El pasado día 10 de junio se votó en Suiza una reforma del sistema financiero, que en el caso de que se hubiese impuesto el sí, hubiese cambiado el sistema financiero, tal como lo conocemos ahora. La iniciativa, bautizada como “Vollgeld” o “Sovereing Money Initiative”, fue promovida por la asociación Swiss Association for Monetary Modernization.
La votación tuvo como resultado un no a la iniciativa, siendo el porcentaje de un 24,3% los que votaron a favor, y un 75,7% los que votaron en contra. Si bien es cierto que Suiza es considerada una de las democracias más avanzadas del mundo, el papel de los referéndums coge especial relevancia.
La propuesta de reforma se basaba en que todos los depósitos a la vista estuvieran fueran del balance de los bancos nacionales trasladando tal función al Banco Central. Cada ciudadano con la reforma tendría el derecho a tener un depósito en el Banco Central, por lo que los bancos comerciales perderían el monopolio de los depósitos y la creación del dinero que actualmente ostentan. Los bancos centrales decidirían dónde irían a parar los depósitos y los bancos comerciales se convertirían en meros intermediarios.
Los defensores de esta reforma argumentan que la última crisis financiera supuso la inyección de miles de millones de euros en los bancos comerciales, como consecuencia de no saber administrar el poder que poseen. Con esta iniciativa pretenden que la economía vuelva a estar de parte de la vida real y protegiendo tanto los depósitos como los depositantes, respaldando las emisiones por el Banco Central.
Como podemos intuir, esta reforma de gran envergadura ha tenido una gran cantidad de detractores, principalmente por el lado de las grandes instituciones. Entre ellos se encontraban todos los partidos políticos de Suiza, el Consejo Federal, el Banco Nacional Suizo (BNS) y la Asociación de Banqueros Suizos.
Este tipo de medidas y reformas que vienen a dar solución a las crisis económicas no es algo nuevo, ya tras la depresión de 1929 fueron debatidas en el llamado “the Chicago Plan”, siendo rechazada posteriormente.
Casi 90 años después, y promovido por la crisis de 2008, esto vuelve a suceder. Se ha vuelto a hablar del monopolio que tienen los bancos en la creación de dinero y cómo éste puede ser poco beneficioso para la sociedad. El cuestionamiento del sistema de reserva fraccionaria por el que se rige nuestro actual sistema financiero se ha reactivado al cuestionarse el funcionamiento de depósito en el Banco Central, el papel de los préstamos, la creación de la masa monetaria y la creación del dinero.
Buen ejemplo de lo anterior se puede observar en el crecimiento tanto de los agregados monetarios M1 como el M3. Según observamos, el crecimiento del agregado monetario M1 (que es el que más se parece a la base monetaria), ha sido generalmente mayor que el agregado monetario M3 (que es el que más se parece a la masa monetaria).
Otro de los argumentos que los defensores manifiestan es que la oferta de dinero es procíclica. Los bancos comerciales prestan en situaciones de bonanza y disminuyen el crédito en situaciones de recesión, siendo su actividad procíclica.
En definitiva, tres son las características principales de esta iniciativa: los bancos comerciales ya no podrán crear su propia moneda; solo el Banco Central debería tener la responsabilidad de la creación de dinero; los bancos comerciales solo deberían poder prestar el dinero que ya existe, por ejemplo, cuentas de ahorro a largo plazo.
Está claro cuáles serían las consecuencias regulatorias directas de la iniciativa, pero lo realmente preocupante sería cómo afectará a la economía real un cambio del sector financiero tan radical.
En primer lugar, no existe un precedente con el que hacer una comparación de los efectos, lo que ya de por sí crearía una inseguridad jurídica importante con un escenario altamente incierto. En segundo lugar, la pérdida de confianza en el franco suizo se produciría con total seguridad, por lo que la economía suiza perdería una de sus grandes bazas como es la fortaleza de la moneda. En tercer lugar, se produciría una salida masiva de capitales y suiza perdería una de sus principales industrias, que es la bancaria. En cuarto lugar, el crédito sin duda se vería resentido, lo que lastraría gravemente la economía.
Todo parece indicar, en un primer momento, que las consecuencias económicas negativas superarían a las positivas. Pero de lo que no nos queda ninguna duda es de que el principal perjudicado sería el sector bancario. El sector bancario se reduciría a ser un mero intermediario y la gran red comercial que le reporta el poseer los depósitos de la población se vería altamente limitada. Otro problema más al que los bancos deben de prestar gran atención, un sector profundamente debilitado tras la reciente crisis, que sufre el aumento de regulación, y que afronta el crecimiento amplio del sector fintech que se está produciendo (en España con gran lentitud).
En este último referéndum ha ganado el no, pero la posibilidad existe. Si los bancos vuelven a situarse cerca de las siguientes crisis financieras, estos referéndums volverán a revivir y puede que el poder de convicción de las grandes instituciones sea ya muy reducido en esta situación.
Tribuna de David Iglesias, miembro del Dpto. Financiero de la EAFI Aspain 11