unos 4.000 millones de personas, viven actualmente en condiciones de gran estrés hídrico durante al menos un mes al año.
Son cifras preocupantes, pero a veces es difícil darse cuenta de la gravedad del problema hasta que lo experimentas en primera persona. Recientemente tuve oportunidad de visitar la hermosa región de Andalucía y durante una excursión por el interior, descubrimos cómo el embalse malagueño de El Chorro se encontraba al 17% de su capacidad muy por debajo del nivel que cabría esperar en esta época del año. El sur de España atraviesa una importante plurianual, con crecientes restricciones en el uso del agua y el temor cada vez mayor sobre lo que pueda significar para la temporada turística de verano.
Pero España no es, por desgracia, el único país que debe enfrentar este grave problema: la Organización Meteorológica Mundial apunta a que las temperaturas mundiales récord de 2023 exacerbarán las sequías plurianuales en Sudamérica, África y otras zonas del Mediterráneo. Las inundaciones también se han vuelto más frecuentes a medida que el aumento de la temperatura de los océanos provoca tormentas más intensas.
El impacto del cambio climático se ve agravado por el crecimiento demográfico y el rápido ritmo de urbanización, que ejercen una mayor presión sobre nuestras infraestructuras hídricas. Esto también se debe a décadas de inversión insuficiente de los gobiernos en las redes de distribución del agua. En un informe, Global Water Intelligence estima que alrededor del 30% del agua de los sistemas hídricos mundiales se pierde por el envejecimiento de las infraestructuras y el despilfarro, lo que bastaría para abastecer de agua a otros 2.000 millones de personas.
Y los costes económicos de la falta de acceso a agua de calidad son inmediatos, ya que el agua es un recurso fundamental para muchas industrias. La agricultura representa alrededor del 70% del consumo mundial de agua, mientras que la energía hidroeléctrica contribuye generar el 15% de la electricidad mundial. Pero el agua también desempeña un papel clave en la construcción de edificios, la minería y el refinado de recursos y en los sectores tecnológicos, desde la fabricación de los semiconductores utilizados en nuestros aparatos electrónicos hasta la refrigeración de los centros de datos utilizados para alimentar Internet.
Con un agua limpia cada vez más escasa, está claro que tanto las empresas públicas como las privadas deben invertir en soluciones que promuevan una mayor circularidad del agua. El reciclaje y la reutilización deben convertirse en la norma y los gestores de activos deben comprometerse activamente con las empresas en este tema dada su importancia desde las perspectivas medioambiental y financiera.
Pero la escasez de agua no es el único problema: también hay problemas reales en torno a la calidad del agua; por ejemplo, en 2023, sólo el 14% de los ríos del Reino Unido se consideraban en “buen” estado ecológico. Las sustancias alcalinas perfluoradas y polifluoradas (PFAS) se utilizan en multitud de procesos de fabricación y productos, incluidos los envases de plástico. Cuando se liberan en el agua, estas “sustancias químicas perennes” no se descomponen hasta pasados miles de años y se han relacionado con una serie de efectos negativos sobre la biodiversidad y la salud. Apodados el “nuevo amianto”, los gobiernos de todo el mundo están empezando a introducir una normativa más estricta en torno a la depuración de los PFAS en el agua potable, con el consiguiente riesgo de litigios y enormes costes de limpieza para las empresas que no se adhieran a ella.
Los gobiernos y las empresas se están dando cuenta de los crecientes riesgos económicos derivados del estrés hídrico, en un momento en que aumenta la presión política para que aborden la crisis del agua. Muchos países están acelerando sus inversiones en agua. Por ejemplo, en el proyecto de ley del presidente Biden para 2021, que prevé un gasto de 1 billón de dólares en infraestructuras, se han destinado 55.000 millones de dólares a mejorar las envejecidas infraestructuras hidráulicas de Estados Unidos, en un contexto en el que las sequías y las inundaciones son cada vez más frecuentes y graves en todo el país.
Las empresas que aportan soluciones innovadoras para promover una mejor gestión del agua no sólo ofrecen resultados sostenibles positivos, sino que también están bien posicionadas para disfrutar de vientos de cola en su crecimiento gracias al aumento de la inversión pública y privada en infraestructuras y soluciones hídricas. El agua es posiblemente el recurso más infravalorado actualmente: pagamos muy poco por ella, pero el impacto cuando carecemos de ella es inconmensurable. Afortunadamente, el mundo empieza a darse cuenta de ello y a invertir para preservar este preciado recurso.
Tribuna elaborada por Pauline Grange. Gestora de carteras de Renta Variable Global en Columbia Threadneedle.